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¿Es compatible la soberanía divina con la libertad humana?

Como soberano absoluto y omnisciente, el creador puede actuar o no pero respetando la libertad y responsabilidad del hombre.

CONCIENCIA AUTOR 87/Antonio_Cruz 07 DE NOVIEMBRE DE 2021 09:00 h

Aunque puede ser difícil de entender desde la lógica humana, la Palabra de Dios enseña que la soberanía divina y la libertad del hombre son compatibles entre sí. Los versículos bíblicos en los que se pone de manifiesto la capacidad divina de hacer su voluntad son abundantes. En primer lugar, la soberanía de Dios se evidencia en la creación ya que su sola voluntad es la causante de todas las cosas. Tal como se puede leer en 1ª de Crónicas 29: 11-12:



Tuya es, oh Jehová, la magnificencia y el poder, la gloria, la victoria y el honor; porque todas las cosas que están en los cielos y en la tierra son tuyas. Tuyo, oh Jehová, es el reino, y tú eres excelso sobre todos. Las riquezas y la gloria proceden de ti, y tú dominas sobre todo; en tu mano está la fuerza y el poder, y en tu mano el hacer grande y el dar poder a todos”.



La teología cristiana reconoce también que el poder de Dios es la causa última de todas las cosas. Él determina voluntariamente qué creará y a quiénes creará, así como todas las circunstancias que concurrirán en nuestras existencias. Dios marca la senda de todas las criaturas y determina su destino, utilizando sus vidas para sus propósitos eternos. La Biblia da a entender que Dios controla las acciones humanas, aún cuando las personas siguen siendo libres para decidir por su cuenta. Por ejemplo, en el libro de Proverbios, se afirma que “como los repartimientos de las aguas, así está el corazón del rey en la mano de Jehová; a todo lo que quiere lo inclina” (Pr. 21:1). Es evidente que los reyes de la antigüedad podían tomar decisiones libres, sin embargo Dios siempre pudo influir en ellos e inclinar sus resoluciones según sus divinos propósitos. 



De la misma manera, el apóstol Pablo escribe en el Nuevo Testamento:



Pues a Moisés dice: Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca. Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia. Porque la Escritura dice a Faraón: Para esto mismo te he levantado, para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea anunciado por toda la tierra. De manera que de quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece” (Ro. 9:15-18).



En segundo lugar, la Biblia indica también que el ser humano es libre para actuar en el mundo y, por tanto, responsable de sus acciones. En el NT se dice que Dios pagará a cada cual conforme a sus obras (Ro. 2:6), en función de si se ha hecho el bien en la vida o se ha actuado injustamente, porque se considera a cada persona como libre y única responsable de sí misma. También Pedro escribe a los cristianos: “Porque esta es la voluntad de Dios: que haciendo bien, hagáis callar la ignorancia de los hombres insensatos; como libres, pero no como los que tienen la libertad como pretexto para hacer lo malo, sino como siervos de Dios” (1 P. 2:15-16). Ser libres es motivo de regocijo pero también de responsabilidad.



Ahora bien, ¿cómo pueden ser ciertas a la vez estas dos afirmaciones bíblicas? ¿Cómo es posible que se afirme la soberanía divina y también la libertad humana? Si Dios hace siempre su voluntad y sabe de antemano todo lo que va a ocurrir, ¿por qué permite que el hombre peque y tome decisiones malas? ¿Acaso no hace esto también responsable a Dios del mal humano? Por ejemplo, si Jesús conocía de antemano lo que iba a hacer Judas, puesto que su traición se contemplaba ya en los planes divinos, ¿cómo defender que no fue también culpable o corresponsable del pecado de Judas? 



En el siglo XVI, el jesuita español Luis de Molina (1535-1600) intentó aportar una solución a este dilema, conocida como “molinismo” en honor a su apellido, y que posteriormente el filósofo y teólogo protestante, William Lane Craig, ha defendido en tiempos modernos.[1] Molina definió la providencia como el modo en que la divinidad ordena todas las cosas para que se realicen por medio de causas secundarias que tienen libertad de acción. Es decir, además de conocer todo lo que va a pasar, Dios también sabe aquello que sus criaturas elegirían libremente en cualquier circunstancia que estuvieran. No solo conoce el futuro que acontecerá sino también todos los posibles futuribles o decisiones humanas libres que se podrían tomar. Por tanto, Dios dispone que las cosas ocurran, ya sea por decisión propia o simplemente permitiéndolas, pero preservando la libertad del ser humano.



La Biblia manifiesta claramente que Dios nunca es causante del pecado ni tienta a nadie. Tal como escribe Santiago: “Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido” (Stg. 1:13-14). Y Juan dice: “Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo” (1 Jn. 2:16). Luego, si Dios no es el responsable último de los errores y pecados cometidos por los humanos, ¿en qué consiste su actividad gobernadora del mundo o su soberanía?



Aunque Dios no causa el pecado del ser humano, se puede relacionar con él de varias maneras distintas.[2] Él puede impedir directamente que se peque (Gn. 20:6; Sal. 19:13). Sin embargo, en muchas ocasiones y aunque no sea de su agrado, no impide el pecado (Hch. 14:16; Ro. 1:24-28; Sal. 81:12-13). Otras veces, Dios actúa sobre los errores de los hombres y los reorienta hacia el bien. Uno de los ejemplos bíblicos más significativos de esto es la historia de José (Gn. 37). El pecado de sus hermanos, al querer deshacerse de él y finalmente venderlo como esclavo a los mercaderes madianitas, Dios lo reorientó hacia un buen fin o un final feliz. Y, por último, el Altísimo puede también restringir o limitar la malignidad o la extensión del mal y del pecado humano. Es lo que se aprecia, por ejemplo, en la conversación entre Dios y Satanás, a propósito de Job: “He aquí, todo lo que tiene está en tu mano; solamente no pongas tu mano sobre él” (Job 1:12). Como soberano absoluto y omnisciente, el creador puede actuar o no pero respetando la libertad y responsabilidad del hombre.



El hecho de que Dios conozca de antemano las decisiones que tomará cada persona, no elimina la libertad de ésta al tomarlas. Dios conoce nuestro futuro pero nosotros no lo conocemos. Por tanto, somos libres y responsables en nuestras determinaciones o decisiones personales.



 



Notas



[1] Craig, W. L. 2011, “¿Cómo es posible que la Biblia afirme tanto la soberanía divina como la libertad humana?” en Biblia de Estudio de Apologética, Holman, Nashville, Tennesse, p. 1698.



[2] Erickson, M. J. 2008, Teología Sistemática, Clie, Viladecavalls, Barcelona, pp. 420-422.


 

 


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