¿Qué va a cambiar?

Durante el confinamiento y el estrés que nos ha provocado a todos esta terrible pandemia, hemos podido pensar y repensar varias cosas sobre nuestro futuro inmediato; y muchos nos hemos preguntado: “¿Hasta dónde va a llegar todo esto?”, “¿Qué sucederá en los próximos tiempos?”, “¿Saldremos de esta y que será de nosotros?”

Seguramente algo, sino mucho, está cambiando en nuestro interior: ciertas percepciones, inseguridades y temores anticipados, expectativas en la ciencia y en los recursos humanos, y también el renacer de la esperanza de que siempre habrá un mañana mejor, lo cual atenúa por momentos nuestra angustia vital.

Probablemente cambien ciertos comportamientos sociales. Tendremos que acostumbrarnos a una vida más sobria económicamente hablando, aunque esta inevitable contención produzca una reacción casi insoportable en las nuevas generaciones por no haber experimentado penurias ni sufrimiento alguno, no valorando suficientemente todas las comodidades y recursos de los que estamos gozando actualmente.

Por lo pronto, nos hemos convertido en una sociedad vigilada desde los poderes públicos con geolocalizadores y otros sistemas de control más sofisticados, en principio por razones aparentemente justificadas.

Esta nueva situación mundial nos ha descolocado a todos sin excepción y ha puesto de manifiesto nuestra vulnerabilidad humana, causando un terremoto social, político y especialmente financiero en muchos países al paralizarse la cadena de producción económica.

Esta nueva normalidad —o más bien, esta nueva realidad— propiciará el cambio de paradigmas en una clara restricción de libertades, incluidas las democracias más avanzadas. Y eso, sin tener en cuenta que podría producirse un nuevo sobresalto mundial de cualquier naturaleza, como pudiera ser una crisis planetaria de gran calado, una nueva oleada de terrorismo global o la aparición de nuevas pandemias y, en el peor de los escenarios, una crisis nuclear incontrolable, viendo el perfil tan disfuncional de ciertos líderes de grandes potencias nucleares.

Quizás por prudencia o por no generar un alarmismo exagerado (a excepción de los profetas del desastre y los conspiranoicos de turno), hemos omitido una verdad hoy más evidente que nunca y es la proximidad del retorno de Cristo al mundo para clausurar la historia humana y adentrarnos en los propósitos eternos de Dios.

Más allá de las diferentes escuelas interpretativas de la escatología bíblica del final de los tiempos, lo cierto es que estamos adentrándonos en lo que el mismo Jesús describió como principio de dolores. Nuestra comprensión bíblico-profética del cuadro completo, más el testimonio del Espíritu, al disponer —a diferencia de quienes nos precedieron—de todos los registros bíblicos que componen el Canon, nos demuestran verazmente que el fin de todas las cosas está ahora más cerca que nunca.

Por lo tanto, como Iglesia de Dios en el mundo del siglo XXI, deberíamos trabajar con las nuevas generaciones en la impartición de un discipulado de raíces profundas y de intimidad con el Señor muy relacionado con la segunda venida de Cristo y el final de los tiempos, sin añadirle elucubraciones innecesarias, solo siendo fieles a lo esencial de las Sagradas Escrituras y a los textos neotestamentarios que, en sí mismos, nos alertan clamorosamente del regreso inminente de nuestro amado Salvador.

Percibo, en ciertos sectores del cristianismo, un claro escepticismo hacia el libro de Apocalipsis y sus conexiones proféticas con toda la Biblia; esto también era predecible según las mismas Escrituras.

Definitivamente, respondiendo a la pregunta que encabeza este artículo, lo que va a cambiar a marchas forzadas es nuestra sociedad global y también, en buena medida, la configuración y la puesta en escena de las más de veinte millones de iglesias en el mundo. Esta próxima década, además de lo inquietante que resultará, traerá poderosos derramamientos del Espíritu Santo en salvación de almas y señales milagrosas, prescindiendo de los charlatanes y farsantes que tratarán de engañar a muchos a toda costa.

Por lo tanto, declaramos emocionados y a viva voz: “¡Ven Señor Jesús, ven pronto”, ¡Maranata!