Él va delante de nosotros si le tenemos en cuenta en el largo túnel y el camino difícil.
Seguimos añadiendo prórrogas a una situación que dura ya mucho tiempo y a la que no terminamos de verle el final. La crisis por coronavirus ya no solo es algo del 2020, sino también, a la vista de los números está, del 2021, y lo que queda.
Algo que me viene llamando la atención en este tiempo es, observando alrededor y atendiendo a lo que se va sabiendo sobre este virus, que no terminamos de encontrar patrones que nos permitan anticiparnos de forma integral, completa. Vamos sabiendo más, claro, pero este “bichito” de capacidades nefastas sigue dándonos esquinazo, llevándonos la delantera, impidiendo que podamos decir que hemos ganado este combate. Así las cosas, no solo no hemos ganado la batalla, sino que no tenemos ni idea de cómo acabará la guerra.
Solo sabemos que esto se prolonga ya por mucho tiempo. Quizá en la falta de patrones está el Señor enseñándonos dependencia. Sabemos de agotamiento, de desesperanza, de frustración, de tener que estar dispuestos a improvisar a cada minuto por un nuevo giro de los acontecimientos, y sabemos que la única constante es que, de momento y mal que nos pese, no hay una hoja de ruta concreta y específica por la que transitar, más allá de confiar en que Dios nos guíe y nos permita, en algún momento, anticiparnos de verdad y darle estocada final a esta pesadilla.
Cuando las situaciones de dolor y sufrimiento se prolongan más de lo esperado, surgen todo tipo de preguntas en nuestra mente, y también nos sucede a los cristianos. Los seguidores de Jesús, debemos recordarnos, no estamos exentos de nada, y menos del dolor. Aún recuerdo (con verdadera vergüenza ajena) en las primeras semanas de pandemia leer a algún que otro “iluminado evangélico” en las redes sociales, diciendo con la boca llena y con las manos vacías de datos y de Biblia, que este virus, “curiosamente”, no atacaba a los cristianos, ni a los niños, lo cual parecía ser, en su cabeza y según su particular entender, la señal inapelable de que esto que vivimos era un juicio contra el mundo del que los cristianos saldríamos ilesos por una especie de teología extraña que no acabo de entender, y en la que no pienso invertir ni un segundo de mi tiempo más allá de este momento.
Desconozco en qué Biblia o sobre qué base bíblica se sustentan afirmaciones tan atrevidas y faltas de verdad como esas. Pero lo que sí leo en la mía, da igual qué versión emplee (hoy usaré la NVI- Versión Peninsular, que recomiendo encarecidamente), son preguntas de un corazón humano que sufre, directas al corazón de Dios. Los salmos, sin ir más lejos, son buena muestra de ello:
Estas preguntas en el salmo 13, por ejemplo, son solo un reflejo del diálogo constante de los cristianos a lo largo de la historia hacia un Dios que, como los propios salmos nos recuerdan, oye y ve, escucha la petición de los indefensos, les infunde aliento y atiende a su clamor, defendiéndoles (10:17-18). Él ve la opresión y la violencia, se hace cargo de ellas, las toma en cuenta y se constituye, de nuevo, en la ayuda y confianza de quienes más le necesitan (10:14). El necesitado no será olvidado para siempre, ni se perderá para siempre la esperanza del pobre . El ser humano no prevalecerá, porque somos simples mortales (9:18-20).
Pero en medio de todas estas realidades, como en un baile que no cesa, nos encontramos con nuestras preguntas que, cuando las traemos como el salmista delante del Señor, encuentran su respuesta en las convicciones que sustentan nuestra alma en el tiempo de angustia:
Cuando vivimos por fe, muchas veces no vemos estas cosas. Si viéramos la salvación de Dios delante de nosotros, ante nuestros ojos, no estaríamos hablando de fe, sino de andar por vista. Sin embargo, el mismo salmista expresa “Pero yo confío en tu gran amor; mi corazón se alegra en tu salvación. Canto salmos al Señor. ¡El Señor ha sido bueno conmigo!” (13:5 y 6).
No vemos a Dios frente a nuestros ojos, pero Él va delante de nosotros si le tenemos en cuenta en el largo túnel y el camino difícil. Echamos la vista atrás, al pasado, y podemos verle, sin lugar a dudas, interviniendo de forma clara en nuestra vida, llevándonos de Su mano hasta aquí, siempre fiel y siempre tierno, aunque las circunstancias opacaran Su misericordia.
El pasado nos ayuda a mirar confiando hacia el presente y el futuro. ¡Él ha sido bueno con nosotros! Y nos acostamos, dormimos y volvemos a despertar, porque el Señor nos sostiene (3:5).
Dios no nos ha abandonado.
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