La idea de que el creador, después de haber realizado su obra, continúa preservando a sus criaturas y actuando en todo aquello que sucede en el mundo para dirigirlo hacia un determinado fin, está profundamente arraigada en la Biblia.
El racionalismo es una corriente filosófica, formulada por René Descartes[1] y desarrollada durante los siglos XVII y XVIII, que acentúa el papel de la razón en la adquisición de todo conocimiento. Se opone al empirismo ya que éste resalta el valor de la experiencia humana. Los racionalistas priorizaban la razón sobre los sentidos naturales, pues éstos nos podían engañar, mientras que la razón matemática proporcionaba seguridad a la ciencia para descubrir la verdad. Al aplicar tales principios a la religión se llegó a la conclusión de que la revelación escritural no era necesaria y, por tanto, el racionalismo se tornó antirreligioso. Del teísmo se pasó al deísmo. ¿En qué consiste este último?
El deísmo (del latín deus: dios) es la creencia general en la existencia de Dios pero sin la aceptación de ningún credo religioso en particular. El deísta asume que el Creador hizo el mundo y las leyes naturales pero rechaza todos los libros considerados sagrados o revelados. Entiende que a Dios se llegaría exclusivamente mediante el uso de la razón humana y de la observación de la naturaleza, no por medio de la fe en ningún líder religioso o en sus doctrinas. Dios sería un ser sobrenatural, necesario, personal y poderoso que solamente se habría revelado en la naturaleza. La moralidad se considera como el producto de la conciencia o reflexión de las personas, en vez de atribuirla a ninguna revelación o ley moral sobrenatural. El Creador se limitaría a observar su creación pero sin intervenir en ella. Sería como una especie de Dios ocioso (deus otiosus) que no realizaría ningún milagro, a parte del acto creador original.
No hay ninguna religión que sea propiamente deísta, aunque dentro del hinduismo y el budismo pueda haber determinadas posturas afines. El deísmo es más bien un sistema de creencias sostenido por individuos concretos. Algunos deístas famosos fueron: Voltaire, Immanuel Kant, Jean-Jacques Rousseau, Benjamín Franklin, Thomas Jefferson, George Washington, Thomas Edison, Thomas Hobbes y Paul Dirac, entre otros muchos. Esta moda racionalista del deísmo sobrevaloró la revelación natural a expensas de la sobrenatural. El ser humano empezó a confiar más en su propia capacidad intelectual y moral en detrimento de la autoridad de la Biblia. La revelación natural se consideró como suficiente para descubrir la verdad y, de esta manera, el deísmo negó la autenticidad de la revelación escritural. La negación de los milagros o intervenciones divinas en el mundo es el principal problema del deísmo, así como su falta de compromiso con el ser humano. Esto entra en conflicto con el Dios providente de la Biblia que sostiene continuamente su creación y es capaz de relacionarse con la criatura humana para restaurarla y salvarla.
Uno de los principales teólogos protestantes que se opusieron al deísmo fue el suizo Karl Barth (1886-1968). Su obra intenta hacer volver la teología desde lo subjetivo a lo objetivo, desde el esfuerzo humano por encontrar a Dios a la revelación de Dios al hombre en Jesucristo.[2] Para él, la revelación bíblica es siempre Dios en acción que acerca al hombre conocimientos que éste no podía alcanzar por sí sólo de ninguna manera. Según Barth, solo se puede conocer la revelación de Dios por medio de Jesucristo ya que el Hijo del Altísimo es en sí mismo la revelación divina. Y la criatura humana únicamente puede alcanzar dicho conocimiento por medio de la intervención especial del Espíritu Santo. Por tanto, tal como se enseña en la Escritura, Dios se reveló a la humanidad de una vez por todas en la encarnación, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret.
El deísmo intentó descartar, ya en los siglos XVIII y XIX, la doctrina bíblica de la providencia divina, al imaginar a Dios retirándose del mundo después de haberlo creado. Sin embargo, la idea de que el creador, después de haber realizado su obra, continúa preservando a sus criaturas y actuando en todo aquello que sucede en el mundo para dirigirlo hacia un determinado fin, está profundamente arraigada en la Biblia. El salmista se refiere a Dios como un rey sentado sobre su trono celestial que continúa dominando sobre todos (Sal. 103:19). Mientras que Jesús dice del Padre que “hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos” (Mt. 5:45). Por su parte, el apóstol Pablo escribe: “En él (Cristo) asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad” (Ef. 1:11). Hay muchos textos bíblicos más que corroboran los designios de la providencia de Dios en el mundo y el cuidado que sigue teniendo del mismo.
Notas
[1] Cruz, A. 2002, Sociología, una desmitificación, CLIE & FLET, Terrassa, Barcelona, p. 79.
[2] Berkhof, L. 1979, Teología sistemática, La Antorcha, México, p. 43.
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