Dios rechaza la esclavitud y su propósito fundamental no es tanto reformar las prácticas sociales de una determinada época sino mostrar su plan general de salvación.
La esclavitud se daba en casi todas las culturas de la antigüedad y en todos los continentes. El Código de Hammurabi, del segundo milenio antes de Cristo en Mesopotamia, ya contiene referencias a la institución de la esclavitud. Las distintas civilizaciones, egipcia, persa, griega, romana, israelita, china, maya, azteca, india, etc., poseían esclavos que generalmente eran apresados en las guerras. Algunos filósofos clásicos, como Aristóteles y otros, veían la esclavitud como algo natural ya que el desarrollo de la democracia requería de mano de obra para la construcción, la agricultura y los diferentes oficios.
Por tanto, la esclavitud tenía una función eminentemente económica y no se entendía tanto como una cuestión de discriminación racial. Se cree que en la Grecia clásica casi las tres cuartas partes de la población eran esclavos. Mientras que el resto, los hombres libres, ejercían la política o la filosofía. Había esclavos domésticos que vivían en los hogares de sus amos y se dedicaban a las tareas del hogar o del campo; esclavos públicos que podían ejercer de policías, conserjes o barrenderos y esclavos de guerra que ocupaban los peores puestos, como mineros o remeros en los barcos.
Sin embargo, la práctica de la esclavitud adquirió connotaciones claramente racistas a partir del siglo XVI d. C. ya que, durante los tres siglos siguientes, doce millones de africanos fueron apresados por negreros sin escrúpulos, encadenados y enviados en barcos a América para trabajar como mano de obra barata. Las malas condiciones en que viajaban provocaron que muchos perecieran en la travesía. Algunos esclavistas creían que los negros no eran verdaderos seres humanos sino una especie diferente que carecía de alma y, por tanto, de espiritualidad. A pesar de las leyes promulgadas en años posteriores para la abolición de la esclavitud en el mundo, todavía hoy en el siglo XXI sigue habiendo esclavos en algunos países.
La Biblia posee muchas referencias a la esclavitud en el mundo antiguo y, aunque no la condena abiertamente, procura regular su práctica para hacerla más humana tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. El hebreo arruinado podía venderse a sí mismo como esclavo a otro hebreo durante un máximo de seis años para luego recuperar su libertad (Dt. 15:12-15). Sin embargo, la esclavitud en la Biblia no estaba basada en la raza, el color de la piel o la nacionalidad sino más bien en la economía o el estatus social. Cuando alguien contraía deudas que no podía pagar, decidía hacerse esclavo para que el amo cubriera todas sus necesidades. No resultaba infrecuente ver a personas con estudios, como médicos, abogados o políticos, que eran esclavos.
Sin embargo, las Escrituras condenan la esclavitud basada en la supuesta inferioridad de una etnia o raza sobre otra ya que entiende que todas las personas fueron creadas a imagen y semejanza de Dios (Gn. 1:27). El creador “de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres” (Hch. 17:26) por lo que en el Antiguo Testamento se condena la práctica del robo de seres humanos para esclavizarlos e incluso tal acción se llega a castigar con la pena de muerte (Ex. 21:16). Igualmente, en el Nuevo Testamento, se coloca en la lista de los impíos y pecadores a quienes trafican con personas y las esclavizan (1 Ti. 1:8-10). Dios rechaza la esclavitud y su propósito fundamental no es tanto reformar las prácticas sociales de una determinada época sino mostrar su plan general de salvación, que es capaz de cambiar el corazón de las personas en todas las épocas.
Algunos autores han censurado el comportamiento del apóstol Pablo ante este problema social, en el sentido de que no realizó ninguna condena formal de la esclavitud, ni se opuso a ella o fundó ningún movimiento que militara a favor de su abolición. Sin embargo, lo que sí afirmó Pablo fue que todos aquellos que se bautizaban en Cristo se convertían en hijos de Dios por la fe en Jesucristo y que, a partir de ese instante, ya no hay judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay varón ni mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús y… herederos de Abraham conforme a la promesa (Gál. 3:28-29). Es decir, Pablo reconoce que la esclavitud, así como el racismo o la discriminación sexual carecen de toda justificación en el ámbito de la fe cristiana. A quienes se convirtieron a Cristo siendo esclavos les dice: ¿Fuiste llamado siendo esclavo? No te preocupes; pero si puedes hacerte libre, por supuesto procúralo. Porque el que en el Señor es llamado siendo esclavo, es hombre libre en el Señor. De igual manera, también el que es llamado siendo libre, es esclavo del Señor (1 Co 7:21-22).
Es cierto que Pablo no se enfrentó a los poderes políticos de su tiempo reclamando la abolición de aquella lacra social que tanto nos repugna desde la mentalidad de hoy. Quizás si lo hubiera hecho, su carrera como apóstol de los gentiles se habría visto truncada prematuramente, ya que semejante reivindicación se pagaba con la vida. No debe olvidarse que Roma basaba la economía de su imperio en la mano de obra barata que suponían los esclavos. Piénsese por ejemplo en la rebelión de los mismos que se refleja en la famosa película Espartaco y las importantes consecuencias sociales que supuso para el Imperio romano. La causa de la abolición de la esclavitud no era la causa de Pablo.
Cuando el ser humano experimenta la gracia de Dios y se transforma por medio de la renovación de su entendimiento, llega a comprender la maldad inherente que hay en esclavizar a otro ser humano. De ahí que los cristianos debamos estar siempre contra toda esclavitud del hombre por el hombre.
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