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Lo que Dios tiene contra nosotros

Porque el corazón del hombre y la mujer no ha cambiado, es fácil cruzar la línea entre lo puramente imprescindible para la supervivencia, y convertir en necesidad lo que realmente no lo es.

EL ESPEJO AUTOR 10/Lidia_Martin 20 DE MARZO DE 2021 10:00 h
Foto de [link]Elias Schupmann[/link] en Unsplash CC.

En tiempos como estos, de supervivencia para todos por razones distintas, aunque con el factor común de la pandemia, se corre como comunidad cristiana, creo, un peligro importante: que cada miembro espere a tener su “casa” resuelta, antes de construir iglesia. Me preguntaba en estos días, con todo y lo sensible que este tema puede ser, y sus múltiples matices, claro, si es algo que podemos asumir bíblicamente, con una conciencia tranquila, y me temo que no. Hoy me dispongo a reflexionarlo en unas pocas líneas.



Venía a mi mente el famoso pasaje de Hageo, en el que el pueblo alegaba que todavía no era el momento apropiado para ir a reconstruir la casa del Señor, después del tiempo de exilio. Eran épocas difíciles para el pueblo, sin duda, en que los recursos eran escasos, nada comparables a las épocas gloriosas que se habían vivido en tiempos de David o Salomón. 



Al llegar de Babilonia a Jerusalén, se enfrentaban con el destrozo de la ciudad, de sus murallas, del templo... y todo justificaba, aparentemente, ocuparse de la supervivencia antes que de la reconstrucción de aspectos más “secundarios”, como un edificio cúltico. Si Dios les había acompañado en el exilio, de alguna manera, ¿qué tan importante podría ser centrarse en el templo?



Sin embargo, tal y como sucede ahora, porque el corazón del hombre y la mujer no ha cambiado, es fácil cruzar la línea entre lo puramente imprescindible para la supervivencia, y convertir en necesidad lo que realmente no lo es. Esto es lo que llamamos “necesidades creadas”, y los cristianos las tenemos y producimos, como todo el mundo, aunque creo que tenemos una responsabilidad especial en cuanto a combatirlas. Eso es lo que hace el mensaje de Hageo y a lo que invito (y me invito también) en este artículo. 



Sin duda que tener salud y estar en unas mínimas condiciones físicas de salud es muy importante para desplazar los cuidados de uno mismo hacia otros alrededor. Aunque conozco a personas que, incluso estando enfermas, tienen su corazón con otros que también sufren y no dejan de preguntar por ellos, orando de forma incansable.



Evidentemente, la pérdida de un ser querido obliga a un tiempo de duelo y retirada, en que la persona ha de haber elaborado, aunque sea en una mínima porción, algo de ese dolor. Pero conozco a personas que, por esa misma vivencia de pérdida de alguien querido, interpretan la urgencia de hacer iglesia y proclamar el evangelio como una verdadera prioridad, y eso se nota en su horario, en su incorporación de nuevo a la vida cuanto antes. No es algo que todo el mundo, quizá, puede hacer, pero sí hay muchos que lo hacen, y creo que es desde una visión de lo espiritual que supera lo temporal, pero eso solo lo da Dios. Lo temporal les duele, pero el amor de Dios les aprieta, y eso les mueve hacia delante.



Verles hacerlo, lo reconozco, me inspira, me desafía, me lleva a recalibrar lo importante, y a considerar mis propios caminos, que es lo que el Señor demandaba a Su pueblo en varios puntos del mensaje de Su profeta Hageo: “¡Reflexionad sobre vuestro proceder!”. Y les dice, además, “Reconstruid mi casa. Yo veré su reconstrucción con gusto, y manifestaré mi gloria” (1:7-8). Lo conecta, además, de forma directa con el mucho trabajo que están poniendo en los asuntos propios, como la cosecha, o el almacenamiento en sus hogares, y les hace ver que, a pesar del esfuerzo invertido, no obtienen el resultado esperado. ¿Quizás porque el Señor no estaba bendiciendo su orden de prioridades?



No tarda la palabra del Señor en recordarles que Él está con ellos (1:13), y les anima a ponerse manos a la obra por esa misma razón: no están solos, su Dios les acompaña y sostiene, les proveerá de lo necesario (2:3-8), pero lo primero es lo primero. 



Como nos plantea el evangelio de Mateo en su capítulo 6 (vv. 32 y 33), quien no conoce a Dios va detrás de todas estas cosas, se afana como quien no tiene esperanza, pero nuestro Padre celestial sabe qué es lo que andamos necesitando, y Él no deja al descubierto a nadie que, “mojándose” por el Reino, “desatiende” un poco menos el desarrollo de lo suyo propio. 



Él vela por nuestra supervivencia, como lo hace por la de los pájaros o las flores, con quienes no ha establecido una relación especial como lo ha hecho con nosotros. Buscar primeramente el Reino de Dios y Su justicia ha de seguir siendo la prioridad de Sus Hijos (Mateo 6:33), y en medio de ese paso gigante de fe que supone hacer esto en nuestras peores circunstancias, hemos de saber y recordarnos que todo lo demás se nos dará por añadidura. Dios no es injusto para olvidar nuestra obra, o para minusvalorar en qué invertimos nuestros esfuerzos en los momentos de ruinas en nuestras vidas (Hebreos 6:10).  Él es el dador por excelencia, lo hace siempre con generosidad y gracia, mucho más allá de lo que pedimos o entendemos (Efesios 3:20), de forma que podemos estar confiados en que nada nos falta, porque Dios mismo ha comprometido Su nombre en ello. 



Pensemos, en estos días oscuros que vivimos, cuánto de lo que estamos construyendo en nuestras vidas tiene que ver con verdadera supervivencia o, por el contrario, con lo que podríamos llamar el “artesonado” de nuestras casas (Hageo 1:4): aspectos más relacionados con “estar en las mejores condiciones posibles”, “sentirnos bien”, “tener ilusión por estas cosas”, o “sentirnos preparados”. Ninguna de esas cosas, por importantes motivaciones que nos parezcan, están entre lo que se llamarían necesidades reales. Son aspectos, de hecho, que ni los primeros cristianos, ni la iglesia perseguida de hoy en otros lugares del mundo, consideran entre sus “imprescindibles” para seguir siendo iglesia, ahora que aún el tiempo es aceptable. No confundamos ser iglesia a nuestra manera con ser iglesia a Su manera, iglesia reunida con iglesia esparcida. 



Si algo nos está mostrando esta pandemia, tanto como individuos como desde el aspecto comunitario, es qué es lo verdaderamente importante, y qué aspectos son los secundarios, valiosos, sin duda, pero que no pueden ser la condición sine qua non para servir y construir Su casa, que ya no es un templo, sino Su iglesia, viva, siendo luz y sal, aunque el mundo se desplome alrededor. 


 

 


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