La ley moral debió ser diseñada al principio por un ser moralmente bueno como el Dios que se revela en la Biblia.
Los filósofos y teólogos se han venido refiriendo al sentido moral del ser humano como algo que hablaría en favor de la existencia de Dios. Si existen los valores morales objetivos, el autor de los mismos también debería existir. Como dichos valores existen, el creador también. Ahora bien, ¿existe una ley moral universal escrita en toda conciencia humana o se trata solo de un instinto que depende de cada cultura? ¿Tiene nuestro sentido moral un origen exclusivamente darwinista y naturalista o se debe, más bien, al diseño divino con el que fuimos creados al principio? ¿Somos capaces de ser buenos sin Dios?
Estas cuestiones y otras similares, a pesar de ser tan antiguas como la propia humanidad, continúan debatiéndose hoy, sobre todo en ciertos ambientes universitarios, de ahí su importancia apologética y su relevancia para el diálogo entre la fe, la ciencia y el pensamiento en general. Son temas prioritarios porque plantean la moralidad humana como un importante argumento a favor de la existencia de Dios. La primera pregunta que debemos formularnos es: ¿hay realmente una ley moral universal o se trata, más bien, de algo instintivo, subjetivo, una simple convención social? ¿Qué dice la revelación bíblica al respecto?
Ya desde el primer libro de la Biblia se da a entender que el ser humano posee un conocimiento innato del bien y del mal. En Génesis 3:22 podemos leer: “Y dijo Jehová Dios: He aquí el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal”. Según la Escritura, la ley moral natural estaría escrita en nuestro corazón por el mero hecho de ser hombres y mujeres. También en Deuteronomio (30:11-14) se transmite esta misma idea: “Porque este mandamiento que yo te ordeno hoy no es demasiado difícil para ti, ni está lejos. No está en el cielo, para que digas: ¿Quién subirá por nosotros al cielo, y nos lo traerá y nos lo hará oír para que lo cumplamos? Ni está al otro lado del mar, para que digas: ¿Quién pasará por nosotros el mar, para que nos lo traiga y nos lo haga oír, a fin de que lo cumplamos? Porque muy cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón, para que la cumplas”.
En el Nuevo Testamento, el apóstol Pablo escribe: “Porque cuando los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos, mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos” (Ro. 2:14-15). Pablo habla aquí claramente acerca de una ley natural escrita en la conciencia de todo hombre y que puede ser conocida mediante la razón. Y, finalmente, el evangelista Mateo (7:12) recoge estas palabras de Jesús: “Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas”. Muchos principios morales del AT y NT eran también conocidos fuera de la revelación bíblica, como esta “regla de oro (o áurea)” sobre la conducta con el prójimo, que se encuentra bajo distintas formulaciones en prácticamente todas las culturas, religiones y filosofías del mundo.
De la misma manera, los padres de la Iglesia seguirán exponiendo su convicción de que existe una ley moral natural que está escrita en el corazón de las personas (como Lactancio, Ambrosio, Jerónimo, etc.)[1] Agustín de Hipona trata también extensamente sobre “la ley que está escrita por mano del creador en los corazones de los hombres”.[2] Tomás de Aquino y los demás teólogos escolásticos se dedicarán a estructurar sistemáticamente esta doctrina sobre la ley moral natural. Pero también,fuera de la revelación bíblica, algunos filósofos griegos llegan mediante la razón a la misma conclusión de que debe existir una ley moral. Esta idea se encuentra desde Heráclito y Pitágoras hasta los estoicos. Sin embargo, ya en el mundo antiguo, no todo el mundo pensaba lo mismo. La creencia en la ley moral natural fue cuestionada por pensadores que creían que los principios morales sólo tenían una aplicación subjetiva, relativa o local.
Es cierto que las personas poseemos también, como la mayoría de los animales, comportamientos instintivos. Todos sabemos lo que se siente hacia los hijos (el instinto maternal o paternal), lo que es el instinto sexual, o el instinto de buscar comida, o el instinto gregario de anhelar la compañía de otras personas y ayudarlas. Este último instinto puede hacernos sentir el deseo de ayudar a otras personas, pero sentir este deseo solidario es muy distinto de sentir que uno debería ayudar lo quiera o no. C. S. Lewis pone el siguiente ejemplo:
Suponed que oís un grito de socorro de un hombre que se encuentra en peligro. Probablemente sentiréis dos deseos: el de prestar ayuda (debido a vuestro instinto gregario), y el de manteneros a salvo del peligro (debido al instinto de conservación). Pero sentiréis en vuestro interior, además de estos dos impulsos, una tercera cosa que os dice que deberíais seguir el impulso de prestar ayuda y reprimir el impulso de huir. Bien: esta cosa que juzga entre dos instintos, que decide cuál de ellos debe ser alentado, no puede ser ninguno de esos instintos.[3]
Esta cosa, a que se refiere Lewis, es la Ley Moral Universal. No se trata de ningún instinto o conjunto de instintos. Es algo que está por encima de nuestros instintos, que los dirige y controla, con el fin de que nuestra conducta sea moralmente adecuada o bondadosa. Por tanto, desde la perspectiva de C. S. Lewis, hay una moralidad universal objetiva que requiere la existencia de un legislador moral universal que, por su propia naturaleza, es absolutamente bueno. Y esto nos lleva, finalmente, al núcleo del argumento moral. Si Dios no existe, los valores y deberes morales objetivos tampoco existen. El ateísmo no ofrece un fundamento sólido para explicar la realidad moral que experimentamos en el mundo. Pero, tal como podemos experimentar a diario, los valores morales sí existen, por lo tanto, Dios también tiene que existir.
Podemos, por tanto, llegar a las siguientes conclusiones:
1. Existe una ley moral universal implantada en la conciencia humana. Tal como demuestran los estudios antropológicos actuales.
2. Esta ley moral no se ha podido producir por evolución darwinista porque los procesos naturales (mutaciones aleatorias más selección natural) son amorales y sólo persiguen supuestamente la supervivencia de las especies.
3. Por tanto, la ley moral debió ser diseñada al principio por un ser moralmente bueno como el Dios que se revela en la Biblia. Esto significa que “sin Dios” no puede existir el bien. Ni tampoco podemos ser buenos.
Y la respuesta a aquella antigua cuestión, formulada por los filósofos griegos, llamada el “dilema de Eutrifón” (del Diálogo de Platón) que rezaba así: “¿Algo es bueno porque Dios lo desea, o Dios lo desea porque es bueno?”, sería: “Ninguna de las dos” ya que la respuesta correcta es, más bien, “Dios desea algo porque Él es bueno”. Tal como oró el profeta Ezequiel: Jehová, que es bueno, sea propicio a todo aquel que ha preparado su corazón para buscar a Dios (2 Cr. 30:18).
Notas
[1] Hörmann, K. 1985, Diccionario de moral cristiana, Herder, Barcelona, p. 691.
[2] Ibid.
[3] Lewis, C. S., 1995, Mero cristianismo, Rialp, Madrid, p. 28.
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