Degustar la vida

Mt. 6:26,28-29 – “Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta… Considerad los lirios del campo, cómo crecen; no trabajan ni hilan; pero os digo que ni aún Salomón con toda su gloria se vistió como uno de ellos”.

Jesús nos extiende una invitación a observar detenidamente las aves del cielo y los lirios del campo. Vale, de acuerdo. Pero, vamos a ver ¿Cómo se puede emplear tiempo y atención en eso cuando hay tantas cosas importantes que hacer en la vida? ¿En qué cabeza cabe fijarnos en cosas insignificantes que no poseen ningún valor mediático? En un mundo mediatizado por el valor resultadista de todo cuanto hacemos, reparar en estas cosas parece una pérdida de tiempo impresentable, no es cierto?

Hace unas décadas, John Lennon uno de los miembros del grupo musical más famoso de todos los tiempos, dijo: “La vida es aquello que te va sucediendo mientras te empeñas en hacer otros planes”. ¿De verdad? ¿Es posible existir entretenidos solo en cosas, de tal modo que la vida se nos escape entre las manos sin poder disfrutarla en realidad? En medio de un mundo en absoluta descomposición resulta necesario pensar si lo nuestro hasta ahora ha sido vivir de verdad o, por el contrario, nos hemos pasado el tiempo apostando por un sucedáneo. Porque si en medio de esta demoledora crisis sanitaria que nos asedia, todo aquello que hemos llamado “vida” se ha derrumbado como un castillo de naipes, entonces hay que buscar su sentido último en otro sitio ¿No será que en nuestros delirios de vivir a lo grande nos hemos olvidado de degustar el sentido de la existencia en las cosas pequeñas?

Un anticlerical confeso como Antonio Machado escribió unos versos que muestran con claridad la grandeza de lo pequeño:

LAS MOSCAS

“Vosotras, las familiares, inevitables golosas,

Vosotras moscas vulgares, me evocáis todas las cosas…

¡Moscas del primer hastío en el salón familiar,

Las claras tardes de hastío en que yo empecé a soñar!

Y en la aborrecida escuela, raudas moscas divertidas,

Perseguidas por amor de lo que vuela…

Moscas de todas las horas, de infancia y adolescencia

De mi juventud dorada…

Inevitables golosas… pequeñitas, revoltosas,

Vosotras amigas viejas, me evocáis todas las cosas”

¿Las moscas? ¿Puede algo insignificante como estos insectos voladores comunes, ordinarios y molestos evocar recuerdos, pensamientos y emociones que permitan rememorar un pasado feliz? Sí puede, si uno se detiene a degustar el valor de aquello que parece insustancial, pero que no lo es. Porque la vida es la suma de todas esas pequeñas cosas que nos suceden, mientras estamos entretenidos haciendo otros planes.

¿Qué pasaría si hiciéramos de cada instante de nuestra vida algo extraordinario? Difícil ¿verdad? Pero posible. Se trataría de convertir aquello que llamamos ordinario en algo que realmente tuviera valor, que pudiéramos disfrutar paladeándolo cada día como si ese día fuera el último. Jesús nos enseñó a vivir cada momento reconociendo, desde la gratitud, la grandeza del regalo que Dios nos ha hecho en todo aquello que nos rodea.

Las aves del cielo, los lirios del campo… ¿Seguimos? Asistir a la iglesia, alabar al Señor, escuchar su palabra, cantar con alegría, abrazar a los hermanos, orar en comunidad, comer juntos, disfrutar de la conversación, ir de excursión, celebrar un cumpleaños, compartir un café, pasear por el parque, dialogar con los hijos, pasear con los nietos… degustar la vida.