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Cuatro objetivos apologéticos

Hay sobre todo cuatro objetivos o funciones principales que tradicionalmente han sido importantes en apologética.

CONCIENCIA AUTOR 87/Antonio_Cruz 07 DE NOVIEMBRE DE 2020 23:45 h
Foto de [link]Miguel Henriques[/link] en Unsplash.

 La apologética, como defensa de la fe cristiana, elabora sus argumentos en respuesta a aquellas críticas o ataques que tienen que ver con asuntos religiosos, teológicos, filosóficos, éticos, culturales, históricos o científicos. Hay sobre todo cuatro objetivos o funciones principales que tradicionalmente han sido importantes en apologética.



Probar los argumentos de la fe cristiana



Se trata de presentar de manera ordenada los argumentos filosóficos, científicos o históricos de la fe. El objetivo es hacer una defensa positiva del cristianismo como sistema de creencias verdadero que debe ser aceptado. Se trata de extraer las implicaciones lógicas de la cosmovisión cristiana, de manera que ésta pueda entenderse bien y compararse con otras cosmovisiones no cristianas. 



Por ejemplo, actualmente hay gente que cree en errores como que Jesús nunca existió, que los milagros son imposibles, que no hay evidencias de la resurrección, que la Biblia se escribió cientos de años después de Jesús, que los libros apócrifos son tan importantes o fidedignos como los canónicos, que todas las religiones enseñan básicamente lo mismo, que la existencia del mal prueba que Dios no existe o, en fin, que el cristianismo no es racional. Pues bien, la apologética permite probar que, aunque la fe cristiana no se pueda demostrar por medio de la razón o la metodología científica, no es en absoluto una fe irracional sino que se presta al análisis lógico.



Es evidente que las cuestiones espirituales requieren de la fe. Sin embargo, la apologética responde a todas las objeciones contra la fe y prueba que todos los argumentos contrarios son falsos o erróneos. La apologética cristiana no solo ofrece evidencias a favor del cristianismo sino que además muestra las debilidades del ateísmo y de otras cosmovisiones religiosas incompatibles con el carácter histórico de la fe cristiana.



Defender el cristianismo de los ataques de cada generación



Este es el verbo que está más próximo a la palabra apología del Nuevo Testamento y que ponían en práctica los primeros cristianos. Su sentido era clarificar la postura cristiana frente a interpretaciones equivocadas. Responder a las objeciones, las críticas y las preguntas de quienes no son cristianos. Despejar las dificultades intelectuales que según los incrédulos se interponen en su camino para aceptar la fe. Por ejemplo, el apóstol Pablo defendió la historicidad de la resurrección de Jesús mediante las siguientes palabras: “Pero si se predica de Cristo que resucitó de los muertos, ¿cómo dicen algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos? Porque si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe. Y somos hallados falsos testigos de Dios; porque hemos testificado de Dios que él resucitó a Cristo, al cual no resucitó, si en verdad los muertos no resucitan” (1 Co. 15:12).



No existe ningún otro libro sagrado, aparte de la Biblia, que sea capaz de decir esto. Semejante desafío no tiene paralelo en ninguna otra religión. Ningún texto sagrado se atreve a decir cómo se pueden destruir sus propias afirmaciones. En cambio, lo que afirma el cristianismo es susceptible de análisis histórico y, por tanto, se puede poner a prueba. El apóstol Pablo basó su defensa de la resurrección en hechos que podían ser investigados por cualquier persona que estuviera interesada. Era posible encontrar a los que fueron testigos presenciales de la vida, muerte y resurrección de Jesús. Se les podía preguntar directamente. De manera que Pablo se dio cuenta de que la historicidad de Jesús y de sus acciones son fundamentales para el cristianismo.



Otro ejemplo más. Los evangelistas Mateo y Lucas, así como también el apóstol Pablo, mencionan que Jesús fue crucificado bajo Poncio Pilato (Mt. 27:2; Lc. 3:1, Hc. 4:27 y 1ª Tim 6:13). Muchos críticos del NT se dieron cuenta de que esto respaldaba la historicidad de Cristo y atacaron diciendo que Pilato nunca había existido ya que aparte del NT no existían evidencias de ello. Sin embargo, en el año 1961, un equipo de arqueólogos italianos que realizaban una excavación en Cesarea del Mar (Israel), encontraron una piedra que tenía una inscripción con los nombres de Tiberio y Poncio Pilato, además del título de “Prefecto de Judea”. A partir de ese momento, la historicidad de Poncio Pilato dejó de cuestionarse. ¡En ocasiones, hasta las piedras hablan y defienden la veracidad de la Biblia!



Refutar las creencias contrarias a la fe



Se trata de responder a los argumentos que presentan los no creyentes. La refutación no es suficiente en sí misma, ya que demostrar que una ideología, filosofía o religión es falsa, no demuestra necesariamente que el cristianismo sea verdadero. Sin embargo, la refutación es una función esencial de la apologética. 



En Hechos 18: 28 puede leerse, por ejemplo, que Apolos “con gran vehemencia refutaba públicamente a los judíos, demostrando por las Escrituras que Jesús era el Cristo”. Los judíos de la época de Jesús habían distorsionado la imagen del Mesías prometido en el AT. Malinterpretaban las profecías y tenían expectativas equivocadas. Ningún judío esperaba que el Mesías muriera a manos de los paganos, en vez de derrotarlos. Nadie hubiera imaginado que el Mesías se dedicara a atacar el Templo y dijera que su destrucción era inminente, en lugar de reconstruirlo y purificarlo. De manera que la crucifixión de Jesús fue entendida por la mayoría de los hebreos como la demostración de que no era el Mesías. Por eso los primeros cristianos, como Pablo, Apolos, los evangelistas y muchos otros, se vieron obligados a refutar estas ideas judías y demostrar que Jesús sí había manifestado de varias maneras ser Dios.



Es cierto que no hay ningún versículo en el NT en el que Jesús diga textualmente: “Yo soy Dios”. Sin embargo, el Maestro empleó un lenguaje simbólico, pero muy significativo para los judíos de su tiempo, con el fin de decir eso mismo. Él dijo: “De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuera, yo soy.” (Jn. 8:58). Al oír estas palabras, los judíos quisieron apedrearlo por haber blasfemado al decir que era Dios. De manera que la gente lo entendió perfectamente. Hay otras citas como las siguientes que reflejan esto mismo. “El Padre y yo uno somos” (Jn. 10:30); “también decía que Dios era su propio Padre, haciéndose igual a Dios” (Jn. 5:16-18); “¿eres tú el Cristo, el Hijo de Dios? Jesús le dijo: Tú lo has dicho” (Mt. 26:63-66). Las autoridades religiosas de Israel le acusaron de blasfemia precisamente porque entendieron bien que se hacía igual a Dios. 



Por otro lado, al perdonar pecados se hizo también igual a Dios porque sólo Dios podía perdonarlos (Mt. 2:3-12; Lc. 7:36-50). Jesús aceptó también que lo adoraran y esta era otra manera de decir que era Dios, porque solamente Dios es digno de adoración (Mt. 14:22-33; Jn. 9:35-38; Mt. 21:14-16). Además, Jesús enseñó a sus discípulos a orar en su nombre, algo absolutamente descabellado si, realmente, no hubiera sido el Hijo de Dios (Jn. 16:23-24; 14:12-14; 15:16). Por tanto, es evidente que Jesús se veía a sí mismo no solamente como Dios, sino como el Dios de Abraham, Isaac, Jacob, Moisés, Isaías, David, etc. Es decir, como el Dios de Israel. Y, en fin, Jesús también enseñó que la única manera de llegar al Padre era a través de Él.



Persuadir a las personas



El cuarto y último objetivo del apologista consiste en persuadir. No se trata solamente de convencer a las personas de que el cristianismo es verdad, sino sobre todo de persuadirlas para que entreguen sus vidas a Jesucristo. Desde luego, siempre será el Espíritu Santo quien les convenza de pecado, pero el apologista cristiano tiene que eliminar sus dudas. 



La apologética no está reservada a un grupo selecto de eruditos educados que se pasan todas las horas del día estudiando. La apologética es para todo cristiano comprometido, para granjeros y farmacéuticos, predicadores y mecánicos, bioquímicos y constructores de edificios, para universitarios y personas con pocos estudios. Cada cual puede defender su fe en su medio natural según su nivel de preparación. El muchacho que explica a su amigo en el colegio por qué insultar es malo, el oficinista que explica la importancia del bautismo a su colega y el microbiólogo que debate con evolucionistas en los recintos universitarios, beben de la misma fuente de la apologética. 



Entonces, la apologética es la defensa razonable del cristianismo del Nuevo Testamento en cualquier momento, en cualquier lugar, con cualquier persona, usando cualquier material apropiado para la ocasión. La inmensa mayoría de las personas escépticas o incrédulas escuchan solamente las preguntas y creen que no hay respuestas. Sin embargo, la verdad es que existen grandes respuestas para casi todas sus preguntas porque el cristianismo es verdadero. Esto significa que nosotros sólo tenemos que encontrar la respuesta adecuada a cada pregunta.



Afortunadamente, los pensadores cristianos han estado contestando esas preguntas desde los tiempos de Pedro y Pablo, y podemos recurrir a su sabiduría para encontrar lo que buscamos. Quizás otras respuestas hayan sido aportadas en tiempos más recientes, en función de los nuevos retos planteados. Pero, sea como sea, siempre habrá una solución capaz de satisfacer la curiosidad del que busca la verdad con honestidad. Necesitamos más apologistas, el cristianismo contemporáneo requiere de buenos defensores de la fe que con la sabiduría recibida a través del Espíritu Santo, y mediante el ejemplo de sus vidas puedan encontrar esas respuestas que el mundo de hoy demanda y así seguir extendiendo las fronteras del reino de Dios en la Tierra.


 

 


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