Hacia el cincuentenario de la Fraternidad Teológica Latinoamericana, algunas notas (8)

A Samuel Escobar, C. René Padilla, Pedro Arana  y Pedro Savage (in memoriam), con profundo agradecimiento.

De observaciones sociológicas infirieron principios teológicos.

La llamada escuela de Iglecrecimiento emergió y tuvo auge global a partir de mediados de la década de los sesentas del siglo pasado, cuando Donald McGavran fue nombrado director de la Escuela de Misiones del Seminario Teológico Fuller, en Pasadena, California.

Él impulsó un paradigma basado en sus observaciones por distintas partes del mundo sobre las características de las iglesias que más crecían y aquellas que no lo hacían.

Incorporó su aprendizaje como misionero en la India, a partir de 1923, de los factores que, según él, facilitaban las conversiones y los estructuró para ser aplicados en cualquier contexto.

McGavran revistió las lecciones sociológicas/antropológicas de estrategias que creyó encontrar en el Nuevo Testamento. Como el objetivo de las comunidades cristianas, tanto de la primera centuria como del siglo XX era crecer mediante conversiones masivas, entonces todo lo que resultara en tal crecimiento era no sólo rescatable sino aplicable en las más disímiles condiciones.

Desde el Seminario Fuller su pensamiento alcanzó difusión mundial, y llegaron estudiantes/misioneros de distintos continentes para formarse en los postulados de Iglecrecimiento.

En 1971, Pedro Wagner, tras haber participado en la reunión fundadora de la Fraternidad Teológica Latinoamericana (Cochabamba, Bolivia, diciembre de 1970) se incorporó al cuerpo docente de la Escuela de Misiones del Seminario Fuller, donde permaneció tres décadas y fue el principal discípulo de McGavran. Wagner estuvo como misionero en Bolivia de 1956 hasta poco antes de marcharse a Fuller.

En el Congreso Latinoamericano de Evangelización I (Bogotá, Colombia, 21 a 30 de noviembre de 1969), Pedro Wagner buscó afanosamente diseminar su punto de vista sobre qué camino deberían seguir las nuevas generaciones evangélicas latinoamericanas.

De allí que a cada asistente a la reunión se le haya entregado un ejemplar de su libro Teología latinoamericana: ¿izquierdista o evangélica? La lucha por la fe en una iglesia creciente.1

En la tercera parte de la presente serie aporté datos acerca de la obra escrita por Wagner. Vale recordar que el volumen fue dedicado a “uno de los profetas distinguidos del siglo XX, Donald A. McGavran y a sus colegas del cuerpo de profesores de la Facultad de Misión Mundial e Instituto sobre Crecimiento de la Iglesia del Seminario Teológico Fuller”.

Solamente medio año después de la inquietud levantada en teólogos evangélicos jóvenes por la obra de Pedro Wagner, uno de ellos, C. René Padilla, diseccionó el libro en cuestión y destacaba la lectura reduccionista del panorama teológico latinoamericano efectuada por el misionero estadounidense.

Si bien Padilla señalaba su propia distancia hermenéutica del movimiento Iglesia y Sociedad en América Latina, por otra parte reconocía el acicate que dicho movimiento representaba para quien buscara reflexionar teológicamente en el contexto de Latinoamérica. Por ello ponía en tela de juicio el acercamiento simplificador de Wagner:

¿No se hace más mal que bien a la causa del Evangelio cuando se cierran los ojos al problema que nos plantea el consuetudinario divorcio entre evangelización y responsabilidad social, individuo y comunidad, salvación personal y creación de una nueva humanidad en Cristo? ¿No es la teología radical izquierdista misma, al menos en parte, una reacción contra el fatal reduccionismo de la misión cristiana que ha caracterizado al protestantismo latinoamericano? […] La proclamación del evangelio (kerigma) y la ilustración del evangelio que se da en el servicio (diakonía) forman un todo indisoluble. Lo uno sin lo otro es un evangelio incompleto, mutilado y, consecuentemente, contrario a la intención de Dios. Desde esta perspectiva, es ocioso preguntarse sobre la relativa importancia de la evangelización y la responsabilidad social. Equivale a preguntarse sobre la relativa importancia del ala derecha y el ala izquierda de un avión.2

En Cochabamba las posiciones de Padilla y Wagner volvieron a colisionarse. El primero disertó sobre “La autoridad de la Biblia en la teología latinoamericana”.3

En tanto el misionero expuso acerca de “El crecimiento de la Iglesia en América Latina”, donde argumentó a favor de seguir pautas evangelísticas promovidas por quien consideraba “profeta distinguido del siglo XX”, Donald McGavran.

El trabajo de Wagner y uno de Samuel Escobar (“La Biblia y la revolución social en América Latina”), no fueron publicados en el libro que dio cuenta de las ponencias presentadas debido al consenso entre los asistentes, ya que consideraron era mejor no publicar posiciones tan encontradas.

Es relevante entender el contexto en que fueron expuestas las siguientes ideas de René Padilla, en el marco de una reunión en la cual estaba discutiéndose en torno a la posibilidad de crear una plataforma de diálogo teológico entre quienes se identificaban como evangélicos.

Entre los presentes Pedro Wagner representaba la fuerza misionera que buscaba ganar para la causa de Iglecrecimiento a la generación que deseaba pensar la fe contextualmente y, por lo tanto, consideraba llegado el tiempo de no ceñirse al que Samuel Escobar denominó “el ropaje anglosajón de la teología latinoamericana”.4

Con el trasfondo descrito las palabras de Padilla cobran la dimensión que debieron tener entre los oyentes originales y, considero, no es carente de base aseverar que buena parte de lo expresado iba dedicado a Pedro Wagner y su esfuerzo de equiparar misión cristiana con producir conversiones siguiendo pautas más acordes a la sociología funcionalista que a los parámetros neotestamentarios:

El asentimiento a la autoridad de la Biblia podría ser considerado como una de las características más generales del movimiento protestante en América Latina. Esto es de esperar en un movimiento con una gran mayoría teológicamente conservadora. Cabe, sin embargo, preguntarse si el uso real de la Biblia por parte de los evangélicos latinoamericanos coincide en términos generales con ese asentimiento que los distingue. Podría ser que se tratase de un asentimiento puramente formal, sin consecuencias prácticas para la definición doctrinal y ética ni para la predicación.

[…] El púlpito evangélico en América Latina está en crisis. El énfasis unilateral en la evangelización, divorciada de la enseñanza, ha resultado en una distorsión de la predicación y, consecuentemente, de la vida y misión del pueblo de Dios en el mundo […] La conclusión es ineludible: si no hay exposición seria del Evangelio, “conforme a las Escrituras” (según la expresión neotestamentaria), inclusive la conversión corre el riesgo de ser espuria. Por eso, en un Continente como el nuestro, donde la predicación no se nutre debidamente de la Palabra de Dios, no se puede simplemente adoptar la actitud triunfalista de quienes hacen de las estadísticas el criterio básico para medir el crecimiento de la Iglesia.5

Pedro Wagner no salió satisfecho de Cochabamba. Un mes después publicó un artículo en Christianity Today en el que denunciaba al bloque de la Comunidad Internacional de Estudiantes Evangélicos, ministerio en el que servían René Padilla, Samuel Escobar y Pedro Arana, “de haber tratado de imponer una doctrina insuficiente de la Escritura”. El mismo personaje, “a su regreso a los Estados Unidos, adoptó una actitud de permanente hostilidad hacia la FTL”.6

Con estos antecedentes René Padilla llegó al Seminario Fuller, para participar en la consulta La unidad de la Iglesia y el principio de unidades homogéneas (junio de 1977).

Hizo su exposición en el centro donde dominaban los Think tanks del Iglecrecimiento, ante ellos diseccionó las bases en que sustentaban la búsqueda de conversiones sacrificando lo normado en el Nuevo Testamento como improntas de la identidad y misión de la Iglesia.