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Los evangélicos de la prosperidad no son los otros

En este tiempo de crisis se hace, creo, más necesario que nunca establecernos fuertemente en el Dador de las promesas, más que en la bendición misma que nos ofrece, por mucho que la necesitemos.

EL ESPEJO AUTOR 10/Lidia_Martin 07 DE MARZO DE 2021 12:00 h
Foto de [link]Fernando @cferdo[/link] en Unsplash CC.

Asumo que puede resultar muy fuerte empezar diciendo que los evangélicos de la prosperidad no son los otros, y dando a entender que nosotros estamos también en esa línea, al menos en ocasiones. Imagínense la preocupación que me produce esto, como para abordar el artículo en estos términos tan directos.



Por mi profesión paso mucho tiempo hablando con personas cada día. La mayor parte de ellos me escogen como psicóloga principalmente por mi fe cristiana, para poder hablar de su sufrimiento también desde el plano de la fe, sin que se les mire raro. Cuando trato con ellos, inevitablemente me veo reflejada en muchas de sus vivencias, en diferente medida, claro, y eso es lo que hace posible el ejercicio de identificación. De manera que, al trabajar, es como si la pantalla de mi ordenador, en que veo a mis pacientes, me devolviera una especia de imagen en el espejo, que me dice “Este podrías ser tú”, “Esto podría pasarte a ti”, o “A veces tú también has sentido lo mismo”.



Una de las cosas en que se ratifica uno como psicólogo en la consulta, como consecuencia de esto, es aquel principio bíblico que dice “Así que el que piensa estar firme, mire que no caiga” (1ª Corintios 10:12-13). Es promesa que, juntamente con la tentación, viene también la salida, y una que, además, podemos tomar, porque no se nos tienta más allá de lo que podemos soportar. Pero esa situación de conflicto interno es una realidad en primer lugar y, cuando las crisis hacen su mella, nuestra fragilidad se hace más y más patente, mal que nos pese. 



Ante eso, demasiadas veces, los primeros sorprendidos somos nosotros, pero este texto de Pablo ya hace siglos nos avisaba de lo que somos, y de dónde debemos poner cuidado. En palabras de la típica expresión popular diríamos, exactamente en la misma línea, que “Torres más altas (que uno, en este caso) han caído”. “¿Por qué, entonces, no nos habría de poder suceder a nosotros que cayéramos en lo mismo?” –deberíamos preguntarnos. Y ambas llamadas de atención nos dirigen hacia el mismo punto, también principio bíblico: “Tú que juzgas, haces lo mismo” (Romanos 2:1), sin excepción. Eso incluye también a los que se han instalado en el evangelio de la prosperidad como enfoque teológico.



Partiendo desde aquí, creo que será mucho más fácil entender lo que he querido contar desde el principio de estas líneas: que si bien cualquiera de nosotros no somos unos abanderados declarados de la llamada “teología de la prosperidad”, porque nos parece una aberración a la luz de la Escritura, la realidad de nuestro día a día y de nuestras reacciones a lo que nos acontece en medio de nuestros sufrimientos parece decir, en ocasiones, lo contrario. 



Esto no pasa, necesariamente, porque seamos unos hipócritas redomados, o porque llevemos alguna clase de doble vida, sino porque especialmente en épocas de dificultad como la que atravesamos, las posibilidades de deslizarse son sutiles, pero no por ello menos peligrosas y, cuando nos damos cuenta, estamos suscribiendo algunos de sus principios, con todo lo que eso implica para nuestra fe y la de los que nos rodean.



Cuando pensamos en los principios que defiende este tipo de teología, nos resulta muy fácil decir que eso no se sostiene bíblicamente de ninguna forma, y nos ponemos frecuentemente a la defensiva. “Nosotros no somos como ellos” –decimos. Porque, a las claras, se nos hace difícil defender postulados como los que esta teología defiende. Pensemos en algunos de los más “sonados”:




  • Se relaciona la fe o la bendición de Dios con la riqueza material, y también con la desaparición de enfermedades, problemas, o dolencias de cualquier clase. Dicho de otra forma, si realmente tenemos fe, la pobreza o falta de recursos materiales deberían ser asuntos resueltos y que no tuviéramos que vivir. 

  • Las herramientas principales: las donaciones económicas, la “confesión positiva”, o visualizar aquello que deseamos. La voluntad de Dios, el modelo de Cristo y los apóstoles, y la forma en la que Él trabaja en nosotros, no sabemos muy bien qué pinta en todo esto. 

  • Se nos anima a utilizar a Dios, y particularmente al Espíritu Santo, como un poder que el creyente puede manipular abiertamente y a su antojo cuando, más bien, la Palabra nos muestra a Dios usando al creyente para Su misión y para Su gloria, no al revés.

  • Se cuestiona que Dios sea realmente Señor de todo, al limitar la acción de Dios a que nosotros se lo permitamos. 

  • La clave para esta teología no está en Quién sostiene las promesas, o a Quién se acude, como nos muestra Hebreos 11 que era la visión de aquellos que anduvieron en fe antes que nosotros, sino las palabras y las formas con las que se hace, muchas veces alejadas del respeto y reverencia que requiere hablar con Dios mismo. La “confesión positiva” es lo que convierte en realidad las cosas que deseas, según esta forma de ver el evangelio.

  • La fe no es la confianza sometida a Dios, entonces, sino una especie de fórmula por la que le exigimos que nos prospere conforme a nuestra avaricia, más que a Sus planes de bien para nosotros, que no tienen por qué incluir la riqueza, como no la incluía la andadura de Jesús en esta tierra.



Ahora bien, me pregunto, ¿no caemos nosotros en algo de esto (y lo veo con cierta frecuencia, créanme)...




  • cuando, ante la ausencia de salud, de empleo, o de prosperidad material en medio de esta pandemia, o cualquier otra crisis, dudamos del Dios que tenemos, de Su bondad para con nosotros, o de Sus promesas?

  • cuando cuestionamos la fe de otros al no ver bendición aparente en Sus vidas, y hacemos en nuestro fuero interno suposiciones acerca del estado de esa persona respecto al Señor?

  • cuando damos por hecho que Dios ha bendecido a ciertas personas por su fe y su obediencia al Señor, cuando la Palabra no para de hablarnos de cómo prosperan los malos frente a los ojos de los justos?

  • cuando ofrendamos sin un corazón alegre y agradecido, a veces pensando en “mantener” la bendición de Dios sobre nosotros, o para que no caiga la maldición de que nos la retire al no esforzarnos lo suficiente económicamente?

  • cuando manipulamos a Dios al reclamarle Su bendición por todo el tiempo que llevamos sirviéndole y obedeciéndole, tal como exigía el hijo mayor de la parábola? (Nótese que, generalmente, lo hacemos al revés, por eso nos pasa más desapercibido: nos extraña no prosperar a pesar de cuánto le servimos).



En este tiempo de crisis se hace, creo, más necesario que nunca establecernos fuertemente en el Dador de las promesas, más que en la bendición misma que nos ofrece, por mucho que la necesitemos. Tantas veces, de hecho, lo que pensábamos necesitar no es lo que estamos recibiendo, porque Él y solo Él conoce realmente qué está faltando en nuestra vida material y de fe. Si Él conoce todas estas cosas antes de que se las pidamos y, solicitándoselas, legítimamente incluso, no las recibimos, quizá es que no las necesitamos realmente, y esto nos cuesta aceptarlo y entenderlo. 



El Señor no ha dejado de escucharnos, ni nos retira Su bendición porque así lo expresen determinadas confesiones de fe, como esta que nos ocupa hoy. La comunión queda rota por el pecado en nosotros, pero no por no usar las “fórmulas mágicas” que a veces se nos anima a emplear para “exprimir” a Dios, o usarle cual máquina expendedora. 



Jesús mismo, nos muestra Hebreos 5:7-9, clamó con súplicas por Su vida, y el Padre le escuchó por Su reverencia y sumisión (de eso nos falta muchas veces, cuando nos acercamos a Dios exigiendo “lo que es nuestro”), y sin embargo, no recibió lo que pedía en ese momento, sino que aprendió obediencia mediante el sufrimiento y, a través de él, se convirtió en Autor de Salvación para aquellos que le obedecen creyendo. Era lo que necesitaba para ser exaltado, era lo que tú y yo necesitábamos, para ser rescatados. ¡Gracias a Dios por no darle lo que en ese momento se planteaba desde el dolor! ¡Gracias a Él, a Cristo Jesús, porque sujetó Su deseo y demanda a la voluntad del Padre!



Mirar alrededor ahora significa, tras un año de pandemia, seguir viendo caos. Pero nuestro Dios es inmutable, sigue trayéndonos el maná necesario de cada día y recordándonos Su pacto con nosotros en Jesucristo, al darnos juntamente con Él toda bendición espiritual. Si tenemos a Cristo, no necesitamos a nadie más. Y el problema no está solo en los otros. Los otros, no se nos olvide nunca, somos nosotros. 


 

 


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COMENTARIOS

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Tahelys
08/03/2021
10:47 h
2
 
Muy bueno. Gracias!
 

jorge varon
07/03/2021
20:15 h
1
 
¿No será que nuestro escozor con la teología de la prosperidad deriva de nuesto pasado anclado en la teología de la pobreza (de los de apie claro) derivada de esa nefasta institución que es el catolicismo romano? Por mucho que nos despeinemos, esa teología está firmemente basada en el antiguo testamento. Le falta eso si (a mi modo de ver) poner el énfasis en el nuevo testamento y su revelación acabada y completa.
 



 
 
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