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Carlos Monsiváis, profeta laico

En la mejor tradición protestante ejerció el sacerdocio de la lectura, puso sus hallazgos y análisis al servicio de la colectividad.

KAIRóS Y CRONOS AUTOR 84/Carlos_Martinez_Garcia 14 DE JUNIO DE 2020 09:00 h
Exposición dedicada a Monsiváis en México. / Milton Martínez / Secretaría de Cultura CDMX

Nuestro mayor intelectual/profeta en México, Carlos Monsiváis, tiene casi una década de haber fallecido (19 de junio de 2010). Al decir que tenía dones de profeta no me refiero a que hiciera vaticinios sobre acontecimientos por venir, tampoco visiones vedadas a los demás y solamente asequibles a él. Más bien a su capacidad de saber leer los tiempos, sacar lecciones de esa lectura y anticipar posibles desenlaces.



Carlos leyó asiduamente la Biblia. Siempre aclaró que su traducción preferida era la Biblia del Oso, cuya primera edición es de septiembre de 1569. La tradujo al español, del hebreo y griego, Casiodoro de Reina, ex monje agustino convertido al protestantismo. Reina salió de España para huir de la Inquisición y tras doce años de exilio pudo completar la traducción bíblica. Monsiváis leyó desde la infancia la versión antigua, la revisión de 1909 que puso al día términos en desuso pero conservó la elegancia del trabajo hecho por el traductor original.



Desde que inició la carrera de escritor afirmó su procedencia religiosa/cultural protestante. Para 1965 ya era bien conocido en los círculos intelectuales de la capital mexicana porque había publicado en distintas revistas y ejercía en distintos espacios la crítica cultural. El citado año, 1965, Monsiváis pasó unos meses como becario en la Universidad de Harvard. Al regresar participó (4 de noviembre) en la primera serie de Los narradores ante el público, donde describió singulares rasgos identitarios: “De los participantes en este ciclo, soy el único que admira la labor del Ejército de Salvación. Esta declaración no pedida es la sutil manera de indicar que nací, me eduqué y me desenvuelvo en el seno de una familia tercamente protestante. Firmes y adelante huestes de la fe. Aprendí a leer sobre las rodillas de una Biblia, a cuya admirable versión castellana de Casiodoro de Reyna y Cipriano de Valera debo la revelación de la literatura que después me confirmarían la Institución de la vida cristiana de Juan Calvino (traducido por De Valera), El paraíso perdido de John Milton y las letras, no siempre felices, de la himnología presbiteriana […] Y la herejía, mi falta de solidaridad ante el edipismo nacional que rodea a la Virgen de Guadalupe, me inició en saber qué se siente vivir en la acera de enfrente, el unas veces codiciado y otras aborrecido don de pertenecer a las minorías” (Antonio Acevedo Escobedo (compilador), Los narradores ante el público, primera serie, segunda edición, Editorial Ficticia, 2012, p. 242).



La singularidad de Monsiváis en el panorama cultural mexicano pocas veces ha sido atribuida a su formación excéntrica, en los márgenes de la sociedad y al interior de un colectivo religioso minoritario y estigmatizado, el protestante. Su formación guarda estrecho vínculo con la peculiar forma en que analizaba características y desarrollo de la sociedad mexicana. Adolfo Castañón sí ha captado bien el eslabonamiento entre espacio formativo y óptica de Monsiváis: “Se sabe que gracias a su heroica e inquebrantable madre, alimentado con el pan ácimo de la cultura bíblica el niño que fue Carlos memorizó buena parte de los libros bíblicos, en particular el Antiguo Testamento —en la traducción clásica de Cipriano de Valera y Casiodoro de Reina. Esta formación lo llevó a ser precoz disidente: un niño protestante en medio de católicos nacionalistas e intransigentes […] La raíz protestante de Monsiváis lo hace una suerte de risueño y crítico caballero andante” (“Para catequizar a Mefistófeles”, Revista de la Universidad de México, julio de 2010, pp. 16 y 18).



La fuerza del imaginario bíblico está presente en la extensa obra de Monsiváis, tanto en su caudalosa producción publicada en diarios y revistas como en libros. En éstos puede comprobarse el aserto, ya que desde su primer volumen publicado en 1969, Principados y potestades (título eco de un pasaje bíblico, Efesios 6:12), hasta el último, Apocalipstick, de 2009, donde adopta la mirada de Juan de Patmos, autor de la última sección del Nuevo Testamento, la influencia bíblica es plenamente constatable.



Uno de los libros bíblicos más citados por el profeta de Portales (nombre del barrio donde vivía) fue el Apocalipsis. En ocasiones mencionó explícitamente la última sección del Nuevo Testamento, en otras implícitamente recurrió al imaginario apocalíptico y el mismo fungió como palimpsesto sobre el que Carlos plasmó crónicas acerca de la ciudad de México.



Para lectores de la Biblia era reconocible la actualización o metáfora monsivaisiana del Apocalipsis. La fascinación literaria de Monsiváis por el segmento final del Nuevo Testamento le llevó a reelaborar en varias ocasiones un texto que primero tituló “Patmos esquina con Eje Central” (https://www.nexos.com.mx/?p=4934). Patmos es la isla desde la cual Juan escribió el Apocalipsis, en los años finales del primer siglo. Por su parte, el émulo joanino redactó el neo Apocalipsis en San Simón número 62, a pocas cuadras de la estación del Metro Portales.



Aquí las primeras líneas de “Patmos esquina con Eje Central”: Bienaventurado el que lee, y más bienaventurado el que no se estremece ante la espada aguda de la economía, que veda la entrada al dudoso paraíso de libros y revistas, en estos años de ira, de monstruos que ascienden desde el mar, de blasfemias, y de dragones a quienes seres caritativos filman el día entero para que nadie se llame a pánico y se les considere criaturas mecánicas y no anticipos de la feroz desolación”. El paralelismo con el escritor de la primera centuria de nuestra era es manifiesto, y es mayor conforme avanzamos en la lectura de la “visión” de Carlos respecto de la monstruosidad de la capital.



El reescritor, así conocido por su obsesión de corregir, ampliar y revisar constantemente lo redactado a mano, extiende el artículo de Nexos y lo incorpora como capítulo final de Los rituales del caos (1995). Cambia el título por el de “Parábola de las postrimerías. El Apocalipsis en arresto domiciliario”. La urbe se va ampliando y asimila todo en este proceso, en el cual la constante es el tan acelerado crecimiento geográfico y la explosión poblacional que la macrópolis, visiona Monsiváis, “ya llegaba por un costado a Guadalajara, y por el otro a Oaxaca”.



El recurso apocalíptico para describir la singularidad de la ciudad es, nuevamente, evidenciado por Monsiváis en un largo escrito publicado en el suplemento literario y cultural de La Jornada. Aquí entrelaza datos devastadores e imágenes esperanzadoras de la metrópoli. Por medio de cuatro ángeles (noticieros del Apocalipsis) que revelan datos y cifras del gigantismo capitalino, el cronista traza un panorama desolador en algunos puntos por el deterioro de la vida cotidiana de sus habitantes. Lo azaroso de la convivencia en la ciudad (“la escatología urbana prodiga imágenes del Apocalipsis privatizado, o secuestrado en los domicilios”), su martirio consuetudinario para millones de todas maneras sigue atrayendo multitudes: “Y debido al funcionamiento imprevisible de la urbe, o a la certidumbre secreta (utopía urbana es sobrevivir a diario en la catástrofe, es multiplicar familias en los resquicios del trazo apocalíptico), todos se quejan pero pocos se van, y no por una banalidad como el arraigo, sino tal vez por un motivo metafísico como el presentimiento del Juicio Final” (https://www.jornada.com.mx/1999/04/04/sem-monsi.html).



Monsiváis, es bien sabido, era un ávido lector. En la mejor tradición protestante ejerció el sacerdocio de la lectura, puso sus hallazgos y análisis al servicio de la colectividad. La voraz lectura de libros y revistas le aportó a la matriz cultural en la que se formó instrumentos para leer la realidad y vislumbrar en ella transformaciones socioculturales embrionarias que después se fueron asentando en el país. Él percibió con agudeza cómo reivindicaciones que inicialmente movilizaban a pequeños grupos iban ganando conciencias en la sociedad mexicana. Sobre el tópico es aleccionador su Entrada libre: crónicas de la sociedad que se organiza (1987). Una de las muchas lecciones que nos ha dejado Carlos es aprender a mirar, para desmenuzar lo que observamos y sacar lecciones éticas que posibiliten construir entornos más benignos.


 

 


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