Sin dudas, las teorías de conspiración están en nuestros púlpitos. Los profetas del desastre harán su agosto.
Las teorías de conspiración, hoy en boga por los estragos que está causando la pandemia del coronavirus, se están convirtiendo en unos de los insumos de mayor uso de parte de los predicadores extremos y sensacionalistas.
La oferta de abundancia, poder, seguridad y bienestar sin límites que nos trajeron con su manida teología de la prosperidad, parece no tendrá mucha acogida en medio y después de la pandemia.
Estos profetas, al margen de la Biblia, tomarán la ofensiva, se desmontarán del carro de la abundancia y se montarán en el carro del desastre y el miedo. Los que antes se montaron en la abundancia creada en la sociedad del consumo, ignorando las injusticias, los mismos que crearon la teología de la prosperidad al servicio de la vanidad y el lujo, ahora nos traerán su versión de la Covid-19, y por lo que se percibe, viene envasada en las especulaciones más fantasiosas de la llamada teoría de la conspiración.
Así como los predicadores de la prosperidad sustituyeron a Dios por el dinero y nos señalaban la ruta a la prosperidad, pero también nos cobraban el peaje; estos promotores de teorías de conspiración ponen el destino final de la humanidad en manos de grupos y personas superpoderosas que, según ellos, son los dueños y señores de los fines últimos y supremos de la vida y de la historia.
Dios y la escatología bíblica son sustituidos por estas teorías en auge, ahora en boca de los profetas de la especulación y el espanto.
Es impensable que las teorías de la conspiración, una mercancía de uso siniestro y engañoso, desacreditadas por retorcer la información veraz y por la promoción de los falseamientos y engaños que vienen con las fake news, encuentre entre los evangélicos tantos ávidos y entusiastas compradores.
La tendencia será –y esto es lo más probable– crear miedos, mientras más espeluznantes y espantosos mejor. Se trata de un juego de terror y alarma, en el que se revelan “verdades” ocultas y desconocidas que implican amenazas latentes, peligros inminentes de los cuales las personas no estaban advertidas. Es la conocida estrategia del marketing moderno que procura generar una necesidad para luego desarrollar un producto que pueda ser capaz de suplirla.
Lamentablemente, la fuente de estos predicadores para exacerbar las emociones, no es la Biblia. Su finalidad es crear miedos en las masas, aterrarnos a todos y ponernos en su línea de control desde donde pretenden manejar con la habilidad de titiritero de circo el embeleso y el asombro de la gente.
Nada explota mejor las fantasías religiosas ni proporciona un manejo más efectivo en la gente que las teorías de conspiración. Su poder de sugestión tiene efectos en muchas personas que ya han sido estudiados por ciencias como la psicología de las masas y de la comunicación, la sociología y otras disciplinas que buscan explicar por qué se propagan tan rápido y por qué, a pesar de su inconsistencia lógica, ganan tantos adeptos que la asumen con tanto fervor y pasión.
Las teorías de conspiración son promovidas en las redes por presuntos estudiosos que se auto atribuyen el mayor prestigio intelectual y académico. Ellos dicen haber tenido acceso a informaciones ocultas que por tiempo se le ha negado al público. Poseen secretos que muy pocos manejan y conocen, y ellos se han tomado el riesgo de dar a conocer. Esta es parte de su fascinación.
Las teorías de conspiración tienen una zona secreta, pero su manejo está asociado a nombres conocidos ligados a la ciencia, la economía, al arte y a la política. Sus cabecillas crean una red compleja y extensa que la conectan con una narrativa impresionante envuelta en tenebrosas sombras y misterios. Conocen todos los detalles sobre el complot que dio inicio a un supuesto cálculo demográfico que motivó la decisión para lanzar el coronavirus como fórmula diseñada para disminuir la población y así lograr mayor control del que supuestamente ya tienen.
Lamentablemente hay una gran población de creyentes evangélicos que es receptiva a este tipo de propaganda y es uno de los sectores donde con mayor facilidad se promueven estas teorías. Ellos, sus receptores y promotores, que van desde humildes hermanos hasta predicadores que son figuras conocidas y de notable influencia en medios de comunicación y redes, apenas se dan cuentan de que con estas teorías lo que hacen es desplazar a Dios del centro y control de la vida y de historia y dejar de lado las verdades céntricas que Él nos ha revelado en su Palabra. Bien explicó el pensador Karl Popper que las teorías de la conspiración lo que hacen es secularizar la religión. Sacan la historia del control de Dios y la ponen en manos de seres humanos que ellos mismos los presentan como superpoderosos con capacidad de controlarlo todo.
Es una forma tóxica y tirana de mantener a otros bajo control. Las cosas que están en control de Dios, de alguna manera queremos tenerlas en control nuestro. Es un mecanismo de evasión. Las culpas, las de nosotros, el análisis interior que debemos hacernos nosotros, lo evadimos y buscamos otros a quienes transferírselo.
Nuestro Señor Jesucristo vivió el ambiente de asombro y desconcierto en el que se crean las teorías de la conspiración. Quienes le adversaban trataron de arrastrarlo para que opinara dentro del ámbito de la especulación y el azar. El pasaje de Lucas 13:1-5, no puede ser más claro y revelador: “En este mismo tiempo estaban allí algunos que le contaban acerca de los galileos cuya sangre Pilato había mezclado con los sacrificios de ellos. Respondiendo Jesús, les dijo: ¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron tales cosas, eran más pecadores que todos los galileos? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente. O aquellos dieciocho sobre los cuales cayó la torre en Siloé, y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que todos los hombres que habitan en Jerusalén? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente”.
Ante estas preguntas cualquiera de nosotros hubiera comenzado a repartir culpas, y a especular con las más diversas y bien arregladas teorías. El Señor Jesús apuntó al centro del asunto: todos tenemos que arrepentirnos. Todos tenemos que asumir nuestras culpas y rendir ante Dios nuestras cuentas particulares.
Sin dudas, las teorías de conspiración estarán en nuestros púlpitos. Los profetas del desastre harán su agosto. Bill Gates será el gran protagonista, perdón, el gran antagonista (el anticristo). Ya una vez en tiempo de la guerra de la guerra fría lo fue el canciller norteamericano, Henry Kissinger, hoy pocos lo recuerdan como tal.
Estas teorías de conspiración le hacen daños al evangelio, sobre todo, cuando algunos las quieren emplear como un recurso del púlpito. Quienes se acercaron a Jesús buscando explicaciones ante trágicos acontecimientos de su época, esperaban verlo antagonizar con Herodes (figura visible del mal ante los ojos de ellos), pero Jesús simplemente les dijo que tenían que arrepentirse, como tenemos que hacerlo todos nosotros hoy. No evadir con fantasías e inventos las demandas que Dios por su Palabra y por la historia nos está haciendo.
No basta personalizar el pecado en alguien en particular, ni destacar sus particularidades siniestras, tenemos que buscar las fallas en nosotros mismos. Por eso las teorías de conspiración son evasivas. Tergiversan la realidad y buscan confundirnos sobre las verdades últimas y definitivas. Para muchos bastará con antagonizar con contra Bill Gates, los Iluminatis de Baviera, los centros de poder y el Nuevo Orden Mundial, ese será su evangelio y el contenido de su predicación. De esa forma el evangelio queda caricaturizado y atrapado en medio de los complots y las patrañas de las teorías de conspiración.
Enfrentamos a Bill Gates para no tener que enfrentarnos a nosotros mismos, a nuestros yerros y desvíos, por eso creamos mitos, por eso creamos ídolos (sustitución de Dios) antagónicos que nos permitan explayar nuestros egos. Es la misma fórmula del antihéroe, ahora es un anti-ídolo.
A Bill Gates y otros podemos acusarlo de complots y conspiraciones, podemos decirles cuantos improperios e insultos se nos ocurran, pero a Dios, al Dios soberano y santo, al que realmente tiene el control de la historia y de la vida, solo podemos decirles: “hágase tu voluntad”. No olvidemos que nosotros descansamos más, estamos más tranquilos cuando ante cualquier adversidad nos depositamos en las manos de Dios. Es ahí donde está nuestra plena seguridad.
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