No es justo responder con fórmulas gastadas a los desafíos que nos propone un Dios creativo.
En pocas líneas, René Padilla resumió el objetivo y forma de hacer misión cristiana. En el último libro que coordinó y del cual escribió el prólogo (Raíces de un Evangelio integral. Misión en perspectiva histórica, Ediciones Kairós, Buenos Aires, 2020), Padilla aseguró: “El llamado a la misión integral es esencialmente el llamado a prolongar el ministerio de Jesucristo a lo largo de la historia hasta el fin del mundo”. De tal afirmación, acorde con las Escrituras, se desprende todo un programa misional en el que se borran las murallas entre lo sagrado y lo secular.
¿Quiénes somos? ¿Para qué somos? Son preguntas que deben responder de forma dinámica las comunidades cristianas. Las anteriores interrogantes tienen que ver con identidad y misión. Para contestarlas es necesario un conocimiento amplio de la Biblia, y tener en cuenta que nuestro entendimiento y práctica de los principios bíblicos amplían tanto el perfil identitario como la exteriorización de las creencias.
Las preguntas mencionadas fueron objeto de reflexión por parte de René Padilla durante décadas. Una forma de abordar la obra escrita y publicada de René sería investigar cómo iba entendiendo el ser y quehacer de la Iglesia cristiana. Desde su libro El Evangelio hoy (Ediciones Certeza, Buenos Aires, 1975) hasta el pequeño volumen Una Iglesia capaz de volver a pensar la misión (Ediciones Kairós, Buenos Aires, 2017) y pasando por Misión integral: ensayos sobre el Reino y la Iglesia (Nueva Creación, Grand Rapids, 1986, la tercera edición ampliada es de Ediciones Kairós, 2012), René se dio a la tarea de escudriñar la rica enseñanza bíblica sobre en qué consiste la misión cristiana. El tema es toral en la reflexión bíblico/teológica del autor.
En Una Iglesia capaz de volver a pensar la misión, René presenta de forma compacta y con un acercamiento un tanto narrativo sus hallazgos sobre la identidad y misión del pueblo de Dios. El formato elegido por el autor se debe a que el material está dirigido a las comunidades cristianas interesadas en estudiarlo ya sea en cursos congregacionales o grupos de lectura.
Los trece capítulos del libro son breves, redactados como indican los cánones del periodismo (aunque la obra de René no es periodística), ya que la redacción es precisa, concisa y maciza. Los capítulos son: 1) Después de Pentecostés, una iglesia misionera. 2) ¿Cómo entender Pentecostés? 3) Pentecostés: el nacimiento de una comunidad. 4) Toda la iglesia es misionera. 5) Misión y cruce de fronteras. 6) Las iglesias locales y la misión mundial. 7) El éxito numérico y la fidelidad al Evangelio. 8) Misión y unidad de la Iglesia. 9) Las misiones y el dinero. 10) La predicación del “evangelio de la prosperidad”. 11) La Iglesia y los grupos de koinonia. 12) Educación teológica para la misión. 13) El amor al poder y el poder del amor. Incluye un apéndice titulado “viñetas de una iglesia sierva”, además después de cada apartado hay preguntas para conversar en grupo.
Las palabras iniciales del prólogo, autoría de Pablo Alaguibe, capturan bien la esencia del libro escrito por René Padilla: “Porque el mundo cambió. Y sigue cambiando. Porque el dolor cambió. Y duele igual que siempre, pero con causas nuevas y cada día más perversas, Porque crecen el hambre y la sed de compasión, de consuelo, de amor y compañía. Por eso es necesario volver a pensar la misión. Y por muchas razones más. Porque no es justo responder con fórmulas gastadas a los desafíos que nos propone un Dios creativo. Porque cada generación de cristianos tiene el deber de actualizar los modos de su fidelidad al llamado de Jesús”.
Cuando en la mayoría de las iglesias evangélicas se tiene un entendimiento reduccionista de la misión cristiana, es imprescindible reiterar que la misión, si quieres ser fiel al Evangelio de Jesús, debe ser contextualizada, encarnada en la realidad vivida por la población latinoamericana. Esta verdad pudiese considerarse por algunos como evidente, pero no es así ya que lo más difundido por las comunidades neo evangélicas tiene que ver más con recetas espiritualizantes y menos con la espiritualidad del Evangelio, espiritualidad que es holística.
Tras desarrollar lo que el Nuevo Testamento muestra sobre cómo fueron surgiendo las primeras comunidades cristianas, principalmente por acciones de creyentes comunes (hay que releer con esta óptica los documentos neotestamentarios), el doctor Padilla hace una cita de Justo González que resume los alcances de un movimiento avivado por las bases: “La mayor parte de la expansión del cristianismo en los siglos que anteceden a Constantino tuvo lugar, no gracias a la obra de personas dedicadas exclusivamente a esta tarea, sino gracias al testimonio constante de cientos de miles de comerciantes, de esclavos y de cristianos condenados al exilio que iban dando testimonio de Jesucristo dondequiera que la vida les llevaba, y que iban creando así nuevas comunidades en sitios donde los misioneros ‘profesionales’ no habían llegado aún” (p. 33). Quien quiera profundizar en el conocimiento de esta forma de difusión del cristianismo, la que bien podríamos llamar “desclericalizada”, hará bien si estudia la obra del teólogo anabautista/menonita Alan Kreider, La paciencia. El sorprendente fermento del cristianismo en el Imperio romano (Ediciones Sígueme, Salamanca, 2017).
Me parece que la comprensión misiológica de René Padilla paulatinamente se fue identificando, por decirlo en términos de opción social y política, con postulados de izquierda. Pero es importante subrayar que su compromiso con los marginados y excluidos nace de su comprensión bíblico/teológica, y no de una ideologización política de los escritos bíblicos. Pongo el siguiente ejemplo: “Algo anda mal con nuestro concepto de la misión cristiana si creemos que en América Latina es posible evadir el cruce de la frontera que nos separa de las grandes mayorías, a las cuales estamos llamados a manifestar el amor de Dios en palabra y acción. Y si algo es claro sobre la base del testimonio histórico registrado en el Nuevo Testamento, es que la preocupación de Jesús por los pobres lo envolvió en un conflicto con las autoridades político-religiosas de su tiempo, un conflicto que culminó en la cruz. Obviamente, la encarnación es inseparable de la cruz. Y no hay misión integral si no hay disposición a pagar el costo del discipulado” (p. 41).
En síntesis, la propuesta de René Padilla es radical, argumenta en favor de volver a las raíces, regresar a lo normado en la Palabra sobre la temática de su libro y seguir el ejemplo misional de Jesús. Es así porque en la Revelación progresiva de Dios la encarnación del Mesías es el paradigma que deben seguir quienes le confiesan como Señor y Salvador. Él, y nadie más, es el anclaje para la identidad y misión de las comunidades cristianas.
El talante pentecostal de la Iglesia se muestra con la “creación de una nueva humanidad en que Dios ‘democratiza’ la experiencia del Espíritu Santo y, consecuentemente, hace posible que todos los miembros de la Iglesia participen por igual en la proclamación de las buenas nuevas de salvación en Cristo”. Desde esta perspectiva, escribió Padilla, “lo más probable es que la iglesia a la cual Pablo dirige su carta conocida como Romanos sea el resultado de las labores de ‘laicos’ procedentes de varios lugares del Imperio”. Desde los márgenes y, en gran medida, por los desposeídos el Evangelio del Reino llegó al centro hegemónico de entonces. ¿En los actuales flujos migratorios que vemos, oportunidades de servir según el modelo de Jesús o amenazas de indeseables que hacen peligrar los altos niveles de vida de sociedades rendidas ante el consumismo desenfrenado?
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