¿No es lógico pensar que nuestras mentes finitas evidencian la existencia de una mente superior que las creó?
El doctor Thomas Nagel, filósofo agnóstico y profesor en la Universidad de Nueva York, dice que nuestra comprensión actual del universo no puede ser explicada en términos puramente naturalistas.[1] Según su opinión, no tendría sentido creer que los seres humanos son capaces de entender el cosmos, si su conciencia sólo fuera el producto de procesos evolutivos ciegos desde la materia inanimada, como los que propone el darwinismo. Semejante naturalismo ateo, no puede explicar adecuadamente por qué las personas son seres racionales y por qué sus razonamientos son veraces, certeros o dignos de confianza. Sería necesario -asegura Nagel- buscar otras alternativas más coherentes e imaginativas.
Lo que quiere decir este prestigioso filósofo neoyorquino es que si el ser humano hubiera evolucionado de los simios y de otros animales inferiores, como generalmente se acepta hoy, su capacidad para pensar y entender científicamente la realidad del mundo, sería también el producto de las leyes de la evolución y el azar. La singular conciencia del hombre se habría originado sólo gracias a las mutaciones en el ADN y la selección natural de las mismas. Pero entonces, ¿se podría confiar en la veracidad de los razonamientos humanos? ¿No serían éstos también el producto de la casualidad? Si todo evoluciona sin ningún tipo de intencionalidad, ¿cómo podemos estar seguros de que nuestras conclusiones “racionales” sean verdaderas y no el mero producto del azar? ¿Podríamos fiarnos de los descubrimientos, las teorías y las afirmaciones hechas por el hombre?
El Dr. Nagel, al reflexionar acerca de todo esto, en medio del actual clima del naturalismo científico dominante, aporta un toque de originalidad al debate entre el teísmo y el ateísmo, desde su posición agnóstica. Asegura que es necesario seguir buscando respuestas a esta cuestión porque las explicaciones darwinistas son muy especulativas y, al querer explicarlo todo, resulta que no son satisfactorias. Pretenden ser científicas cuando, en realidad, son explicaciones puramente metafísicas y, por tanto, no demostrables. De manera que sería un gran avance para nuestra cultura contemporánea el que pudiera despojarse del materialismo y del “darwinismo de las brechas” que, cual “dios tapagujeros”, pretende explicar todos los fenómenos de la naturaleza.
En la conclusión de su libro escribe: “He tratado de mostrar que este enfoque (naturalismo darwinista) es incapaz de proporcionar una explicación adecuada, ya sea constitutiva o histórica, de nuestro universo. Sin embargo, estoy seguro de que mi propio intento de explorar alternativas es demasiado carente de imaginación”.[2] Nagel confiesa que no tiene respuestas naturales para explicar racionalmente el origen espontáneo de la vida y de la conciencia humana en el universo. Y añade: “Es perfectamente posible que la verdad esté fuera de nuestro alcance, en virtud de nuestras limitaciones cognitivas intrínsecas, y no simplemente fuera de nuestro alcance en la etapa actual de desarrollo intelectual de la humanidad”. Finalmente augura que el consenso actual del pensamiento darwinista llegará a parecer ridículo en una o dos generaciones.
Ahora bien, cuando todas las interpretaciones naturalistas fracasan, a la hora de explicar realidades como la conciencia humana, ¿no será razonable buscar otro tipo de argumentos no naturales? ¿No es lógico pensar que nuestras mentes finitas evidencian la existencia de una mente superior que las creó? Después de comprobar que la conciencia humana no puede ser solamente el resultado del reordenamientos de los átomos, ¿acaso no es legítimo creer que un Ser consciente la haya generado? Y, si somos el producto de una mente infinitamente superior, ¿no estamos justificados para pensar que existe la verdad y la mentira o que nuestras percepciones del mundo real son ciertas y no el mero producto de una evolución ciega?
El sentido común nos dice que nuestros estados conscientes como las sensaciones, emociones, pensamientos, creencias, deseos y decisiones no pertenecen exclusivamente al ámbito de lo físico porque no se pueden medir, pesar u observar. Son algo interno, íntimo, exclusivamente percibido por el propio individuo que los experimenta. Carecen de los rasgos característicos típicos de los objetos materiales como ubicación y extensión, por lo que no resulta posible su análisis científico y por tanto no pueden tener una explicación natural. ¿Cómo es posible que las partículas materiales o las ondas que se mueven en los campos de fuerza generaran el estado consciente? ¿De qué modo las causas físicas similares lograron producir efectos radicalmente distintos a ellas? ¿No estamos, una vez más, ante algo que aparece de la nada?
El surgimiento de la mente constituye una discontinuidad inexplicable de la naturaleza y aunque se la denomine “emergencia”, dicho término es tan sólo una etiqueta naturalista que no explica en absoluto el fenómeno. Sin embargo, la Biblia afirma que la mente del ser humano tuvo su origen en Dios. El profeta Jeremías pone en boca del creador estas palabras: “Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo” (Jer. 31:33). Nuestra mente trasciende lo puramente material porque hunde sus raíces en el creador sobrenatural.
Notas
[1] Nagel, Th., 2012, Mind & Cosmos, Why the Materialist Neo-Darwinian Conception of Nature Is Almost Certainly False, Oxford University Press, New York.
[2] Ibid.,p. 127.
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