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Las multitudes: recordando la entrada triunfal en Jerusalén

Fuerte debe ser la convicción y el compromiso. Los gobernantes y los soldados se burlaban, ése era el ejemplo que daban; y el ejemplo arrasa para bien o para mal.

MUY PERSONAL AUTOR 8/Jacqueline_Alencar 21 DE MARZO DE 2021 13:00 h
Foto de Jacqueline Alencar.

He aquí que leía con emoción el relato de Lucas al contar sobre aquella apoteósica entrada de Jesús en Jerusalén. Envía a dos de sus discípulos para que le traigan un pollino. Le ponen sus mantos encima y suben a Jesús sobre él. Y hay más, a su paso tendían sus mantos por el camino. Y cuando llegaban ya cerca de la bajada del monte de los Olivos, dice Lucas que toda la multitud de los discípulos, gozándose comenzaron a alabar a Dios a grandes voces por todas las maravillas que habían visto (¡lo habían visto!), diciendo: ‘Bendito el rey que viene en nombre del Señor; paz en el cielo, y gloria en las alturas’. Y luego Jesús llora sobre Jerusalén, diciendo: ‘¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz!… Porque vendrán días sobre ti, cuando tus enemigos te rodearán con vallado, y te sitiarán, y por todas partes te estrecharán, y te derribarán a tierra, y a tus hijos dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, por cuanto no conociste el tiempo de tu visitación’.



Y dice que, entrando en el templo, comenzó a echar a todos los que vendían en él.



Más tarde los unos lo vendieron por unas monedas y lo negaron. Los otros lo azotaron, se burlaron. Fue escarnecido y sometido a vituperios. Se lavaron las manos. Aquellas multitudes que antes le habían aclamado, sumadas a las voces de los principales sacerdotes, gritaron: ¡Crucifícale, crucifícale! ¡Fuera con éste, y suéltanos a Barrabás! Y lo crucificaron junto a malhechores, de esos de verdad. Y le gritaban: ‘A otros salvó; sálvese a sí mismo, si este es el Cristo, el escogido de Dios’. El pueblo miraba calladito, para no dañar su reputación y caer en desgracia también. Nadie daba la cara. No es cualquiera que la da. Ser valiente cuesta. Lo sabemos. 



¿Dónde estaba aquella multitud presente cuando se llevó a cabo la entrada triunfal en Jerusalén? ¿Dónde estaba las multitudes del año agradable al Señor? ¿La de los fastos y banquetes? ¿Los que comieron con él en la misma mesa y del mismo pan, jurando confianza, fidelidad, reconocimientos sinceros y eternos?  ¿Dónde estaban los defensores de todos? ¿Lloraron por amor a la verdad que trae las libertades, a la justicia que se besa con la paz?



Fuerte debe ser la convicción y el compromiso. Los gobernantes y los soldados se burlaban, ése era el ejemplo que daban; y el ejemplo arrasa para bien o para mal. Y todos les seguían. Pero siempre queda alguno que no claudica, aunque tenga que esconderse por un momento. Siempre queda alguien del que menos se espera, como uno de los malhechores que le acompañaban, el cual dice a su compañero: ‘¿Ni aun temes tú a Dios, estando en la misma condenación? Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas éste ningún mal hizo’. Y pidió, humildemente, que Jesús se acordara de él, más tarde. Y dice la Palabra que Jesús se lo confirmó.



Y Jesús decía: ‘Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen...’. Pues antes de los inicios de los tiempos ya sabía de nuestro vaivén de humanos, con nuestras debilidades y que somos parecidos a las ondas del mar que son llevadas por el viento… Que no hay justo, ni aun uno. Sabía que en ese proceso de irnos transformando a Su imagen, todavía quedarían vestigios de esa vieja vida en Adam, y que estaríamos en lucha constante con la carne. Y por eso su compromiso en la cruz, para darnos una nueva oportunidad, pagando él mismo nuestra deuda, siendo el que ocupó nuestro lugar. No había sustraído nada de nadie, no había insultado ni oprimido, ni dado falso testimonio. No había pagado con mal el bien. Ni había quitado el pan de la viuda, del huérfano o del extranjero. No se había enriquecido saqueando las arcas públicas. No había discriminado a los extranjeros, ni a las mujeres ni a los niños, ni a los discapacitados, enfermos… ¡Ni a sus enemigos!, más bien les había dicho a sus oyentes: “Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos?” (Mateo 5.43-46). Su eco se oye hasta hoy, pero no es fácil, ¿verdad?



Todo esto demuestra que Dios es lento para la ira, pero grandes son sus misericordias, que se renuevan cada mañana. Y no solo derrama sobre nosotros su misericordia sino también su abundante amor, que es de tal magnitud que no llegamos a entenderlo, escapa de nuestra comprensión. Y nos ama aún a pesar de lo que somos: polvo. A tal punto que decidió encarnarse en este mundo, y dar a su Hijo, quien “se hizo pobre por amor a nosotros”. Y nos da vida, con su pobreza nos enriquece. Nos rescata de nuestra antigua manera de vivir, de la esclavitud… Y nos da nueva vida, vida abundante. Es el único medio de salvación. Solamente en Cristo, solamente en él, la salvación se encuentra en él. Dijo: “Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia”. Vida que es eterna, alcanza otra dimensión que trasciende este ámbito temporal, todo gracias a Su resurrección. Vida que promete ser de regocijo, plena, de confianza y llena de esperanza, que ya podemos disfrutar mientras vamos por el Camino. Todo se hace más llevadero, mientras esperamos. 



Y aquel día de ignominia Jesús se fue tranquilo. Con agonía, pero tranquilo, sudando la gota gorda, pero sabiendo que cumplía la voluntad de su Padre, amando a sus enemigos. Y perdonándoles la sandez y la crueldad. Premiándolos con la promesa de vida eterna a través de su gran obra, pues al final venció a la muerte. Parecía derrotado, pero era vencedor. 



Nos reta, y no lo tenemos fácil.



¿Podremos decir y hacer lo mismo? Tenemos libertad para intentarlo, si queremos; y Él nos acompaña, ya que es el único que nunca falla. Le damos las gracias por ser nuestro oasis en medio del desierto.



Un abrazo fraternal. Paz.


 

 


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COMENTARIOS

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Maximo
22/03/2021
22:11 h
1
 
Gracias por el contenido de tu artículo. El próximo domingo estaré presentando un sermón sobre “La Entrada Triunfal de Jesús” (Zac.9:9 y Mt.21:1-11). Esta vez lo hizo montado a lomos de un burrito; pero aún queda una segunda entrada triunfal de Jesús en Jerusalén; la primera sobre animal que representaba la humildad, la segunda será muy diferente; toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Jesús es el Rey. Gente grita "Hossannán" esto es "sálvanos ahora" o “salva ahora”. Será mi énfasis
 



 
 
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