La moralidad requiere también algún punto de referencia objetivo y estable. Y ese punto de referencia es Dios.
Algunos materialistas ateos suelen usar en los debates con creyentes el siguiente argumento, que llaman “el tapabocas de los debates”: “Si usted está de acuerdo con que, en ausencia de Dios, robaría, violaría y asesinaría, se revela como una persona inmoral (…). Si, por otro lado, usted admite que continuaría siendo una buena persona aunque no estuviera bajo la vigilancia de Dios, habría socavado de modo fatal su afirmación de que necesitamos a Dios para ser buenos”.[1] ¿Cómo se puede responder a dicho argumento?
Si Dios no existiera (es decir, en ausencia de Dios) ¿qué sentido tendría hablar de inmoralidad? ¿Qué podría significar ser “una persona inmoral” o una “buena persona”? Si Dios no existiera, ¿dónde se podría fundamentar objetivamente el bien o el mal, lo correcto y lo incorrecto? Si Dios no existe, los valores morales objetivos tampoco existen y, por tanto, no tendría ningún sentido hablar de personas inmorales, o de personas buenas o malas. En ausencia de Dios, imperaría la amoralidad. Ni mal, ni bien. Nada. Salvo una indiferencia ciega y despiadada. De la misma manera que, sin un punto de referencia fijo en el espacio, no hay manera de saber si algo está arriba o abajo (a la derecha o a la izquierda), la moralidad requiere también algún punto de referencia objetivo y estable. Y ese punto de referencia es Dios. Su justicia, amor, verdad, misericordia, gracia, paciencia, santidad, bondad, etc., proporcionan la base de todos los valores morales. La naturaleza de Dios es el patrón mediante el cual se miden todas las acciones humanas.
Dios ha manifestado su naturaleza por medio de mandamientos que proporcionan la base para los deberes morales. Por ejemplo, la característica más importante de Dios es su inmenso amor y esto nos atañe a nosotros ya que en la Biblia se nos dice: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Este mandamiento constituye el fundamento sobre el que podemos afirmar la bondad objetiva de valores como la generosidad, la abnegación, el altruismo y la equidad. Pero, a la vez, nos permite condenar antivalores objetivos como la avaricia, la opresión, el abuso de los débiles o la discriminación. Si Dios no existiera, no habría ningún punto de referencia objetivo para saber lo que es malo o lo que es bueno y, por tanto, sólo nos quedaría la opinión o el punto de vista de las personas, que podría cambiar de una sociedad a otra y de una época a otra. Este tipo de moralidad no sería entonces objetiva sino subjetiva ya que dependería de los sujetos, de las personas de una determinada sociedad, y no serviría para nadie más. Por tanto, necesitamos a Dios para ser buenos, o para no serlo, porque Él es el fundamento de toda moralidad.
De manera que la cuestión: ¿se puede ser bueno sin Dios? hay que matizarla. La pregunta correcta no es si yo “puedo ser bueno sin creer en Dios” sino si yo “puedo ser bueno sin Dios”. Y, como hemos visto, “sin Dios” nos quedamos sin patrón para evaluar la bondad o la maldad. Puede haber personas que no crean en la existencia de Dios pero sean honradas, procuren actuar con justicia, paguen sus impuestos y sean buenos ciudadanos, pero esa bondad, o corrección moral que persiguen solamente se puede evaluar a la luz de la ley moral universal que Dios ha implantado en la conciencia humana. Aunque no crean en Dios, lo necesitan como patrón para saber si están actuando bien o no. Dios es el estándar de los valores morales. De la misma manera que una actuación musical en vivo (o en directo) puede ser el estándar para una grabación musical. Y cuanto más se parezca la grabación al original, mejor será. También, cuanto más se conforme una acción moral a la naturaleza de Dios, mejor será.
Si el ateísmo fuera verdadero, entonces no existiría un estándar de moralidad definitivo. No habría ninguna obligación o deber moral. ¿Quién tendría autoridad moral para imponer a los demás normas o deberes morales? Nadie, absolutamente nadie. Desde este punto de vista darwinista y ateo, las personas solamente seríamos “accidentes de la naturaleza”, especies biológicas altamente evolucionadas pero animales, al fin y al cabo. Y, de la misma manera que los animales carecen de obligaciones morales, tampoco los seres humanos las tendríamos. Cuando un león atrapa y devora a una gacela, no podemos decir que haya hecho algo moralmente malo, puesto que solamente está haciendo lo que hacen todos los leones para alimentarse. De la misma manera, si Dios no existiera, todas las acciones humanas también se deberían considerar como amorales. Ninguna acción del hombre tendría por qué ser moralmente correcta o moralmente incorrecta.
Ahora bien, la cuestión es que el bien y el mal realmente existen, tal como se puede comprobar fácilmente si miramos a nuestro alrededor. Las acciones correctas e incorrectas no son una entelequia (o una imaginación) de la mente humana sino que se dan cada día en la realidad. Sólo tenemos que escuchar las noticias para comprobarlo. Pues, de la misma manera que nuestros sentidos nos certifican que el mundo físico es real, nuestra experiencia moral nos convence de que los valores morales existen y son objetivamente reales. Cada vez que pensamos: “eso no es justo”, “eso está mal”, “no hay derecho”, “se trata de un robo”, etc., estamos afirmando que creemos en la existencia de una moralidad objetiva.
La mayoría de las personas entiende que el abuso infantil, la violación, la discriminación racial o la violencia contra las mujeres son actitudes moralmente incorrectas siempre y en cualquier lugar. Quien diga que estos comportamientos son moralmente aceptables, está completamente equivocado. Ahora bien, ¿acaso podemos decir que este consenso moral de la mayoría de las personas del mundo es sólo una opinión personal o una moda social? Es evidente que no, puesto que se trata de valoraciones morales universales.
Alguien podría pensar que quizás la ley moral es sólo una convención social, algo que se nos ha inculcado por medio de la educación. Pero no es así. C. S. Lewis, en su libro Mero cristianismo,[2] dice que todas las personas admiten que algunas morales son mejores que otras. La moral cristiana es, por ejemplo, preferible a la moral nazi, así como la moral civilizada es mejor que la moral salvaje. Ahora bien, en el momento en que decimos que unas ideas morales son mejores que otras, estamos de hecho midiéndolas por una norma o patrón. Decimos que una de estas morales se ajusta mucho mejor a la norma que la otra. Pero, la norma que evalúa a las dos morales tiene que ser diferente de esas dos morales. Esa norma es la Moral Auténtica Universal escrita en la conciencia de las personas que, entre otras muchas cosas, nos dice que la moral nazi es menos verdadera que la moral cristiana.
Así pues, no se trata de una convención social o de algo que nos han enseñado en la escuela, sino de la Ley moral escrita en nuestros corazones.
Notas
[1] Dawkins, R. 2015, El espejismo de Dios, Espasa, Barcelona, p. 261.
[2] Lewis, C. S., 1995, Mero cristianismo, Rialp, Madrid, p. 31.
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