No me abandones

Caminaba junto al mar y pensaba en ti, me acompañabas y sentía tu presencia, invisible y real. De repente me invadió el miedo de perderte y me asusté. Soy tan feliz a tu lado, sintiendo todo lo que me regalas, rodeada de tu esencia, duplicando tus dones. Respiraba tu aire y me invadía la dicha.

Te supliqué que no me abandonaras, que la crudeza de la vida no te alejara de mí, que la crueldad no te hiriera de muerte y murieras por siempre. Y te rogué, casi con desgarro: no me abandones, por favor, no me dejes huérfana de ti, no te alejes de mi lado y pierda tu calor. Necesito tu abrazo diario, tus amaneceres brillantes y los ocasos dulces. La vida sin ti se torna oscura, el color se desvanece y la apatía lasciva se levanta con altivez. No me niegues tu voz, ese sonido tierno que me sabe mecer, que me acuna cuando siento miedo y me protege de la aridez. No cierres tus puertas abiertas, el espacio por el que entra la brisa fresca de tu ser.

Tómame de la mano, apriétala fuerte y no la sueltes jamás, caminemos siempre a la par. Dibuja la curvita de mis labios y ponle el carmín de tus colores. Dame de beber tu néctar, embriágame de tu olor. Ocupa mi mente, mis sentimientos, mis ojos, mi piel. Elévame por encima de las nubes grises, resguárdame de la lluvia de tristezas, de las atormentadas pesadillas donde siempre me pierdo y sálvame de los naufragios de las lágrimas.

Cúbreme con tu manto, bajo tus alas, guárdame en el hueco de tus manos, que las tinieblas no me puedan tocar. Levanta vallado contra la insolente locura, provoca una inundación de dulzura.

Te necesito en mi vida, no me abandones, querida ternura.

Me tomaste de la mano derecha.

Me has guiado según tu consejo,

Y después me recibirás en gloria.

¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti?

Y fuera de ti nada deseo en la tierra.

Mi carne y mi corazón desfallecen;

Mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre.

– Sal 73:23b-26