La fe cristiana es universal porque, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, Dios es el Señor de todas las naciones de la tierra.
La rodilla blanca del policía estadounidense Derek Chauvin se dobló con fuerza sobre el cuello oscuro de George Floyd y así estuvo durante más de ocho minutos hasta acabar con la vida de aquel hombre negro de 46 años. Miles de otras rodillas de diversas etnias se doblaron también días después por todo el mundo, en señal de protesta por el lamentable caso de brutalidad policial impregnada de racismo. ¿De dónde surge tanta violencia xenófoba contra los negros? ¿Por qué el odio a lo diferente está tan arraigado en el alma humana y reaparece eventualmente de forma trágica?
Algunos dicen que la culpable es la Biblia de judíos y cristianos porque en ella se afirma que Noé, al maldecir a su descendiente Canaán (hijo de Cam, del que supuestamente descenderían los negros) y condenarle a ser “siervo de siervos de sus hermanos”, dio pie al desprecio universal por la raza negra (Gn. 9:18-29). Si a esto se añaden ideas como las de ciertos grupos supremacistas blancos, que afirman que Adán y Eva fueron los primeros caucásicos blancos, mientras que Caín habría sido el antepasado de la etnia negroide, resultaría que el Dios de la Escritura sería el responsable último del racismo en el mundo, que se habría ido difundiendo e inculcando a través del colonialismo y las misiones cristianas, tanto católicas como protestantes. Los malos y torpes serían siempre las personas de piel oscura. De ahí su infravaloración por parte de los blancos, el desprecio histórico, la raíz del esclavismo y hasta la actual violencia policial en los Estados Unidos y otros países. ¿Qué hay de cierto en tales interpretaciones? ¿Será verdad que la Biblia es racista, tal como aseguran ciertas ideologías?
La mayoría de los antropólogos del mundo están hoy de acuerdo en que, a pesar de las evidentes diferencias existentes en el aspecto físico de los distintos grupos humanos (fenotipos), las razas no existen. Los genetistas consideran que es más adecuado hablar de etnias o poblaciones ya que las variaciones fenotípicas que se pueden constatar no son el resultado de genes significativamente diferentes. El ADN no permite realizar una clasificación racial (mucho menos racista) de los hombres y mujeres contemporáneos. El color de la piel, la estatura, la forma de los ojos, la cara o el cabello dependen de un insignificante puñado de genes que no justifica en absoluto el concepto decimonónico de raza. Además, a lo largo de la historia de la humanidad, los que han contribuido a crear una determinada cultura no siempre han sido de una misma etnia y, al revés, no todos los de una misma etnia han participado de una cultura concreta. Por tanto, los casi 7.700 millones de personas que hoy habitamos en el mundo, a pesar de nuestro diverso aspecto y cultura, pertenecemos todos a la misma y única especie biológica humana. Tal como predicó el apóstol Pablo, el Dios que hizo el mundo “de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación” (Hch. 17:26).
El tema de la “raza” no se desarrolla exhaustivamente en la Biblia, aunque algunos pretendan usarla para promover cierta ideología o prejuicio racial. Esto significa que no se puede emplear para justificar la esclavitud histórica de los negros por parte de los blancos, ni su menosprecio por creer que son una etnia maldita, inferior y menos inteligente. Las ideas racistas que insisten en ello suelen fundamentarse en la creencia, surgida en el siglo XVII d. C., de que el nombre “Cam” (uno de los hijos de Noé) significa “negro” o “quemado” y estaría relacionado con una palabra egipcia que indica “sirviente”. Sin embargo, la mayoría de los especialistas considera que el nombre bíblico de Cam es en realidad de etimología desconocida y no tiene ninguna relación con la etnia negra. Es más, la maldición de Noé no se dirige contra su hijo Cam sino contra el hijo de éste, Canaán, y es generalmente sabido que los pueblos conocidos bíblicamente como los “cananeos” (descendientes de Canaán) eran de etnia blanca o caucásicos, no negros. Por otro lado, no hay nada en el relato del capítulo 9 de Génesis que indique que aquella maldición hecha a Canaán tuviera que ser duradera en el tiempo y pasar indefinidamente durante miles de años a todas las futuras generaciones. Tampoco conocemos el color de la piel de Adán, Eva, Caín o Abel, la primera familia de la humanidad, por lo que solamente se puede especular al respecto sin demasiado fundamento.
La predicción de Noé, acerca de que la descendencia de Canaán estaría algún día supeditada a los hijos de Sem y Jafet, no debe entenderse como una condena racial o una discriminación étnica general sino como la consecuencia lógica de un sistema concreto de valores que despreciaba la dignidad generacional, no concedía honra a los padres o abuelos e institucionalizaba la inmoralidad sexual. Efectivamente, con el transcurso del tiempo, los cananeos desarrollaron una religión que rendía culto a la fertilidad, sacrificaba niños a las divinidades paganas, abandonaba los ancianos a su suerte por ser improductivos y practicaba la prostitución sagrada o el desenfreno sexual en sus rituales de adoración. Noé predijo lo que ocurriría muchos años después, tal como corrobora el capítulo 9 de Josué, a propósito de los astutos moradores de Gabaón. De manera que, como señaló el teólogo alemán, Gerhard von Rad, “entre Sem y Jafet por una parte y Canaán por la otra se establece una relación amos-esclavo”. Pero esto tuvo su contexto histórico concreto, no constituye ninguna maldición definitiva para los pueblos africanos y, por supuesto, no justifica en absoluto el racismo posterior desarrollado por el ser humano.
En cuanto al origen de las distintas etnias, la Biblia dice que todos los seres humanos descienden de Adán y Eva, pasando por Noé y su familia, quienes sobrevivieron a la gran inundación que acabó con las demás personas y animales (Gn. 7:21). De manera que los actuales grupos étnicos se habrían desarrollado a partir de los descendientes de Noé y como consecuencia de tres factores fundamentales: la diversificación de las culturas (origen de los diferentes idiomas); la división de grupos humanos que esto produjo; las migraciones geográficas posteriores y el entorno o medio ambiente en que tales grupos se instalaron. Al principio, el ser humano se resistió a semejante dispersión y al mandamiento divino de “llenar la tierra” (Gn. 9:1, 19) e intentó crear una concentración urbana masiva, tal como evidencia el episodio de la torre de Babel (Gn. 11:1-4). Sin embargo, Dios intervino originando una multiplicidad de idiomas que les obligó a diseminarse por toda la Tierra, tal como se les había ordenado (Gn. 11: 5-9). La Palabra creadora de Dios creó las palabras de todas las lenguas babélicas, dividiendo así a la raza humana en culturas diferenciadas. No se nos dice cómo ocurrió esto sino sólo que aconteció por voluntad divina.
En cada etnia actual se dan diversos grados de pigmentación de la piel. Hay blancos muy blancos, como los escandinavos, y blancos más morenos como los mediterráneos. Esta variabilidad en la concentración de melanina existe en todas las etnias actuales y es de suponer que también se daba en la humanidad prediluviana, así como en la familia de Noé. En aquella primera cultura, cualquier variación fenotípica y genotípica tendería a reducirse al mínimo ya que la mezcla entre individuos contribuiría a la uniformidad. Sin embargo, con los nuevos idiomas y la dispersión de los distintos grupos culturales, todo cambiaría para siempre. Es posible deducir de la Escritura que cada población se subdividió en grupos más pequeños que ya no poseían todas las variables genéticas y fenotípicas originales (pigmentación de la piel, tipo de cabello, forma de los ojos, estatura, etc.). Además, el clima, los ecosistemas y las dietas eran diferentes a los que existían antes del Diluvio. Todo esto contribuyó a generar las particularidades de las etnias actuales y, a la vez, sugiere que todas estas diferencias podrían llegar a desaparecer si la endogamia total o los cruces interétnicos se llegaran a practicar de nuevo en la actualidad. Por tanto, desde la perspectiva bíblica, las actuales poblaciones humanas representan recombinaciones de genes originalmente creados, que han sufrido mutaciones degenerativas. Por supuesto, esto contradice claramente el modelo evolucionista que supone transformaciones graduales positivas, o generadoras de nueva información biológica.
Algunos críticos del Nuevo Testamento, acusan también de racista al propio Jesús, a propósito de la curación de la hija de la mujer cananea (Mt. 15:21-28). El motivo de tal acusación es la respuesta, aparentemente poco respetuosa según la mentalidad moderna, que el Maestro le dio. El texto dice: “Respondiendo él, dijo: No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos. Y ella dijo: Sí, Señor; pero aun los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos”. Llamar “perro” a alguien puede parecer, a primera vista, cruel y humillante, aunque en realidad era así como los judíos se referían habitualmente a los gentiles, ya que los consideraban impuros o inmundos como estos animales. Pero Jesús no usa la palabra “perros”, referida a los animales callejeros, sino su diminutivo “perrillos”, que se empleaba para los domésticos que vivían con las familias, recibiendo sus cuidados. Es probable que el Señor quisiera provocar a aquella mujer con el fin de evidenciar su fe decidida, algo que siempre contribuye a fortalecer la de los demás. Quizás pretendía también enseñar a sus discípulos a compadecerse de los demás y no considerar a nadie como una molestia que había que despachar pronto. En fin, puede que incluso deseara mostrar que, a pesar de dirigir primero su ministerio público a los judíos (Ro. 1:16), estaba dispuesto a ayudar asimismo a los gentiles. De cualquier manera, toda duda o acusación de racismo que se pudiera tener, se disipa inmediatamente ante el resultado final de la historia. Jesús sanó a la hija de esta mujer sirofenicia, concediendo así lo que se le pedía y demostrado que no era racista sino que deseaba la salvación de todo el mundo.
El término “raza” es de origen árabe y fue introducido en Europa con la invasión de España en el siglo XV. Por desgracia, estas ideas discriminatorias fueron recogidas por el racismo colonial europeo y están en la base de la dominación, así como del exterminio de pueblos africanos y amerindios. Se consideraba que la raza superior era la “caucásica”, término propuesto por el científico alemán Johan Blumembach en 1781 para referirse a la raza blanca, supuestamente originaria del Cáucaso. En el siglo XIX, la ideología racista recibió el espaldarazo de los científicos darwinistas. La teoría de la evolución planteaba una clara jerarquía racial ya que concebía toda vida como una marcha gradual desde los seres simples o inferiores a los complejos y superiores. Quienes estaban en la base de la evolución humana eran los africanos, según afirmaba Darwin en su obra The Descent of Man. Esto se inculcó durante generaciones a los niños en las escuelas públicas de muchos países, especialmente en los Estados Unidos de América. Semejante pseudociencia afirmaba que la raza caucásica era la más avanzada de todas y esto aparecía en los libros de texto de biología, reforzando así las ideas racistas de la época. Hoy nos avergonzamos de ello pero, en su momento, tales ocurrencias sirvieron para fundamentar la eugenesia, el darwinismo social y el nacionalsocialismo de personajes como Adolf Hitler.
No obstante, tanto la perspectiva bíblica general como el mensaje concreto de Jesucristo en el Nuevo Testamento son radicales en su rechazo del racismo. Ninguna ideología que señale diferencias raciales para justificar una pretendida superioridad de unas poblaciones sobre otras puede fundamentarse en la Biblia. Ésta no enfatiza la uniformidad de los pueblos, pero sí la unidad y solidaridad entre todos los grupos humanos. La Escritura enseña que la imagen de Dios en la creación fue dada a toda la humanidad (Gn. 1:26-27) y que ni siquiera la Caída fue capaz de borrarla (Gn. 9:6). Los hombres y mujeres de todas las etnias de la tierra, representados en Adán y Eva, fueron creados para gozar de mutua complementariedad. Esta unidad de la raza humana en el acto creador se refleja también en su unidad en el pecado (Ro. 3:23). La fe cristiana es universal porque, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, Dios es el Señor de todas las naciones de la tierra (Is. 49:6). El pueblo de Israel fue elegido, no de manera arbitraria o egocéntrica, sino como medio para la redención universal (Is. 66:18) y para servir a toda la humanidad. Jesús se muestra antirracista en el Nuevo Testamento al criticar a los antisamaritanos (Lc. 9:54-55; 10:33). Mediante la visión de Pedro, se revela el propósito divino de salvación universal (Hch. 10:9-48) ya que Dios no hace acepción de personas (Gá. 3:26-28; Col. 3:11).
Por lo tanto, nada hay más absurdo o sin sentido que calificar a la Biblia de racista.
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