Ni la vida ni los ecosistemas naturales existirían sin esta extraordinaria reacción química que viene ocurriendo silenciosamente desde los orígenes.
Desde el principio de los tiempos, las células de las plantas verdes vienen produciendo su propio alimento sin necesidad de deteriorar el mundo. En vez de contaminar la biosfera con este proceso químico, la limpian y purifican haciéndola mucho más habitable para todos los seres vivos. Como es sabido, por medio de la fotosíntesis o función clorofílica (reacción muy compleja que hasta hoy los científicos intentan replicar en los laboratorios por todo el mundo), la energía solar, el agua, el dióxido de carbono (CO2) de la atmósfera y la singular molécula de clorofila, presente en la mayoría de los vegetales, se combinan para generar azúcar (glucosa) y oxígeno. La materia inerte o inorgánica se convierte así en materia viva u orgánica gracias a la luz solar. Cada año, se obtienen en el mundo unos 100.000 millones de toneladas de carbono en moléculas orgánicas a partir de la actividad fotosintetizadora de las células con pigmentos clorofílicos. Es como una inmensa factoría global que con sólo la luz del Sol fabricara millones de nutritivos sacos de azúcar por todo el planeta.
Tanto las plantas como los animales usan luego este mismo oxígeno liberado en la fotosíntesis para quemar los azúcares y obtener así la energía que necesitamos para vivir. Ni la vida ni los ecosistemas naturales existirían sin esta extraordinaria reacción química que viene ocurriendo silenciosamente desde los orígenes. En este sentido, resultan pertinentes aquellas palabras del apóstol Pedro: “Toda carne es como hierba” (1 P. 1:24) porque, de hecho, toda la carne es hierba, ya que los animales dependen para su alimentación de las plantas que comen o de otros animales herbívoros.
La ciencia no ha conseguido todavía hacer una “fotosíntesis artificial”, aunque se sigue trabajando en ello ya que, si alguna vez se lograra descomponer el agua en moléculas de hidrógeno y oxígeno por medio de la luz solar, se tendría un combustible universal renovable, limpio y barato. ¿Cómo pudo aparecer por primera vez una reacción química tan sofisticada y eficiente como la fotosíntesis que todavía no ha podido ser imitada por la tecnología humana? Desde luego, el azar sin propósito es una suposición que no satisface. Entender cómo ocurre todo el proceso bioquímico en la actualidad tampoco explica cómo se originó al principio. Apelar a expresiones como “las plantas descubrieron, inventaron o evolucionaron para aprovechar la energía solar” no soluciona nada, ya que no dan razón en absoluto de cómo apareció semejante fenómeno.
[photo_footer]Raíz de haba (Vicia faba) donde se aprecian numerosos nódulos formados por células que contienen bacterias fijadoras de nitrógeno.[/photo_footer]
Pero sigamos con la nutrición de los seres vivos. Ni las personas, ni ningún otro organismo (sea vegetal o animal) pueden vivir consumiendo sólo azúcares o glúcidos. Necesitan también -además del carbono, hidrógeno y oxígeno- ciertos elementos químicos como el nitrógeno, fósforo, potasio, azufre, hierro, calcio, magnesio, cobre, manganeso, molibdeno, boro, cinc, etc., que forman parte de las grasas (lípidos) y proteínas de sus cuerpos. ¿De dónde obtienen tales elementos? Pues, asimismo, de los vegetales ya que éstos son la fuente última de los elementos esenciales de todos los animales y de los microbios que finalmente descomponen la materia orgánica. Estos nutrientes esenciales suelen seguir trayectorias o ciclos más o menos complejos a través de los distintos ecosistemas naturales. Uno de los más importantes es el ciclo del nitrógeno ya que, como forma parte de las proteínas, resulta esencial para todos los seres vivos.
[destacate]“La ciencia humana observa y descubre que las bacterias ya sabían desde siempre cómo obtener combustible a partir de la luz solar o del nitrógeno del aire”[/destacate].La atmósfera contiene una elevada proporción de nitrógeno en estado gaseoso (un 78% frente a un 21% de oxígeno y un 1% de otros gases como argón, dióxido de carbono, vapor de agua, etc.). Sin embargo, a pesar de la abundancia del nitrógeno atmosférico, los animales son incapaces de captarlo directamente. Para lograrlo, requieren de nuevo de ciertas plantas y sobre todo de algunos microbios especializados. Las algas azules (cianofíceas) y algunos grupos de bacterias tienen la habilidad de fijar el nitrógeno atmosférico para que los demás seres vivos podamos utilizarlo. Uno de los géneros mejor conocidos de tales bacterias es Rhizobium, ya que sus especies suelen vivir en los nódulos de las raíces de las leguminosas (habas, guisantes, judías, garbanzos, frijoles, cacahuetes, alfalfa, etc.). Son bacterias que establecen una relación de simbiosis con las distintas especies de leguminosas. El microbio le proporciona a la planta el nitrógeno que consigue captar del aire (en forma de amoníaco fertilizante) y ésta le ofrece a cambio los azúcares necesarios para la bacteria. Cuando la leguminosa muere, el resto del nitrógeno queda en la tierra fertilizándola para la siguiente cosecha y constituyendo un autentico abono verde.
[photo_footer]Células de un nódulo de raíz de haba donde viven bacterias fijadoras de nitrógeno en simbiosis (1.000 aumentos).[/photo_footer]
Hace unos 8.000 años, el ser humano se dio cuenta de esta singular propiedad de las plantas leguminosas de enriquecer el suelo con nitrógeno y empezó a sembrarlas en rotación con otros cultivos como los cereales. Hoy sabemos que el secreto de estos vegetales reside en sus microscópicas amigas. Sin bacterias fijadoras de nitrógeno sería imposible la vida en la Tierra tal como la conocemos. El nitrógeno que le roban al aire es fundamental para las moléculas de ADN y ARN que contienen las instrucciones de la vida. También los aminoácidos de las proteínas -las máquinas biológicas- requieren nitrógeno en su constitución, así como esos pequeños motores que hacen todo el trabajo duro de las células, los biocatalizadores. ¿Cómo aprendieron tantas especies de bacterias a convertir el nitrógeno atmosférico en amoníaco asimilable por las plantas? ¿Quién les reveló los misterios de su vital amistad con los vegetales?
Ante la actual necesidad de fuentes limpias y renovables de energía, la ciencia humana observa a los habitantes más diminutos del planeta y descubre que las bacterias ya sabían desde siempre cómo obtener combustible a partir de la luz solar o del nitrógeno del aire. Todo estaba inventado desde la noche de los tiempos. Por tanto, los investigadores sólo tienen que descubrir cómo lo logró el Creador por primera vez y cuáles fueron los caminos que siguió porque, como escribió Juan en el último libro de la Biblia, “grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios Todopoderoso; justos y verdaderos son tus caminos” (Ap. 15:3). Es menester seguir estudiando el mundo natural porque Dios habla también por medio de las plantas y los microbios.
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