Pienso en ese primer abrazo que recibí de Jesús, cuando venía de la nada, cuando estaba herida. Y Él lavó y curó mis heridas.
“Fijemos la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe, quien por el gozo que le esperaba, soportó la cruz, menospreciando la vergüenza que ella significaba…” (Hebreos 12.2, NVI).
No digo nada nuevo debajo del sol; sabido es que cuando osamos desviar nuestra mirada, aunque sea un poquito, de la diana que tenemos delante, de proseguir al blanco, cualquier proyecto que deseemos llevar a cabo se tambalea. Deja de ser viable. Los indicadores que permiten evaluar su eficacia nos revelarán que no se han alcanzado las metas propuestas, que los plazos no se han cumplido, que no hemos sabido administrar los recursos que habían sido confiados a nosotros.
Me siento cargada de júbilo cuando veo renovarse sus misericordias cada amanecer; nuevas son cada día debajo del sol. Cada día es un milagro, digo, cuando aparecen nuevas formas de seguir avanzando, a pesar de la oscuridad de algunos días, de los azotes de los vientos, del fuego amenazador, de la falta de banderas blancas. Y se me enciende la pasión, y me entusiasmo ante la Bondad de mi Señor al ponernos tantos bienes a nuestro cuidado para que los multipliquemos; porque todas estas oportunidades que han salido o van a salir a la luz no surgen por casualidad. Entonces, me postro y le pido que me ayude a ponerme bajo Su dirección, que no desvíe la mirada, que lo que me mueva sea el gozo puesto delante, esa Esperanza con sello de garantía, que es Cristo. Que si recibo talentos, los haga rendir y lo haga para Él y para mi prójimo, esté cerca o lejos, lo conozca o no, sea pobre o rico, me caiga bien o no. Y planifique conforme al modelo de Cristo.
Y de pronto pienso en ese primer abrazo que recibí de Jesús, cuando venía de la nada, cuando estaba herida, con el corazón hecho pedazos, a trocitos, con una carga inmensa... Y Él lavó y curó mis heridas, pero antes me dio un abrazo, gratis, que fue el preámbulo de una vida distinta. Me dijo: “Ya nada será igual. Levántate. Lávate. Cambia. Muévete. Cuenta tu historia. Diles a todos que doy abrazos gratis, pero a diferencia de los suyos, tienen validez eterna. Si tienen sed, les daré de beber, gratis. Tengo un manantial que mana de una fuente que nunca se seca”.
Miras hacia un lado, hacia el otro, y nadie se pelea por ser el primero en recibir ese abrazo ¡gratis! Gratis para ti y para mí, pero no para Él, que tuvo que pagar un alto precio, y sólo por amor. Murió en soledad y humillación, como dice una canción que me emociona y conmueve. Estás a punto de tirar la toalla cuando piensas en las veces que pasaste de largo cuando el Señor te ofrecía Su abrazo. Recapacitas, te levantas, recargas y sigues publicitando Su oferta.
Él te dice al oído: “El mundo te necesita. Lo que ves no estaba dentro de mis planes, esto no es lo que Yo soñé. ¿No vas a hacer nada? ¿A qué esperas? ¿A ser más feliz? ¿A tener más fe? ¿A no tener problemas? Yo te acepté como eras, te recibí una y otra vez, sabiendo que volverías a marcharte”.
No tienes que sentarte a esperar a que el Reino de los cielos venga; ya está aquí, empezó cuando te reconciliaste con Dios; lo puedes disfrutar teniendo comunión íntima con Él. Cuando la tienes con tu prójimo, ése que amas como a ti mismo. Ni más ni menos. Y continúa preguntando: ¿Es tu prójimo una carga para ti? ¿Te preocupa que no haya recibido ese abrazo gratis? ¿Estás dispuesto a regalar un poco de tu tiempo y algo más para anunciarlo? ¿O los ahuyentarás por tus prejuicios? ¿Te pelearás con ellos, los rechazarás por tu intolerancia con todo lo que es diferente a lo que tú quieres, a pesar de que tienes una responsabilidad asumida delante de Jesús?
Amado: Que no seamos conformistas, pasivos... Que seamos conscientes del valor de tu entrega, de tu sufrimiento, de tu soledad en la cruz; conscientes de tu gran amor, de tu justicia. Haz que ese nuevo corazón de carne irradie luz que beneficie a todo lo que nos rodea. Sacúdenos, empápanos de valor, de compromiso y disposición al sacrificio; de sencillez, paciencia, misericordia; de amor que excede a todo conocimiento. No nos prometiste un peregrinaje fácil, pero sí tu apoyo y tu guía incondicional. Esto debe ser suficiente. Amén.
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