A Samuel Escobar, René Padilla, Pedro Arana y
Pedro Savage (in memoriam), con profundo agradecimiento.
Las ciencias sociales pueden ser un coadyuvante en la misión cristiana. Pero a condición que las mismas no moldeen ideológicamente el contenido del Evangelio. A este aserto dedico René Padilla la tercera sección, y final, de su exposición “La unidad de la Iglesia y el principio de unidades homogéneas”, en el Seminario Fuller (junio de 1977), centro difusor de Iglecrecimiento.
El doctor Padilla, en línea con la enseñanza neotestamentaria, afirmó que la cuestión no estaba en si debía fomentarse el crecimiento de la Iglesia, sino en los medios usados para alcanzar el propósito. Es claro que a partir de Pentecostés las comunidades cristianas fueron muy activas en la difusión del mensaje de Jesús, y que tal difusión estuvo en manos de personas deseosa de transmitir su nueva identidad en espacios donde desarrollaban la vida cotidiana.
La puntillosa observación de quien fue uno de los iniciadores de la FTL, en Cochabamba, Bolivia (diciembre de 1970), señaló la cautividad de Iglecrecimiento con la teoría de las unidades homogéneas. La argumentación sobre la que descansaba la teoría era que debían articularse en la práctica misionera las realidades culturales, las cuales mostraban que “la gente prefiere hacerse cristiana sin tener que cruzar barreras entre un contexto y otro”. Dicha preferencia social, señalaba Padilla, era preocupante dado que facilitarle a la gente hacerse cristiana implicaba dejar de enfatizar contenidos centrales del Evangelio.
El Evangelio a la carta, al gusto del cliente, bien puede reflejarse en multiplicación de conversos pero no necesariamente de discípulos de Jesús. La contextualización del Evangelio no es lo mismo que el amoldamiento del mismo a las expectativas e intereses de consumo religioso que pudiesen tener las personas. La encarnación de Jesús es modélica para quienes confesamos ser seguidores suyos y, en consecuencia, las comunidades que son laboratorio del Reino deben ceñirse a la que John Howard Yoder llamó la original revolución de Jesús.
Usar las barreras y prejuicios excluyentes humanos para ver en ellos posibilidades de extender el número de prosélitos era, es, contrario al mandato de Jesús acerca de construir comunidades en las que se concretara la nueva humanidad. René Padilla remarcó que “la conversión nunca era una experiencia religiosa meramente: era también la manera de hacerse miembro de una comunidad en la cual la gente encontraba la base de su identidad en Cristo más que en su raza, status social o sexo”1. El reto es que en la contextualización del Evangelio no se le despoje de su potencial transformador de personas y estructuras.
Los creyentes del primer siglo enfrentaron prácticas culturales excluyentes, supremacismos que resultaban en prácticas separatistas y negadoras de la humanidad de otros. No les fue fácil entender que en Cristo los criterios divisivos debían superarse en el nuevo pueblo gestado por el Espíritu Santo. Por lo cual el “Nuevo Testamento muestra claramente que los apóstoles rechazaron todo ‘racismo asimilacionista’, pero nunca contemplaron la posibilidad de formar iglesias basadas en unidades homogéneas en que expresaran su unidad en términos de relaciones intereclesíasticas y nada más. Cada iglesia tenía que manifestar la unidad de los miembros por encima de sus diferencias raciales, culturales y sociales, y, a fin de alcanzar este objetivo, los apóstoles sugerían medidas prácticas”2.
Antes que desprender acercamientos evangelizadores con fundamentos bíblicos, la escuela de Iglecrecimiento hizo instrumentalización de observaciones sociológicas funcionalistas. “A posteriori”, subrayaba René Padilla, “han desarrollado una estrategia misionera [y] tratado de encontrar una base bíblica”. O sea, siguieron el método que para otra temática exhibió E. H Carr en su libro clásico ¿Qué es la historia?: el de tijera y engrudo. Hoy diríamos copiar y pegar, cortando de aquí y de allá para hacer coherente algo que inicialmente no lo es. El ponente fue más allá: “El énfasis de Iglecrecimiento en las unidades homogéneas está, en efecto, en directa oposición a la enseñanza y la práctica apostólica en relación con el crecimiento de la iglesia. No es posible edificar una metodología misionera correcta sin contar con una misionología bíblica como base”3.
El sociologismo de Iglecrecimiento, de ser uno partidario de sus postulados proselitistas al gusto del cliente, conduce a concluir que hicieron bien las iglesias alemanas cautivadas por el etnocentrismo ario de Hitler al subordinarse a él y la pretensión de dominación mundial mediante el aniquilamiento de los considerados subhumanos. Del otro lado estuvo el movimiento de la Iglesia confesante que se opuso a la herejía y en la Confesión de Barmen enarboló el señorío de Cristo para anteponerlo a la divinización del poder detentado por Adolfo Hitler. Karl Barth, Dietrich Bonhoeffer y Martín Niemöller, entre otros, tuvieron la entereza de contender por el Evangelio y no acomodarlo a los intereses políticos del nazismo.
La evangelización superflua, que solamente sustituye una religiosidad ritualista por otra, produce conversos superficiales que bien pueden conformar congregaciones muy numerosas a la vez que dejar intocadas nociones y prácticas anti Evangelio. En este sentido, Padilla apuntó hacia el quietismo social implícito en la filosofía de Iglecrecimiento:
Debido a su negligencia respecto a la enseñanza bíblica sobre la unidad de la iglesia, se ha convertido en una misionología hecha a medida para iglesias e instituciones cuya función principal en la sociedad principal es apoyar el status quo. ¿Qué puede decirle esta misionología a una iglesia en un suburbio de clase media, donde los miembros se sienten cómodos con sus valores propios de la burguesía, pero están esclavizados por el materialismo de la sociedad de consumo y ciegos frente a las necesidades de los pobres? ¿Qué puede decirle a una iglesia donde el racista “se siente bien” gracias a la censurable alianza entre el cristianismo y la segregación racial? ¿Qué puede decir en situaciones de conflicto de tribu, casta o clase? Claro, puede decir que “a la gente le gusta hacerse cristiana sin cruzar barreras raciales, lingüísticas o de clase”. Pero, ¿qué tiene esto que ver con el evangelio acerca de Jesucristo, quien vino a para reconciliar a todos con Dios en un solo cuerpo por medio de la cruz?4
Históricamente el acomodamiento del Evangelio a los intereses defensores del quietismo social y/o a las pretensiones hegemónicas del poder en turno tiene largos antecedentes, por lo cual el ejercicio constante de evaluar las bases misionológicas es tarea de cada generación en busca de ser fiel al modelo del Verbo encarnado. Por otra parte, también históricamente, hay ricas experiencias que evidencian concreciones de ser y hacer iglesia siguiendo los pasos de Jesús.
El año de fundación de la Fraternidad Teológica Latinoamericana, 1970, fue publicada una obra que documentó muy bien las características de las primeras generaciones cristianas en cuanto a transmitir el mensaje y las conductas que les singularizaron. Me refiero a La evangelización en la Iglesia primitiva, de Michael Green, libro publicado en castellano a partir de 1976 en cuatro pequeños tomos por Editorial Certeza. Más tarde, en 1997, la obra fue nuevamente publicada por otra editorial, en un solo volumen5. Green sigue las huellas del cristianismo neotestamentario y el de hasta mediados del siglo tercero, y encuentra cómo comunidades sin poder político y económico que las respaldara impactaron al mundo no tanto por su mensaje verbal sino por el mensaje acuerpado, es decir por su conducta a contracorriente de la normalidad valorativa entonces reinante.
Se complementa muy bien el acercamiento de Michael Green con la investigación de Alan Kreider, La paciencia. El sorprendente fermento del cristianismo en el Imperio romano6. El autor demuestra, con sólidas bases documentales, cómo las estigmatizadas comunidades cristianas impactaron su entorno mediante la extorización conductual de sus creencias. Todo esto sucedió antes del giro constantiniano, cuando, como bien sostiene Jacques Ellul, fue subvertido el cristianismo7. Otra herramienta valiosa en la línea de lo descubierto por Green y Kreider es la práctica misionera del Equipo Menonita en el Chaco argentino, cuyo título revela una teología y su contextualización: Misión sin conquista. Acompañamiento de comunidades indígenas autóctonas como práctica misionera alternativa8. Por cierto que el editor de los libros de Michael Green y del Equipo Menonita es el doctor René Padilla, quien ha sumado a su trayectoria de teólogo otra manera de hacer teología: publicar libros de otros autore(a)s en las editoriales que ha dirigido, Certeza, Nueva Creación y Kairos.
1. C. René Padilla, “La unidad de la Iglesia y el principio de unidades homogéneas”, Misión integral: ensayos sobre el Reino de Dios y la Iglesia, tercera edición, Ediciones Kairos, Buenos Aires, p. 256.
2. Ibíd., p. 257.
3. Ibíd., p. 258.
4. Ibíd, p. 259.
5. Michael Green, La evangelización en la Iglesia primitiva, Editorial Nueva Creación, Buenos Aires, 1997.
6. Ediciones Sígueme, Salamanca, 2017.
7. La subversión del cristianismo, Ediciones Carlos Lohlé, Buenos Aires, 1990.
8. Segunda edición, Ediciones Kairos, 2011.
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