La grosera cosmovisión politeísta nada tiene que ver con el fino tejido monoteísta, sobrio y elegante, que envuelve toda la Escritura.
Algunos creen que muchas historias y milagros relatados en la Biblia fueron inspirados o copiados de otras religiones. Suele decirse, por ejemplo, que el Diluvio de la época de Noé fue una asimilación de la epopeya acadia de Gilgamesh, basada en cinco poemas sumerios. De la misma manera, se afirma que la encarnación de Cristo recuerda la venida del avatar hindú Krishna, considerado como una encarnación del dios Vishnu de la India. Y, en fin, que algunos milagros de Jesús relatados en el Nuevo Testamento no serían más que imitaciones adaptadas de ciertos mitos paganos. Evidentemente, con esto se pretende quitar credibilidad a las Escrituras y poner en duda su inspiración divina ya que supuestamente los redactores humanos de la misma habrían actuado de mala fe, al plagiar otros relatos de diversas culturas y religiones. ¿Qué hay de cierto en todo esto?
Es menester reconocer que, en efecto, en el mundo politeísta de la antigüedad existían numerosas leyendas, narraciones milagrosas y mitos religiosos. Sin embargo, esto no significa que los redactores bíblicos los copiaran deliberadamente. Para distinguir convenientemente entre los relatos de la Biblia y los procedentes de otras culturas no sólo es necesario fijarse en los parecidos sino también en las diferencias que los distinguen. Por ejemplo, tal como decimos, algunos autores han manifestado que los dos primeros capítulos de Génesis no son más que una copia calcada de la epopeya de Gilgamesh, porque en este poema sumerio, que narra las peripecias de dicho rey, se menciona también el origen del hombre así como un diluvio muy similar al bíblico. No obstante, cuando se leen ambos relatos, el sumerio y el bíblico, pronto se descubren las notables divergencias que les separan. El primero supone que el ser humano vivió primitivamente una etapa animalesca en la estepa con el ganado pero que, poco a poco, fue progresando hacia la vida urbana o sedentaria. Curiosamente algo muy parecido a lo que afirma hoy el evolucionismo pero con cuatro milenios y medio de antelación. Sin embargo, el autor bíblico lo concibe al revés. Dios crea a Adán y Eva como seres completamente humanos y los coloca en un ambiente privilegiado que posteriormente tendrán que abandonar por no haber reconocido las limitaciones y el consejo divino.
Un experto en las tradiciones del Antiguo Oriente, como el Dr. Maximiliano García Cordero (1921-2012), que fue catedrático de la Universidad de Salamanca y también aceptaba la hipótesis documentaria así como las demás tendencias teológicas comunes a católicos y protestantes del siglo XX, escribió unas palabras tan sugerentes como éstas: “Por eso, en la perspectiva bíblica, la trayectoria del hombre, lejos de ser una promoción de un estado mísero a otro de bienestar, es al revés: descenso de una situación privilegiada de colono de Dios en un oasis a la de un beduino, que tiene que luchar con la hostilidad del ambiente de la estepa en pugna por la simple supervivencia. Resulta, pues, insostenible la hipótesis de que el relato bíblico está calcado en la leyenda de la epopeya de Gilgamesh”.[1] A nosotros nos parece que García Cordero está aquí en lo cierto. No hay ningún parecido entre el inteligente Adán del Génesis y el salvaje Enkidu, que vive en la estepa, llevando una vida zoológica como el resto de los animales y sin ningún deseo de superación. Por el contrario, Adán no se siente feliz con los animales, le aburren cuando les pone nombre, porque anhela una idoneidad distinta que solamente se la podrá proporcionar Eva.
Según el libro primero atribuido tradicionalmente a Moisés, el huerto de Edén era un lugar geográfico concreto que existía en la realidad y poseía verdaderos ríos, algunos de cuyos nombres se conocen hasta el día de hoy. Han sido identificados tres de los cuatro que se mencionan en el texto bíblico: Gihón, Hidekel (que es el río Tigris) y Éufrates (Gn. 2:10-14). El primer libro de Crónicas, en el Antiguo Testamento, incluye a Adán al comienzo de la genealogía de personas consideradas reales por el pueblo hebreo (1 Cr. 1:1). Y el profeta Oseas se refiere a Adán como la primera persona que quebrantó el pacto con Dios (Os. 6:7). La evidencia bíblica de que lo que se registra en Génesis es histórico y no mítico puede apreciarse también en el hecho de que el Nuevo Testamento coloca a Adán al comienzo de la genealogía de Jesús. El evangelista Lucas, aunque culturalmente procedía del mundo griego, incluye en su evangelio la genealogía del Maestro, llegando hasta Adán, “hijo de Dios” (Lc. 3:23-38). De manera que también el médico de origen gentil creía en la historicidad de nuestros primeros padres.
El propio Señor Jesús dijo “el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo” (Mt. 19:4-5) para enseñar que la unión conyugal de la primera pareja literal humana, creada por Dios, constituye la base del matrimonio. De la misma manera el apóstol Pablo declaró que la realidad de la muerte entró en el mundo por el pecado de un hombre literal llamado Adán (Ro. 5:12-14). Es más, incluso llega a comparar la persona real de Cristo con la persona literal de Adán (1 Cor. 15:22). ¿Cómo se pueden entender todos estos versículos bíblicos si decimos que Adán y Eva nunca existieron?
La historicidad de Adán y Eva posee también una confirmación extrabíblica procedente de la arqueología. El doctor E. A. Speiser, notable asiriólogo del Museo de la Universidad de Pensilvania, encontró en 1932 un sello de piedra muy singular. En un montículo llamado Tepe Gawra,[2] situado a unos veinte kilómetros de Nínive, se halló este sello que representa a un hombre y una mujer desnudos caminando inclinados y en actitud decaída, seguidos por una serpiente erguida. Actualmente este pequeño sello de unos tres centímetros de diámetro está depositado en el Museo de la Universidad de Filadelfia y se estima que fue construido hacia el año 3.500 a. C. Ya en su época, el Dr. Speiser señaló que la imagen del sello sugiere poderosamente la historia bíblica de la expulsión de Adán y Eva del huerto de Edén.
Ahora bien, si realmente este sello corresponde al cuarto milenio antes de Cristo, esto significa que la historia de nuestros primeros padres ya era conocida mucho antes de que se escribieran la epopeya sumeria de Gilgamesh o los relatos sacerdotales y no sacerdotales, en los que supuestamente se habría inspirado el redactor de Génesis. Luego, no fueron tales documentos los que crearon “el mito de Adán y Eva” -como suele decirse- sino que tal historia ya existía miles de años antes. Dado que se considera que las tablillas de arcilla de la epopeya de Gilgamesh son posteriores al 2500 a. C. Mientras que los relatos sacerdotales y no sacerdotales no llegarían al milenio antes de Cristo. De manera que este dato arqueológico vendría también a respaldar la historicidad de nuestros primeros padres según el relato de la Biblia.
Es menester señalar que los parecidos entre el relato bíblico de la creación y otros relatos mitológicos antiguos no demuestran que el libro de Génesis sea mítico. Decir que los dos primeros capítulos de la Biblia son un mito porque existen algunas similitudes, por ejemplo, con el mito mesopotámico de Adapa, del segundo milenio antes de Cristo, es obviar otras posibles explicaciones. En primer lugar, los parecidos pueden deberse a que dicho mito de Adapa fue copiado del relato del Génesis. Y, en segundo lugar, también cabe la posibilidad de que tales semejanzas pudieran resultar de dos relatos diferentes, escritos por culturas distintas, pero que se referían a los mismos acontecimientos primitivos.
Sea como fuere, cuando se analizan detenidamente estos escritos de la más remota antigüedad y se comparan con la narración bíblica, la diferencia es abismal y mucho más significativa que las semejanzas. La grosera cosmovisión politeísta nada tiene que ver con el fino tejido monoteísta, sobrio y elegante, que envuelve toda la Escritura. Y esta cosmovisión monoteísta de la Biblia supone todo un universo de diferencias en cuanto al sentido y trascendencia de los acontecimientos descritos.
En cuanto a la tradición hindú que se refiere a la venida de Krishna al mundo como un avatar o encarnación del dios Vishnú, que supuestamente habría aproximado la divinidad al ser humano, se puede también decir lo mismo: hay una profunda y significativa diferencia con Jesucristo. Se trata de la muerte en la cruz. Ninguna religión del mundo contempla a Dios muriendo en una humillante cruz romana. Sólo el cristianismo de Cristo predica en exclusiva tal acontecimiento. Hasta el mismísimo Mahatma Gandhi, el famoso abogado hinduista indio, reconoció que la cruz es lo más original e inexplicable del cristianismo.[3]
Por lo que respecta a la idea de que los milagros bíblicos son imitaciones de los mitos paganos, se puede decir lo siguiente. En primer lugar, la mayoría de los personajes que aparecen en los mitos paganos son ficticios, mientras que en la Biblia son personas reales de carne y hueso. Prometeo, Hércules, Perseo o Ariadna eran héroes de la mitología griega que no existieron en la vida real y que, por tanto, no pueden ser comparados con Jesucristo, Moisés, Elías o el apóstol Pablo. Además, tales leyendas de las mitologías paganas repugnaban profundamente a los judíos, por lo que resulta difícil creer que éstos hubieran podido copiarlas o dejarse influir por ellas en sus escritos. Por otro lado, los textos que afirman la resurrección de héroes paganos suelen ser posteriores a la redacción del Nuevo Testamento. Esto permite pensar que la influencia pudo ser en sentido inverso, es decir, que el paganismo copiara de los escritos cristianos que se referían a la resurrección de Jesús.[4]
La singularidad fundamental del cristianismo es que Jesús de Nazaret afirmó ser Dios (Mt. 11:27; Mr. 2:10-11). Esto es algo absolutamente único entre todas las religiones del mundo. No se da entre los maestros chinos como Confucio o Lao-Tse. Tampoco en Buda que, más bien, era ateo. Ni siquiera el Corán se atreve a decir que Mahoma sea igual a Alá. El Antiguo Testamento jamás afirma que alguno de los profetas, como Abraham, David o Isaías, fueran candidatos a la divinidad. No obstante, en el hinduismo, la figura de Krishna se considera divina. Sin embargo, los estudiosos no están seguros de que haya existido, y si lo hizo, tampoco se sabe en qué siglo. Los escritos hindúes del Bhagavad Gita fueron escritos cientos de años después de la supuesta existencia de Krishna y no pretenden ser tratados históricos sino que están relatados en un lenguaje legendario, en el que intervienen monstruos y otras divinidades.[5] Además, el hinduismo cree que quienes se vuelven al Altísimo, alcanzan la iluminación y se convierten en divinos.
Por lo tanto, Jesús es único entre todos los fundadores de religiones. Dijo que el destino eterno de las personas dependía de lo que cada cual hiciera con él. Afirmó que su muerte en la cruz constituía el pago por el pecado de la humanidad. Y, por medio del milagro de su resurrección, demostró que toda criatura humana puede resucitar también, si le acepta y confía en él.
A veces se dice que cada forma religiosa está adaptada a la mentalidad y cultura del país o región donde se practica y que cada persona posee las creencias típicas de su propia religión. Se es budista, hindú, musulmán, cristiano, etc., en función del lugar donde se ha nacido. La religión sería un accidente o eventualidad geográfica y fracasaría al sacarla fuera de su ámbito local. Sin embargo, esto no se cumple con el cristianismo ya que éste es universal. Tal como escribió José Grau: “todas las religiones fracasan cuando son transportadas o exportadas, todas las religiones menos una: el cristianismo. El evangelio cuaja tan bien en Tokio como en Texas, en Liverpool como en Ghana. ¿Vemos la diferencia? El evangelio es esencialmente universal, satisface a todos los hombres, a todas las razas, todas las culturas. Esto es un fenómeno único. No todas las religiones pueden decir lo mismo.”[6]
El cristianismo es la cosmovisión que encaja mejor con la evidencia disponible. La persona que dice que todas las religiones son iguales, no las conoce en profundidad y, por tanto, se equivoca. El monoteísmo es la concepción que mejor se ajusta a aquello que podemos conocer por medio de la razón y del estudio del cosmos. Y, dentro del monoteísmo, la fe cristiana propone a Jesús como el único camino para llegar a Dios. El cristianismo no es un esfuerzo humano por alcanzar lo divino sino todo lo contrario, es Dios llegando al hombre en la persona de Jesucristo.
Notas
[1] García Cordero, M., 1977, La Biblia y el legado del Antiguo Oriente, Biblioteca de Autores Cristianos, p. 21.
[3] Zacharias, R. 2011, “¿Cómo se relaciona el cristianismo con el hinduismo?”, en Biblia de Estudio de Apologética, Holman, Nashville, Tennessee, p. 990.
[4] Habermas, G. R. 2011, “Son acaso los milagros bíblicos imitaciones de los mitos paganos?”, en Biblia de Estudio de Apologética, Holman, Nashville, p. 1300.
[5] Habermas, G. R. 2011, “Las aseveraciones de Jesús, ¿son acaso únicas entre las religiones del mundo?”, en Biblia de Estudio de Apologética, Holman, Nashville, p. 1440.
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