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No desentenderse del mundo

¿Cómo muestro el modelo que digo seguir en todas las instancias donde me muevo, ese al cual quiero llegar a parecerme en toda su plenitud?

MUY PERSONAL AUTOR 8/Jacqueline_Alencar 05 DE DICIEMBRE DE 2020 13:00 h

Aunque me torne repetitiva, sigo diciendo que me impacta muy mucho ese “De tal tal manera amó Dios al mundo…”, para recordarme que Dios ofreció en sacrificio a lo más preciado y único para Él: a Jesús. Casi no lo puedo comprender, pero me impacta y me interpela. Me anima a querer ser así. A tener una fe sencilla que se siente a la mesa de todos sin hacer acepciones.



Dios bajando para ponerse a la par que nosotros, pero siendo perfecto, para ser ejemplo. Lo constatamos cuando conocemos que Jesús demostraba que el Reino de Dios se había acercado en todas las oportunidades e instantes de su día a día: a la hora del almuerzo, a veces con publicanos, amistades, necesitados de todo…, en las horas destinadas a curar todo tipo de enfermedades, físicas y del alma. En la hora del trabajo de sus compañeros de ministerio, propiciando una pesca milagrosa, pero, en medio de todo, había una enseñanza que reforzaba la fe. ¡Ay si pudiera vivirlo así! ¿Será que me he acostumbrado a los domingos y más domingos? ¿Y los lunes, martes, miércoles…? ¿Cómo muestro el modelo que digo seguir en todas las instancias donde me muevo? ¿Ése al cual quiero llegar a parecerme en toda su plenitud?



Cuando Jesús entra en la sinagoga y lee aquel pasaje de Isaías citado en Lucas 4: 



“El Espíritu del Señor está sobre mí,



porque me ha consagrado



para llevar a los pobres



la buena noticia de la salvación;



[…]”, 



justo al empezar su ministerio público, sentaba las pautas de su misión, de su programa, o agenda para esos tres años. Su plan trienal. ¿Miro yo esas pautas dejadas por él, cuando pienso que existo para la Missio Dei? Al leer los evangelios veo a Jesús cada día por todos lados, tanto que no se le escapaba ni siquiera alguien tan pequeño como Zaqueo, subido a un árbol, que pasaba desapercibido, o solo era visto para ser recriminado como publicano. Jesús conseguía poner a todos al mismo nivel: Zaqueo o Nicodemo merecían igual atención. O una mujer samaritana, pobre, extranjera, de dudosa reputación, de la clase odiada. Justo ese día del encuentro con esta última, iba por una carretera rumbo a seguir demostrando que el reino se había acercado, y que no era pura ilusión eso de que había empezado el año agradable del Señor. Que lo que había pronosticado Isaías era una gran verdad.



Allá donde había necesidad, allá estaba él. Si había una fiesta judía iba, aprovechando las oportunidades, como cuando va a Jerusalén y se dirige a un estanque llamado en hebreo Betsaida. Y dice la palabra que allí “… yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos que esperaban el movimiento del agua…”. Y en este lugar ve a un hombre que hacía 38 años que estaba enfermo. Jesús lo vio y sintió que ya llevaba mucho tiempo padeciendo, y le pregunta si quería ser sanado. Treinta y ocho años esperando y llega el compasivo y le hace la gran pregunta, con toda autoridad. Y a Jesús se aferra este hombre, quien no espera al lunes para sanarle, sino que lo hace en el mismo día de reposo. Donde estaban las multitudes, allí estaba Jesús para dar el mensaje, y si había que dar de comer, porque la gente estaba cansada, pues tal vez había llegado de muy lejos, estaba hambrienta, se daba cuenta y nos los despachaba sin más. Tanta gente esperando oír esa voz potente que hacía ver de verdad, que traía luz y una vida prometedora. Él mismo era la Luz en medio de las sinrazones. 



A veces tocó ir a casa de un amigo para comer, o a su funeral, a consolar y luego hacer el gran milagro de devolverle la vida. O para decirle cuál era la verdad, o aprovechar incluso la presencia de unos fariseos que solo querían incordiar, respondiendo preguntas sobre temas importantes, como qué es la salvación, por ejemplo, cuando lo explicó todo tan clarito a través de la parábola del Buen Samaritano; utilizando sencillos relatos y figuras cotidianas. Cada acto constituía una enseñanza acerca del Reino de los cielos, que sería como un grano de mostaza que se convierte en un frondoso árbol, donde pueden acurrucarse las aves. 



La fe se mostraba sencilla, así como había sido la llegada de Jesús.



Todo esto me hace recordar un poema de Gloria Fuertes donde menciona que algunos le dicen: “Gloria, Dios es un supuesto”; a lo que ella responde: “Yo no sé si es un supuesto, lo que sí sé es que está en su puesto”.  Y eso nos da seguridad, porque sabemos que Dios está en su puesto, que los que están a su cargo serán apacentados; los débiles serán robustecidos, los enfermos curados, los descarriados recuperados, hallados los perdidos, y serán dominados sin dureza ni violencia, sin azotes con la Palabra, sin insultos, sin cobardía, sino más bien con amor y misericordia. Seguridad porque no deja a los suyos dispersos convertidos en presas fáciles de las fieras que están al acecho. No andarán deambulando sin sentido, sin que nadie se preocupe y los busque. (parafraseo al profeta Ezequiel)



Me asombra cómo Dios crea el mundo y todo lo que en él hay y no se desentiende de nada aun cuando seguro se decepcionó un poquito al romperse lo paradisíaco. Y con razón podría haberse desentendido, pero no, se pasa todo un tiempo buscando una solución y no manda cualquier cosa, sino lo más preciado que tenía, haciéndose visible para que podamos palparlo. Manda a Jesús. El Mesías que estos días recordamos como el relámpago que estalló en luz para alumbrar las tinieblas. El cual llegaba para reconciliar todas las cosas, todo lo creado, consigo mismo a través de su gran obra en la cruz. Dios no dejaba nada fuera de esta reconciliación, de esta paz que enviaba porque le importamos. Le importan los niños, los hombres y mujeres, el medioambiente, el trabajo, el gobierno, mi hogar, el refugiado, los ODS, las ONGs… el barrio, la ciudad, la aldea, la cultura, la iglesia, la pandemia, la tristeza, la alegría, la universidad, la escuelita, el hospital y las vacunas, le importa todo lo que está debajo del sol… ¿Puedo liberarme yo de algo? 



¿Cómo copiarme del quehacer de Jesús? Conociéndolo más, acercándome a él. Dialogando con él, leyendo sus palabras que son vivas y eficaces, transformadoras para los que quieren leerlas, oírlas, entenderlas y llevarlas a la práctica… Porque renuevan, te incitan a dejar lo viejo atrás. Viviendo una nueva vida con sus valores y ya no los míos. Siendo su amigo.



El Reino de los cielos se podía percibir en todas las instancias de la vida de Jesús. Cuando hablaba del César, o cuando instaba al joven rico a repartir sus bienes para compartir con otros, o decirle que para seguirle había que dejar todo atrás. O a un gobernante cómo debía gobernar. O a un sacerdote. 



¡Ay! Estaba tan cerca, era tan sensible y amoroso que podía sentir hasta cuando le tocaban el manto en medio de una multitud. Y no se molestaba, o lo dejaba para mañana o para cuando haya un hueco en su apretada agenda, como a veces me pasa a mí.



Además, iba preparando a un equipo de discípulos que luego iban a preparar a otros con gran efecto multiplicador, y así por los siglos venideros; siempre priorizando la cercanía, lo relacional, lo intencional, la confianza, el acompañamiento… Preparando y animando a salir, proveyéndoles de las herramientas necesarias para enfrentarse a lo que era su ministerio, su trabajo ahí fuera, o dentro de los locales religiosos… Interior y exterior. Les enseñaba con la práctica, el ejemplo, a ser como él, dinámico, andariego. Se iban formando los futuros Pablos, Pedros, Lucas, Bernabés, Silas, Epafroditos, Timoteos, Santiagos, etc., etc… Hasta hoy. Dejando una estrategia de discipulado que abarcaba toda la vida, sin dejar recovecos vacíos. No se podía menospreciar nada porque todo había sido obra del Creador de todas las cosas, y por tanto, merecían ser objeto de los propósitos de Dios.



Y me sigue persiguiendo el hecho que menciona Jesús en Juan 17, cuando dice que desde ahora ya no estará en el mundo; pero que ellos, sus discípulos, se quedarían en el mundo, y clama ante su Padre pidiendo que los guarde; pero que, aun así, deben ser enviados, encarnarse en ese mundo, también como instrumentos vitales en la Misión de Dios. Pienso que esto es una condición sine quanon para nosotros hoy. Impactante es esa preocupación de Jesús antes de irse, no quiere dejarlos a la deriva, hay un compromiso digno de copiar: “Protege con tu poder, Padre Santo, a los que me has confiado, para que vivan unidos, como vivimos unidos nosotros”. Unidos. Y acompañados, no solo de la letra sino del Espíritu; relacionados, cercanos, afectuosos, armoniosos… 



Importante: “No te pido que los saques del mundo, sino que los libres del mal”. “Yo los he enviado al mundo como tú me enviaste a mí”. Mundo, mundo, mundo… aunque los persigan, ése es su sitio también. No pueden desentenderse. ¿Y cómo irán si no aman ese mundo a pesar de lo caótico que se ha tornado? Y volvemos a ese “De tal manera amó Dios el mundo…”. Principio y fin se juntan para recalcar una verdad. La de uno que bajó no como un rey, sino como un pastor de verdad, por vocación pura, movido por el amor, dispuesto a estar en su puesto.



Un abrazo fraternal. Paz.


 

 


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