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Jesús y la teoría de la leyenda

¿Qué mentiroso es capaz de morir por defender una mentira, sabiendo que es mentira?

CONCIENCIA AUTOR 87/Antonio_Cruz 16 DE AGOSTO DE 2020 17:00 h
Imagen de [link]Eliott Reyna[/link] en Unsplash.

En uno de los primeros libros verdaderamente ateos, escrito en España en 1884, La religión al alcance de todos, del famoso autor, Rogelio Herques Ibarreta, excomulgado por la iglesia católica, puede leerse: “(…) un individuo que pasa al través de puertas cerradas, que desaparece de la vista de las personas como una visión y que atraviesa los techos no puede ser cuerpo de carne y hueso, sino espíritu, y de ahí el que os probemos que Jesús no resucitó, sino que era su espíritu, y que su cuerpo se pudrió como el de cualquier otro hombre.” Y, pocas líneas después, concluye: “(…) luego San Mateo es un embustero, (…) lo único que hay de cierto y positivo es que los escritores de los Evangelios, como los del resto de la Biblia, son unos tunantes descarados.”[1] Ante semejantes declaraciones, es comprensible que la jerarquía católica de la época lo excomulgara ya que Ibarreta creía que los autores bíblicos, tanto del Nuevo como del Antiguo Testamento, mentían descaradamente. Por lo tanto, según su opinión, la resurrección de Jesús no era más que una leyenda inventada por sus seguidores malintencionados.



Los argumentos de Ibarreta son muy poco creíbles ya que es imposible que los evangelistas fueran unos mentirosos, como el afirma. ¿Qué mentiroso es capaz de morir por defender una mentira, sabiendo que es mentira? Algunos hombres han muerto por una mentira, pero creían que era verdad. Nadie muere conscientemente por una falsedad. Por tanto, Ibarreta estaba completamente equivocado.



Esta teoría de la leyenda -una de las más populares, por cierto- sostiene que el cuerpo de Jesús permaneció colgado en la cruz hasta que se descompuso y fue consumido por las aves carroñeras, o bien se descolgó y fue arrojado a una fosa común, donde probablemente sería devorado por perros u otras alimañas. De manera que algún tiempo después, Pedro y los demás apóstoles superaron el dolor y la frustración de la crucifixión de su Maestro, reflexionaron teológicamente, decidieron que la muerte no debía impedir su ministerio apostólico y empezaron a predicar que Cristo seguía vivo espiritualmente y, por tanto, presente en el mundo. Así, la resurrección de Jesús se convirtió en el momento en que ellos descubrieron que, a pesar de estar muerto, podía vivir en sus corazones. Luego entonces, los relatos evangélicos acerca de la muerte, resurrección y posteriores apariciones de Cristo fueron la leyenda elaborada por sus seguidores -con buena o mala intención- pero con el fin de transmitir las verdades espirituales predicadas por su amado Maestro, que en realidad habría muerto como el resto de los mortales.



El primer inconveniente de semejante teoría es que no explica por qué las autoridades hebreas del primer siglo temían que el cuerpo de Jesús fuera robado del sepulcro. Este temor implica que realmente fue sepultado y que posteriormente la tumba se encontró vacía. La teoría de la leyenda no puede dar razón de tales acontecimientos históricos.



En segundo lugar, los apóstoles hablaron de la resurrección y la pregonaron, con carácter apologético, ante el mismo público que había presenciado la crucifixión de Jesús. Si hubieran mentido o tergiversado los hechos, como afirma esta teoría, la gente lo habría denunciado inmediatamente. Sin embargo, esto no ocurrió en ningún momento sino más bien todo lo contrario. Miles de personas aceptaron el testimonio de los apóstoles y se convirtieron a Cristo (Hch. 2:41). Además, si el objetivo de los apóstoles hubiera sido difundir una leyenda falsa, ¿qué sentido habría tenido empezar por Jerusalén, el lugar donde se acababa de crucificar a su Maestro? ¿No hubiera sido mejor cualquier otro lugar sin testigos presenciales?



Además, si los apóstoles y evangelistas eran unos “tunantes descarados”, como aseguraba Ibarreta diciendo que mintieron e inventaron una leyenda para hacerla pasar por un acontecimiento histórico, ¿cómo es que pasaron por alto el dato, tan importante para la mentalidad judía, de colocar como primeros testigos de la resurrección nada más y nada menos que a unas pobres mujeres seguidoras de Jesús? Ellos sabían muy bien que ninguna persona del sexo femenino podía ser testigo legal en juicio alguno, en la época de Jesús. De semejante costumbre discriminatoria, da cuenta cabal el historiador judío del primer siglo después de Cristo, Flavio Josefo, al escribir: “No se debe aceptar el testimonio de las mujeres a causa de la inconstancia y la imprudencia propias de su sexo”.[2] Si lo que pretendían los apóstoles era elaborar una historia que resultara convincente a los judíos de la época, ¿por qué confiar a las mujeres el descubrimiento de la tumba vacía, a sabiendas de que su testimonio resultaría sospecho y sería invalidado inmediatamente? ¿Cómo pudieron cometer semejante error? ¿No habría sido mejor delegar dicho hallazgo a hombres, considerados más respetables desde el punto de vista legal por los hebreos, como Pedro o cualquier otro discípulo varón?



Otra de las críticas que hacen los partidarios de la teoría de la leyenda al relato del Nuevo Testamento es que los evangelistas difieren en ciertos detalles y esto -según ellos- evidenciaría que fabricaron una leyenda. Por ejemplo, Marcos sólo dice que José de Arimatea colocó el cuerpo de Jesús en un sepulcro. Mateo añade que el sepulcro era nuevo y pertenecía a José. Lucas insiste en que en dicha tumba nunca se había puesto a nadie. Finalmente, Juan escribe que el sepulcro estaba en un huerto cercano. ¿Cómo es posible usar tales datos para justificar la teoría de la leyenda? Que Juan dijera que la tumba de Jesús estaba en un huerto cercano no contradice las demás versiones que afirman que era nueva o que pertenecía a José de Arimatea. Afirmar que José fue un personaje inventado, en base a tan nimias diferencias, es ilógico y no hay suficientes pruebas para ello.



De la misma manera, las aparentes discrepancias entre el número de mujeres que estuvieron en el sepulcro, así como el número de ángeles, si se podía o no reconocer a Jesús después de resucitado, etc., no demuestran en absoluto que se trate de una leyenda inventada. No hay ninguna contradicción formal entre los diferentes evangelios. Son narraciones complementarias y no contradictorias. Cada evangelista se fijó en los detalles concretos que deseaba resaltar en su explicación de los hechos. Por otro lado, si los cuatro evangelistas hubieran ofrecido relatos idénticos, ¿qué dirían los críticos? ¿No deducirían también que los cuatro se pusieron de acuerdo para crear la misma leyenda? Igual que las teorías anteriores, esta de la leyenda choca con el problema de la tumba vacía y con el del testimonio femenino.



 



[1] Ibarreta, R. H. 1884, La religión al alcance de todos, Imprenta de Emilio Saco y Brey, Madrid, pp. 224-225.



[2] Josefo, Antiquities of the Jews, IV.xiii, citado en Powell, D. 2006, Guía Holman de Apologética Cristiana, B&H, Nashville, p. 284.


 

 


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COMENTARIOS

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carlos carlos alberto
19/08/2020
06:44 h
2
 
El libro Evidencia que exige un veredicto, de Josh McDowell (Campus Crusade for Christ, Ágape en España) corrobora y amplía este muy buen artículo.
 

Juan Manuel
18/08/2020
09:13 h
1
 
Lo malo puede ser los que mueren y se sacrifican por una mentira creyendo que es verdad .Ej : los islámicos que mueren en la Guerra Santa que piensan que inmediatamente van al Paraíso
 



 
 
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