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Convalecientes

En nuestros tiempos de convalecencia Dios hace cosas increíbles. Las hace a nivel personal, pero también de iglesia, cuando nuestras fuerzas están bajo mínimos.

EL ESPEJO AUTOR 10/Lidia_Martin 10 DE ABRIL DE 2021 09:00 h
Foto de [link]Annie Spratt[/link] en Unsplash CC.

Ha pasado un año desde que empezamos con esta locura de la pandemia, y pensaba en estos días atrás, haciendo balance personal, cuál sería el que hacemos, como cristianos, y en general, frente a todo lo que está sucediendo. 



Los aniversarios suelen ser una buena ocasión –que no la única– para echar la vista atrás y valorar. Creo que, quien más, quien menos, lo está haciendo a nivel personal, laboral, como familias, y también como iglesia y sociedad. Si tuviera que reducir mi sensación general en una palabra, creo que sería CONVALECENCIA. Hoy hago mi reflexión aquí sobre por qué creo que es una buena noticia. 



En el ámbito de la salud física, solemos entender bastante bien lo que implica esta palabra: no estamos al cien por cien, necesitamos cuidados especiales aún, y los excesos están más desaconsejados que nunca. Se nos recomienda reposo, mesura, y una buena dosis de paciencia. En estos periodos, además, se ajustan nuestras expectativas acerca de lo que podemos esperar, y lo que no. Hacernos pretensiones demasiado elevadas traerá frustración, o complicaciones. Detenernos y no actuar en lo que sí tenemos al alcance, no ayudará tampoco a la recuperación, de manera que el equilibrio es un buen objetivo a tener en cuenta. 



Sobra decir que creo que también estamos convalecientes en lo psicológico, aunque no es una palabra que solemos usar con frecuencia para ese ámbito. Muchas personas están viviendo estrés, ansiedad y, en algunos casos, cuadros que se parecen bastante a la depresión, por la acumulación de duelos. Los equivalentes a esto son el desbordamiento, la sensación de no poder manejar bien la incertidumbre, y cierta indefensión. Pretender un funcionamiento de máximo perfil en estos casos, se hace complicado. Hacemos lo que podemos, pero no lo que queremos. 



Ahora bien, ¿qué está sucediéndonos en el plano espiritual? Y más aún, ¿qué podría pasarnos, de manejar esto lo mejor que nos sea posible? 



La economía del Reino es una bien diferente que la que vive el resto del mundo. Como seres humanos, tenemos muchas veces las mismas tendencias e inclinaciones a sentirnos sobrepasados, a tener miedo, y cierta tentación de tirar la toalla. Sin embargo, lo que marca la diferencia respecto al mundo que no sigue a Cristo no es que no tengamos estrés, ansiedad o depresión (que son sinónimos a lo que acabo de mencionar), sino que tenemos acceso a otra forma diferente de gestionarlo:



- Sabemos que somos de pocos recursos, y por eso CONTAMOS CON el Todopoderoso.



- No necesitamos conocer el día de mañana, porque nuestro Padre SABE pormenorizadamente qué aspectos han de ser cubiertos en nuestra vida.



- No estamos indefensos, porque Dios SE HACE MÁS FUERTE en nosotros, en medio de nuestra debilidad. 



Donde la convalecencia, en cualquier otro contexto, podría ser algo visto negativamente, creo que, desde una perspectiva de fe, puede ser el lugar donde deberíamos encontrarnos con más frecuencia. No en el sentido de tener una fe enfermiza, o frágil, sino de reconocer que, siendo que el Señor vino a rescatar primero a los más enfermos y necesitados, entre los que nos encontramos, nuestras fuerzas son siempre escasas, y le necesitamos a Él más que nunca. Se nos olvida a menudo que el cristiano que se cree fuerte es el que más posibilidades tiene de deslizarse, y las convalecencias, en ese sentido, nos obligan a medir mejor las situaciones internas y externas. 



En nuestros tiempos de convalecencia Dios hace cosas increíbles. Las hace a nivel personal, pero también de iglesia, cuando nuestras fuerzas están bajo mínimos. Cuando algo bueno sucede en ese tiempo, es mucho más evidente que no viene de nosotros. Desde luego, nunca lo hace, pero no hay como estar débil y afectado por el dolor para saber que, efectivamente, ha de ser así. 



No nos gusta la sensación de estar a medio gas. Como a todos, nos encanta sentirnos dueños de nosotros mismos, al control de lo que sucede, y esta pandemia nos ha hecho recolocar asuntos. Ahora creo que tenemos una visión posiblemente más adecuada de nosotros. Nuestros líderes están convalecientes. Nuestras iglesias también lo están, no se nos olvide, porque donde se duele uno de los miembros, o muchos, se duele el cuerpo. 



Sin embargo, en medio de ello suceden muchas cosas interesantes: se multiplica nuestra dependencia de Dios, quizá se visibiliza que necesitamos una fe más madura, y estamos aprendiendo a vivir alejados de cuestiones más accesorias, como algunas que estamos perdiendo por tener que hacerlo todo de otra manera. 



Estamos descubriendo una iglesia sin paredes, una comunión sin abrazos, una alabanza que parte de almas rotas, cierto, pero que se rinden ante la provisión inigualable de Dios para Sus hijos. Estamos entendiendo que la adoración debería ser cada acto de nuestra vida, que la generosidad o la edificación mutua no puede depender de cuán bien nos vayan las cosas, y que los “cómos” son lo de menos, siempre que tengamos mucho más claro los “Para Quién”. 



Estamos siendo iglesia esparcida, mucho más que reunida. Esto, por cierto, debería solidarizarnos con lo que vivían aquellos primeros cristianos que no podían congregarse, y que funcionaban absolutamente en precario, o la iglesia perseguida de hoy día, a quien muchas de nuestras preocupaciones les parecerían auténticas memeces. 



Donde el milagro del crecimiento, o la supervivencia misma, solo puede ser adjudicado al Dios de lo imposible, es donde podemos 



- reconocernos más convalecientes, 



- ser verdaderamente fuertes en Él, 



- ajustar nuestras exigencias respecto a los “cómos”, 



- reafirmándonos en El Destinatario de nuestra adoración y servicio, 



- creando espacios de gracia donde el desbordamiento, la ansiedad, o el desánimo no se encuentren con juicio, sino con la misericordia del Dios que se duele con nosotros, y que nos llama a tratarnos con misericordia. 



Que este tiempo de convalecencia nos ayude a tener, de forma más consciente y constante, una medida más real de nuestras propias fuerzas y, sobre todo, de la necesidad profunda que seguimos teniendo de las Suyas. 


 

 


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