El ajuste fino y la analogía del charco

El famoso principio antrópico en cosmología establece que las leyes del universo son consistentes con la existencia del ser humano en la Tierra. Dicho de otra manera, si nosotros existimos es porque se da un ajuste fino en las constantes cósmicas. La propia existencia de la humanidad, con capacidad para estudiar el universo y hacer ciencia, requiere importantes limitaciones de ciertos números de la física, así como de la estructura e historia del cosmos, la galaxia Vía Láctea, el sistema solar, la Tierra y la biosfera de la misma. No obstante, la polémica surge ante la cuestión del significado de todo esto. ¿Se trata de un ajuste intencionado? ¿Hay una inteligencia detrás del cosmos o se debe todo a una increíble casualidad?

Quienes no aceptan al Dios creador, se decantan por el azar sin propósito y proponen argumentos como la analogía del charco. Dicen que creer que el ajuste fino del cosmos es real y fue diseñado con un propósito es mero antropocentrismo. Un acto de arrogancia humana consistente en pensar que el hombre es el centro de todo. Es como si el agua de un charco dijera que el hoyo donde está aposentada fue diseñado de manera especial para sustentarla precisamente a ella y, por tanto, debería haber alguien inteligente detrás del hoyo. La coincidencia exacta entre la forma del agua y la del hueco que ocupa en el suelo sería indicativa de diseño e intención. Pero, ¿acaso no resulta tal pretensión absurda? ¿No es obvio que todo depende sólo de la gravedad y la fluidez del agua?

A mi me parece que ésta no es una analogía válida. Fundamentalmente porque las características del agua son muy diferentes a las de la vida. El líquido elemento por excelencia, como todo el mundo sabe, se adapta perfectamente a cualquier hueco del suelo, formando charcos después de la lluvia. Esto depende sólo de la fluidez del agua, la fuerza de la gravedad y las irregularidades del terreno. De manera que cualquier depresión o agujero resulta válido para formar un charco. Sin embargo, con la vida es otro cantar. Sus particularísimas propiedades impiden que ésta pueda darse en cualquier mundo. No todos los universos imaginables servirían para albergar vida. Hasta el presente, no se han descubierto seres vivos en ningún otro planeta aparte del nuestro. Aunque los organismos requieran agua para su metabolismo celular, la vida física no es ni mucho menos equiparable al agua. Ésta se adapta a cualquier continente pero la vida no. Incluso la más mínima alteración en las características del cosmos haría que los seres vivos no pudieran existir en la Tierra. Por tanto, la vida no encaja en cualquier “charco” sino que requiere uno exquisitamente preciso y equilibrado. Además, si se piensa en la vida inteligente, los requerimientos se disparan exponencialmente. 

[destacate]Aunque los organismos requieran agua para su metabolismo celular, la vida físico no es ni mucho menos equiparable al agua.[/destacate]A medida que las ciencias del universo avanzan en el conocimiento del mismo, se hace cada vez más evidente que el ajuste fino no es una entelequia sino una realidad patente. El elevado grado de este ajuste nos informa acerca de la gran sabiduría con que se hicieron las leyes del cosmos. No se trata de ninguna explosión caótica como las de la pirotecnia humana sino de otra extraordinaria, de orden y exquisita precisión. Desde los supercúmulos de galaxias hasta la propia Tierra, todo evidencia cuidado y protección hacia la especie humana. Empezando por la precisión con que fueron ajustadas las leyes de la física, el instante mismo en que se produjo el Big Bang, la constante cosmológica, todas las condiciones iniciales y fuerzas fundamentales del universo, el ajuste fino de las partículas subatómicas, la puesta a punto de la Vía Láctea, el sistema solar, el propio Sol, la Tierra, La Luna, el ajuste del espectro electromagnético y hasta el perfeccionamiento de la bioquímica, todo nos habla de una mente divina que hizo las cosas pensando en nosotros. Hay propósito en todo esto. Y, tal como afirma la Biblia, el deseo del Dios creador es que millones de criaturas humanas, así como el resto de la creación, tengan la oportunidad de ser redimidas definitivamente (Ro. 8:20-23). 

No, desde luego que no, la conciencia y espiritualidad humana nunca podrán ser comparadas acertadamente con el agua de un simple charco.