¿Clonación humana?

Es menester distinguir entre dos tipos de clonación humana: la terapéutica y la reproductiva. La primera consiste en la producción de células o tejidos humanos para posteriores trasplantes, mediante la clonación de células extraídas de los propios enfermos con la intención de curarles. Algo éticamente aceptable que se viene realizando en muchos hospitales por todo el mundo. Sin embargo, la segunda, la clonación reproductiva en seres humanos está prohibida en casi todos los países debido a sus numerosas dificultades éticas.

La Biblia no habla de clonación reproductiva pero sí se refiere, directa o indirectamente, a la igualdad humana y al respeto por la vida.  El atormentado Job se cuestiona y grita desde las páginas del Antiguo Testamento: “El que en el vientre me hizo a mí, ¿no lo hizo a él?  ¿Y no nos dispuso uno mismo en la matriz?”. Job fundamenta los derechos de  los seres humanos en el hecho de que todos han sido creados por Dios. Muchos años después, el apóstol Pablo expone lo mismo cuando escribe a los atenienses y les dice: “El Dios que hizo el mundo... de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres”. Y este sigue siendo el principal argumento de peso para el creyente. El Dios Creador de la Biblia es la única base sólida para edificar una bioética objetiva y auténticamente universal.  

En la Escritura, la ética no procede de la naturaleza o de la lógica del ser humano, sino directamente del Supremo Hacedor que se manifiesta a los hombres y les reta para que decidan cómo desean vivir. Una tal ética bíblica considera la vida humana no como “cosa”; no como objeto manipulable y material con el que se puede comerciar;  sino como don divino de inestimable valor. De ahí que todo lo que atente contra la vida y la igualdad de los seres humanos vaya en contra de los principios bíblicos; toda metodología científica que manoseando la vida humana origine desigualdad o discriminación es contraria a la ética del Evangelio. 

La posibilidad de la clonación humana coloca al hombre de hoy frente al eterno dilema: ¿qué es lo bueno y qué lo malo? ¿Qué porcentaje de maldad y qué de bondad puede haber en todo este asunto? La palabra “pecado” se ha convertido en el mundo contemporáneo en una antigua reliquia que casi carece de sentido. Sin embargo, este nuevo poder para crear clones genéticamente idénticos actualiza los perpetuos pecados que anidan desde siempre en el alma humana: el orgullo, la soberbia, la vanidad y el amor a uno mismo. ¿Acaso no es todo esto lo que significa el engendramiento solitario? ¿No se está prefiriendo al hijo que nacería “sólo de mí” que al procreado con otra persona? Lo que se quiere del hijo así formado, ¿no es, en el fondo, a uno mismo? ¿No es la clonación la glorificación de la propia sangre? Las investigaciones en reproducción asistida deben tener un límite claro. La cordura y la bioética deben ayudarnos a comprender que ese límite se halla precisamente en la clonación de personas. No existe ninguna razón ni biológica ni social ni ética que legitime y haga aceptable la clonación de seres humanos. 

Es menester aclarar, sin embargo, algo que a veces no se tiene en cuenta al hablar de estos temas. Cuando se dice que las personas no deben ser jamás duplicadas como si fueran “fotocopias vivientes”, en ocasiones no se valora correctamente el hecho de que en el desarrollo de la persona humana no sólo intervienen los factores genéticos heredados sino también, y de forma decisiva, todo el conjunto de circunstancias interhumanas y medioambientales que la van a rodear a lo largo de la vida. El clon no sería nunca una fotocopia de otra persona porque la condición moral, la voluntad y la libertad no vienen determinadas por los genes. No puede haber dos individuos que sean moralmente idénticos. El libre albedrío característico de cada ser humano no está ni en los genes ni tampoco en las experiencias que se han vivido. Conviene reconocer, por tanto, que la clonación no eliminaría la voluntad de alguien, en el sentido de obligarlo necesariamente a que actuara como su progenitor. 

La Biblia enseña que el ser humano es materia y es espíritu y no podemos caer en el error de reducirlo todo a pura materia. En el supuesto de que alguna vez se llegara a clonar personas, cosa que no nos parece éticamente correcta, dos clones que fueran genéticamente idénticos y que hubieran sido educados por los mismos educadores y en el mismo ambiente, podrían ser muy diferentes en inteligencia, carácter, personalidad y también desde el punto de vista moral. Uno podría ser un santo y otro el mismísimo diablo porque la libertad no viene escrita en ningún gen. Jamás existirán las fotocopias humanas porque cada persona es única, irrepetible y responsable de sus propios actos. 

No obstante, cada individuo sigue teniendo también necesidad de pertenencia, de filiación, de identidad, de confianza y de aceptación por parte de los demás. Todo esto podría desaparecer con la clonación. A veces se defiende ésta señalando, como se ha visto, que de esta forma se mejoraría el patrimonio genético de la humanidad.  Es cierto que las nuevas tecnologías contribuirán seguramente a mejorar la salud humana. Sin embargo, mejorar de verdad, lo que se dice mejorar, el hombre sólo puede hacerlo de una manera. Relacionándose con Dios y respetando su voluntad. Cuando la criatura humana aprenda a mantener unas relaciones sanas con Dios, con sus semejantes y con la naturaleza, entonces y solo entonces se podrá afirmar, con propiedad, que la humanidad ha mejorado. 

Entretanto, mientras se siga permitiendo que esa otra clonación cultural, la del consumo, la de la sumisión a las ideologías del pensamiento único, la del individualismo y conformismo, invada la conciencia humana, las personas seguirán siendo clones idénticos en ideas, en pensamiento y en actitud frente a la vida. Muchas criaturas rechazan la clonación genética pero viven sin darse cuenta en otra auténtica clonación de comportamiento. Y esta crisis de reflexión personal produce sociedades homogéneas y grises, pobladas de seres idénticos entre sí que sólo responden a los estímulos de esa religiosidad profana que es el deporte de masas, la moda o la publicidad. El Evangelio propone sin embargo otra actitud diferente. El inconformismo cotidiano, la búsqueda constante, la inquietud intelectual, la costumbre de escudriñarlo todo con el fin de retener aquello que sea bueno, el gusto por la variedad y la diversidad, la sensibilidad social y la solidaridad con el necesitado. También se debería rechazar este otro tipo de clonación.