Las dos decidieron romper el yugo que las maniataba, iniciaron el camino de su liberación y aprendieron a leer la Biblia para comprenderse mejor a sí mismas y al mundo circundante.
Una es maya, la otra afroamericana. Separadas por el tiempo, comparten condiciones de marginalidad. Ambas han sufrido discriminación, les fue negado el acceso a la posesión de la herramienta cognitiva que es aprender a leer. Las dos decidieron romper el yugo que las maniataba, iniciaron el camino de su liberación y aprendieron a leer la Biblia para comprenderse mejor a sí mismas y al mundo circundante.
María Luisa Paredes Durán, del municipio de Muna, en Yucatán, México, tuvo una infancia de muchas carencias. Narra: “Nunca creí que podría tener estudios, pues desde chica mi mamá y abuela me enseñaron a dedicarme a las labores del hogar, entonces me animé a entrar a la escuela motivada porque pudiera solita leer la Biblia”. En 2018 tomó la decisión de inscribirse para cursar estudios primarios, los cuales logró concluir hace unos días. Doña María Luisa, de setenta años, elabora y vende platillos regionales. Una de sus clientas, profesora, le comentó del programa escolar para adultos mayores y fue entonces que la señora Paredes Durán se inscribió con la intención de aprender a leer.
No solamente logró su objetivo inicial, sino que los estudios tuvieron efectos adicionales: “Me siento muy orgullosa de este logro que también le da felicidad a mi familia, antes, mis nietos o mi hijo me ayudaban a leer la biblia, ahora yo me acerco cuando hacen su tarea y le entiendo, es una gran oportunidad que nos brindan a los viejitos como yo […] Nunca es tarde para aprender y acudir a esta escuela me ha cambiado la vida, ahora actividades como leer, hacer el mandado [ir de compras al mercado] y otras cosas ha sido más fácil desde que estudio” (ver más aquí).
[photo_footer]Doña María Luisa Paredes Durán, al recibir el certificado de escolarización primaria.[/photo_footer]
Ahora doña María Luisa, como ella dice, “lee solita la Biblia”, es decir, ya no depende de otro(a)s para encontrarse con la riqueza de la Palabra. Imagino que, con el apetito de aprender más, ella al encontrarse con palabras desconocidas indaga el significado de las mismas, incorpora vocablos que develan nuevas realidades. Escudriñar los Salmos, sentarse a los pies de Jesús mediante la lectura de los evangelios, dialogar con Pablo en las cartas que hizo llegar a comunidades cristianas, asombrarse con la riqueza de imágenes a las que recurrió Juan en el Apocalipsis, son tesoros que la nueva lectora puede aquilatar al meditarlos en su corazón.
Frances Ellen Watkins Harper (1825-1911), hija de esclavos libertos, primera afroamericana en publicar un cuento (que en inglés llaman short story), que tituló Two Offers y apareció en 1859, en la revista Anglo-African Magazine. Luchó contra la esclavitud y en favor del sufragio femenino. A los tres años quedó huérfana y sus tíos la adoptaron. A los trece años Frances entró a trabajar como niñera y costurera de una familia blanca poseedora de una librería. Entonces se le presentó la posibilidad de leer, floreció en ella el amor por los libros y su tiempo libre lo pasaba entre los estantes y volúmenes de la librería.
A los veintiún años Frances publicó su primer libro de poemas, Forest Leaves. Su poesía está infiltrada de remembranzas e imágenes bíblicas. Por otra parte, ella sabía bien del uso ideológico que los esclavistas le daban a ciertos pasajes bíblicos para justificar los horrores de la esclavitud. Así lo expone en el poema Bible Defense of Slavery. Los defensores del ominoso esclavismo estaban conscientes del poder de aprender a leer, por ello negaban el acceso a las letras a hombres y mujeres bajo su posesión. Incluso expurgaban las biblias de pasajes peligrosos, de secciones que narraban sucesos libertarios.
En el fascinante libro de Allen Dwigth Callahan, The Talking Book. African Americans and the Bible (Yale University Press, 2006), el autor traza la poderosa influencia de la Biblia en el imaginario y la cultura de la población afroamericana de los Estados Unidos. Se trata del “libro que habla”, que interpela y conmueve a sus lectores(a)s, quienes al recorrer sus páginas son transformados y son agentes de transformación. Esto la sabía la poeta Frances E. W. Harper y lo dejó bellamente plasmado en “Learning to Read”. Precisamente fue en la obra The Talking Book donde por primera vez leí unas líneas del poema mencionado. Fue entonces cuando busqué conocer el poema en su totalidad, leerlo íntegramente fue un a experiencia estética y espiritual que me sacudió. Reproduzco el poema, pero no me atrevo a traducirlo porque hacerlo correctamente implica no solamente saber inglés, que sí lo sé, pero, además ser poeta para encontrar el ritmo y las palabras equivalentes en español. Yo no soy poeta, por lo cual solamente me ciño a compartir los versos de una mujer que se sintió elevada por el milagroso acto de leer la Palabra.
[photo_footer]Ellen Watkins Harper, poeta y activista contra la esclavitud.[/photo_footer]
Learnig to Read
Very soon the Yankee teachers
Came down and set up school;
But, oh! how the Rebs did hate it,—
It was agin’ their rule.
Our masters always tried to hide
Book learning from our eyes;
Knowledge did’nt agree with slavery—
’Twould make us all too wise.
But some of us would try to steal
A little from the book.
And put the words together,
And learn by hook or crook.
I remember Uncle Caldwell,
Who took pot liquor fat
And greased the pages of his book,
And hid it in his hat.
And had his master ever seen
The leaves upon his head,
He’d have thought them greasy papers,
But nothing to be read.
And there was Mr. Turner’s Ben,
Who heard the children spell,
And picked the words right up by heart,
And learned to read ’em well.
Well, the Northern folks kept sending
The Yankee teachers down;
And they stood right up and helped us,
Though Rebs did sneer and frown.
And I longed to read my Bible,
For precious words it said;
But when I begun to learn it,
Folks just shook their heads,
And said there is no use trying,
Oh! Chloe, you’re too late;
But as I was rising sixty,
I had no time to wait.
So I got a pair of glasses,
And straight to work I went,
And never stopped till I could read
The hymns and Testament.
Then I got a little cabin
A place to call my own—
And I felt independent
As the queen upon her throne.
Dice el poema que los amos siempre procuraban esconder la Biblia de los ojos de los esclavos, y éstos, como el tío Caldwell, echaron mano de argucias para evadir la prohibición. Cloe, pese a quienes le decían ya era vieja para aprender a leer la Biblia, tenía sesenta años, ayudada por gafas, desentrañó las líneas de los Salmos y otros libros bíblicos. De tal manera que “Then I got a little cabin/ A place to call my own—/ And I felt independent/ As the queen upon her throne”.
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