Estos males existen desde el principio de los tiempos.
Pensaba en el hecho de que aún en pleno siglo XXI continuamos hablando de esclavos, de explotados, oprimidos laboral y sexualmente, especialmente los más vulnerables como lo son los niños y adolescentes. Y vi que estos males existen desde el principio de los tiempos. Y he aquí que recordé una historia del primer libro de la Biblia, Génesis, donde se nos relata un caso que demuestra que lacras como la de la esclavitud estaban en pleno apogeo.
Me gusta el Libro de los libros, porque nos retrata al ser humano tal como es, con sus fortalezas y debilidades, pero nos presenta también un Plan para salvarlo, que, como un cordón de grana, se dibuja de principio a fin en este Libro.
Y ahí estaba José, el hijo de Jacob, siempre padeciendo las burlas y desprecios por parte de sus hermanos. Sin embargo, Dios siempre estaba guiándolo todo.
Y vi claramente cómo la esclavitud campeaba a sus anchas en la época de José, él mismo fue vendido a unos mercaderes, que, aunque el pasaje no lo dice, como tal, seguro era explotado laboralmente y veía cómo conculcaban todos sus derechos. Un esclavo siempre es tratado como un objeto, una pieza rentable. Como tantas personas víctimas del tráfico y trata de personas. Como tantos niños que trabajan por un mísero salario en condiciones deplorables en tantos países del Tercer Mundo, o quizá en alguno del Primero. Y nosotros somos los grandes consumidores de productos como el chocolate, balones de fútbol, ropa, resultado de la explotación laboral infantil. Pero Dios estaba guiándolo todo.
Y resulta que José es vendido a un egipcio, hombre de confianza del faraón y jefe de la guardia real llamado Potifar. Y “como la mano del Señor estaba con José, el amo se dio cuenta de esto y así José se ganó la simpatía de este, quien lo hizo su hombre de confianza” y “le confió toda la administración de su casa y de sus bienes”. Dios bendecía la casa de este egipcio a causa de José. Qué descanso para José después de tantas peripecias vividas. Llegaba el momento de recuperar la dignidad perdida, salir de la marginación y las humillaciones, el hambre. Dios estaba guiándolo todo.
Pero he ahí que no todo es de color de rosa, siempre hay espinos y pruebas que comprueban. Y resulta que la mujer del egipcio empieza a acosar a José, apenas un joven, un trabajador excelente, responsable, honesto, en plena formación. Una mujer, que bien podría ser un hombre, pero en este caso la Biblia nos presenta a un personaje femenino para hacerle la vida imposible a este joven que había ganado la estabilidad y solo quería hacer el bien. Una mujer que bien podría haber actuado con madurez y más bien aconsejado y enseñado a José a crecer en responsabilidad y buenhacer, como si de su madre se tratara. Pero no, es alguien que no tiene misericordia y hace uso de su poder y credibilidad para dañar la reputación y el buen testimonio de José, quien no tenía cómo defenderse dada su condición de inferioridad en ese momento. Ni la ley ni nadie estaría de su parte. Es lo que ocurre hoy en un lugar de trabajo u otras instancias donde las personas son acosadas sexual y laboralmente, a tal punto de tener que abandonar sus lugares de sustento si no ceden a las presiones. En algunos países existe legislación para subsanar estos hechos, pero en otros los más débiles están a merced de sus opresores, donde el poder y el dinero son los que marcan las pautas y dan credibilidad. Cuántas personas, sobre todo mujeres, pierden su único medio de sustento para ellas y sus familias y quedan en la absoluta miseria. Y José va a la cárcel por un delito que no ha cometido. Se ve que la esposa de Potifar no tenía ningún cargo de conciencia y menos aún un poquito de misericordia por los más vulnerables. Es incapaz de reconocer sus debilidades que no eran las de José, y tener la valentía de reconocer su error y evitar que un joven se perdiera. Pero la mano de Dios estaba guiándolo todo, como ya conocemos.
José fue fiel a sus principios, aquellos que le habían inculcado en casa de su padre, y que Dios había mandado a su pueblo que las repitieran a sus hijos, y hablaran de ellas cuando es tuvieran en casa, y andando por el camino, y al acostarse, y al levantarse; y debían atarlas como una señal en la mano, y estar como frontales entre sus ojos; además debían escribirlas en los postes de sus casas y en las puertas… (Deut. 6). Y José no se había olvidado de todo esto aun en medio de la opulencia de Egipto, de los cargos obtenidos, del estatus conseguido.
Hay algo que me llama mucho la atención, y es que José no se detiene a pensar o a preguntar por qué sus hermanos lo vendieron, o por qué una vez conseguida la estabilidad nuevamente tiene que ir a la cárcel, o por qué… sabe estar contento tanto en la abundancia como en las estrecheces y así se gana el favor del jefe de la cárcel. Sabía que Dios estaba guiándolo todo y seguía en actitud de obediencia a sus mandamientos. José no perdía el tiempo, más bien lo administraba acertadamente, haciendo el bien. Aun en la cárcel, allá donde lo ponía Dios él buscaba la excelencia. Y todo lo que tocaba prosperaba; y los que estaban a su alrededor se daban cuenta de sus virtudes, de su calidad humana, de sus principios, y que de seguro tenía respaldo divino. Aprovecharon sus dones. La actitud de José me recuerda mucho a la del apóstol Pablo y de Silas cuando estaban en la cárcel cantando. Dios tenía un propósito. Planes que son de bien y no de calamidad.
José fiel a su Dios; Dios fiel a sus promesas para con José.
Ayer profetas como Miqueas denunciaban: “Yo digo: Escuchadme, jefes de Jacob, oídme dirigentes de Israel: ¿No os corresponde a vosotros ocuparos del derecho? Odiáis el bien y amáis el mal, arrancáis la piel de la gente y dejáis sus huesos al desnudo…”. “Escuchad esto, jefes de Jacob, oíd gobernantes de Israel, los que detestáis la justicia y violáis todo derecho, construyendo a Sión con sangre y a Jerusalén a fuerza de delitos. Sus jueces juzgan por soborno, sus sacerdotes predican a sueldo y sus profetas vaticinan por dinero”. Hoy nos hemos construido ídolos como el poder, el dinero, el sexo, la codicia... Son ídolos atractivos y cualquiera puede caer en sus redes si se descuida. “Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga” (1º Corintios 10:12). José descubrió que la autoridad no radicaba en la posición que ostentaba, sino en el servicio realizado con excelencia, con honestidad, transparencia, integridad y sencillez. Y no sucumbió a los problemas sexuales, que en todos los tiempos asolan, tales como la pornografía, la infidelidad, la prostitución. No se envaneció ante el éxito conseguido, no se valió de ello para ejercer el abuso de poder, tener más influencia, aparentar… No lo invadió la codicia, caer en la corrupción y el engaño para acumular más… No se emborrachó de éxito, en medio de la prosperidad del país, del ‘boom’ de las grandes construcciones en Egipto, de la abundancia de recursos de esos primeros siete años. No se dejó vencer por la tentación de guardarse unos granos más de trigo, por si acaso, más bien cogió lo justo, pues caso contrario le faltaría a otro. Se acordó de los pobres y menesterosos, de que tenía una responsabilidad social.
Todas las cosas ayudaban para bien a José, pues logramos percibir que dependía totalmente de Dios y su Palabra; no sólo los sábados, sino todos los días de la semana. Cuando desempeñaba su alto cargo en Egipto, o sea, en su lugar de trabajo, planificando y elaborando estrategias para administrar los abundantes recursos obtenidos durante los años de las vacas robustas, para que fueran factibles en los años de escasez y todo fuese repartido equitativamente. Nadie debía pasar necesidad. Y con seguridad podemos deducir que también dependía de Dios cuando estaba en su hogar, y así en todas las esferas de su vida. No había una separación entre lo sagrado y lo secular.
José pudo constatar que Dios le amaba a él, un simple ser humano, pero que tenía la dignidad otorgada por el Creador de todo desde los principios de los tiempos. Y José supo que los valles de sombra de muerte que tuvo que atravesar eran parte de los propósitos de Dios como parte de esa gran promesa hecha a Abraham de que sería de bendición a todas las naciones, y eso implicaba sacrificio, compromiso y sufrimiento. Había desiertos, pero también frescos oasis donde descansar bajo frondosas palmeras, saboreando dulces y aromáticos dátiles. Y al final José estaba siendo de bendición para una nación en concreto, y que no era la suya, pues para Dios lo transcultural forma parte de su gran Plan para la humanidad. Y José quiso repartir ese gran amor, y lo puso en acción en Egipto, beneficiando incluso más allá de estas fronteras, llegando al mismo corazón de la casa de Jacob con pan. La justicia y la misericordia estaban con él.
Y todas las cosas confluyeron para bien. Que así sea para todos. Me agarro a esa promesa.
Un abrazo fraternal. Paz.
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