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¿Principio o eternidad?

La Biblia presenta a un único Dios, frente al politeísmo primitivo mesopotámico, y afirma que el mundo tuvo un principio, en contra de la idea de eternidad de la materia acuosa que tenía esta religión.

CONCIENCIA AUTOR 87/Antonio_Cruz 17 DE JULIO DE 2021 10:00 h
Foto de la [link]NASA[/link] en Unsplash CC.

La Biblia empieza diciendo que “en el principio creó Dios los cielos y la tierra”. Es decir, que hubo un inicio temporal del mundo a partir de la nada. El verbo hebreo “crear” (= bara) se refiere siempre a “algo radicalmente nuevo” que antes no existía. Según la Escritura, el universo fue creado de la nada por el Dios trascendente y único que preexistía antes, fuera y sobre todas las cosas. Los seres creados no emanan de la divinidad, como decían otras religiones de la época, sino que son expresión de la voluntad de Dios manifestada en su palabra (dixit, et facta sunt, “dijo y fue hecho”). 



Sin embargo, esta concepción bíblica de la creación temporal a partir de la nada contrastaba notablemente con las creencias de las demás religiones que rodeaban al pueblo elegido por Dios. Para estas otras tradiciones, el mundo era eterno y se habría originado a partir de un caos preexistente que no tuvo principio. Por ejemplo, en los textos mesopotámicos del Poema de la creación, llamado también Enuma elish (que significa, “Cuando en lo alto”, las dos primeras palabras del Poema), el mundo se forma a partir de dos principios eternos coexistentes: las aguas dulces de los ríos (apsû) y las aguas saladas marinas (tiamât). De la unión de estas dos clases de aguas surgen los tres primeros dioses: Anu, dios del cielo, Enlil, dios de la tierra y Ea, dios del mar.[1]



Los hijos de estos dioses lucharán entre ellos porque anhelan vivir en libertad y finalmente Marduk (dios de Babilonia) vence y mata al dios Tiamat, lo parte en dos mitades, como si fuera un pescado, de una parte hace el cielo y de la otra la tierra. Algunos autores creen que el relato bíblico de la creación sería una copia de este poema mesopotámico. Sin embargo, esta opinión carece de fundamento sólido ya que las diferencias entre ambos son abrumadoras. La Biblia presenta a un único Dios, frente al politeísmo primitivo mesopotámico, y afirma que el mundo tuvo un principio, en contra de la idea de eternidad de la materia acuosa que tenía esta religión. 



Otro ejemplo de la creencia en la eternidad de la materia, que imperaba en el mundo antiguo, es el que aporta la religión egipcia. La cosmología de Egipto suponía también la preexistencia de una masa acuosa eterna, el agua tenebrosa y abismal, llamada Nou, en la que existían los gérmenes de todas las cosas. Los egipcios creían que de esa masa acuosa salió el huevo cósmico, que dio origen al dios solar Ra (según la escuela de Heliópolis) o al dios Toth (según la escuela de Hermópolis). Luego, esta divinidad formó a otros dioses que unidos crearon, a su vez, todo el universo. De manera que, tanto los babilonios como los sumerios y los egipcios creían en la eternidad de la materia, mientras que los hebreos por el contrario aceptaban, tal como afirma la Biblia, que hubo un principio de todas las cosas materiales. Según la Escritura, Dios es eterno pero la materia es finita porque fue creada por él junto con el tiempo y el espacio. 



También los filósofos griegos como Aristóteles (384-322 a.C.) y Platón (427-347 a.C.) creían que la materia, el movimiento y el tiempo habían existido eternamente. Estas ideas opuestas a la Biblia, acerca de la eternidad del universo, se mantuvieron durante milenios y fueron asumidas por la ciencia hasta bien entrado el siglo XX. Durante la época moderna, la creación a partir de la nada se consideraba como una idea religiosa contraria a la ciencia. Los científicos creían que la energía (que después de Einstein sabemos que energía y masa o materia son equivalentes) ni se crea ni se destruye sólo se transforma. Por tanto, el mundo material tenía que ser eterno. 



Sin embargo, a principios del pasado siglo, algunos físicos y matemáticos como el ruso Aleksandr Fridman (1888-1925), el sacerdote belga Georges Lemaître (1894-1966), el estadounidense Howard P. Robertson (1903-1961), el británico Arthur G. Walker (1909-2001) y posteriormente el ucraniano George Gamow (1904-1968) propusieron y desarrollaron aspectos de la famosa teoría del Big Bang, aceptada generalmente en la actualidad, que afirma que el universo tuvo un principio a partir de una singularidad inicial. La llamada “métrica de Fridman-Lemaître-Robertson-Walker” o el “modelo FLRW” describe un universo en expansión, homogéneo e isótropo según las ecuaciones de Einstein de la relatividad general.



Aparentemente esta teoría cuadraba bien con la creación ex nihilo que plantea la teología bíblica y parecía demostrar el relato de la creación. El propio papa Pío XII llegó a creer que el Big Bang podía ser una demostración científica de la creación y, después de él, muchos han venido manteniendo esta posibilidad hasta el día de hoy. Sin embargo, esto planteaba una cuestión de fondo. ¿Hasta qué punto puede la ciencia responder a las preguntas finales acerca del origen de todas las cosas? ¿Puede Dios ser reducido a una simple hipótesis científica? ¿Es capaz el conocimiento humano de explicar el milagro por excelencia? ¿Se podrá saber alguna vez si el mundo es eterno o no?



Tales cuestiones no son nuevas. Tomás de Aquino se las planteó ya en el siglo XIII en su Summa Theologiae y concluyó que no es posible probar racionalmente que el mundo no haya existido siempre. En su opinión, se puede llegar a la conclusión de que el universo fue creado, pero nunca se podrá demostrar si tuvo principio o no. Él distinguía entre creatio originans, o que el mundo tuvo principio, y creatio ex nihilo, que el mundo fue creado. La diferencia entre ambas era que el universo creado podía ser eterno. Dios lo podría haber hecho desde la eternidad, otorgándole su propio atributo divino. Por tanto, aunque el cosmos fuera eterno continuaría necesitando a Dios como la causa primera. Esto significa que, tanto si hubo principio como si no, el universo requiere una causa original y, para Tomás de Aquino, esa causa es el Dios creador que se revela en la Biblia. A pesar de todo, el gran teólogo medieval creía que el cosmos tuvo un principio, tal como afirma la Escritura.



Algunos cosmólogos creen hoy que el universo no tuvo principio sino que es eterno. Para lo cual se ven obligados a decir que el Big Bang no fue una singularidad inicial ya que la física trata de procesos y siempre tiene que haber algo que ya exista para que pueda transformarse en otra cosa diferente. En su opinión, desde la perspectiva científica no tiene sentido decir que no había nada y después surgió todo. Pero, como la relatividad general es incapaz de explicar las condiciones iniciales del Big Bang, de momento, no es posible determinar si el cosmos es o no eterno. A pesar de esto, hay pocas dudas entre la mayoría de los investigadores, de que el universo se está expandiendo. Se considera que la llamada “radiación cósmica de fondo” es una especie de “luz fría” residual que evidencia que, en un remoto pasado, hubo una Gran Explosión y que actualmente el universo sigue expandiéndose, cada vez más rápido. La mayoría de los cosmólogos creen que la creación fue una “singularidad” (una frontera primordial) más allá de la cual no podemos conocer nada desde las ciencias naturales.



La física es incapaz de describir el milagro de la creación. Todo lo que puede hacer es explicar cómo unos estados físicos pueden transformarse en otros diferentes. Nada más. Ninguna investigación humana podrá dar razón de la aparición absoluta del ser, según la creatio ex nihilo. Ni la física ni la cosmología nos podrán proporcionar un modelo semejante. Sin embargo, tal como afirma el físico y filósofo, Francisco José Soler Gil: “La cosmología actual facilita al teólogo la comprensión, la exposición y la defensa de la doctrina de la creatio ex nihilo, aunque no pueda llegar a demostrarla”.[2] 



De manera que “principio” y “eternidad” son dos conceptos sobre los que el ser humano ha venido debatiendo desde la noche de los tiempos. Es evidente que la Biblia se refiere expresamente al primero. La cuestión es: ¿cómo se forjó esta idea en la mente de los escritores bíblicos, teniendo en cuenta que estaban rodeados por culturas que creían en la eternidad de la materia? ¿Se les ocurrió a ellos o tuvieron una revelación? Personalmente me inclino por la segunda opción.



 



Notas



[1] García Cordero, M. 1977, Biblia y legado del Antiguo Oriente, BAC, Madrid, p. 7.



[2] Soler Gil, F. J. 2014, Dios y las cosmologías modernas, BAC, Madrid, p. XXVIII.


 

 


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COMENTARIOS

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Antoine
18/07/2021
22:45 h
1
 
La métrica FLRW no es valida para densidades demasiado altas, porque la Relatividad General no lo es. De modo que no, "la famosa teoría del Big Bang NO afirma que el universo tuvo un principio a partir de una singularidad inicial". El autor no entiende lo que es el Big Bang.
 



 
 
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