Desde su campaña por la presidencia buscó tocar fibras sensibles y uno de los elementos es el retorno a los principios rectores de una nación supuestamente cristiana.
Hago un paréntesis semanal en la serie sobre el cincuentenario de la Fraternidad Teológica Latinoamericana. Esto porque las masivas movilizaciones de protesta en Estados Unidos por el abuso policiaco que termino con la vida de George Floyd, ha puesto en las pantallas de todo el mundo el tema del racismo y la discriminación contra la población afroamericana, que también padecen latinoamericanos, asiáticos y personas del Medio Oriente.
No ha sorprendido, me parece, la reacción del presidente Donald Trump ante la exigencia de justicia en las principales ciudades norteamericanas, incluyendo contingentes frente a la Casa Blanca. No dudó en usar símbolos religiosos para presentarse ante la ciudadanía como hombre piadoso y que comparte valores con un sector amplio e importante de la sociedad. Desde su campaña por la presidencia buscó tocar fibras sensibles de hombres y mujeres que anhelan restaurar la grandeza estadounidense, y uno de los elementos de la restauración es el retorno a los principios rectores de una nación supuestamente cristiana. Añoran el Destino Manifiesto y consideran erosionante del mismo al intenso proceso de diversificación experimentado por Estados Unidos desde hace varias décadas. Trump tuvo como amplia base electoral a la población evangélica blanca. En otras entregas de Kairós y Cronos he referido el tema (Ver aquí, aquí y aquí).
Por otra parte debe tenerse en cuenta a comunidades de fe protestantes/evangélicas que claramente se han opuesto a políticas de Trump que consideran violatorias de los derechos humanos. Además desarrollan activamente acciones de servicio y solidaridad, mostrando así un rostro compasivo. Destacan las iniciativas de las iglesias de paz, cuyos ancestros se asentaron en Norteamérica y realizaron misión cristiana sin conquista, sino procurando incentivar al seguimiento voluntario de Jesús.
Paso a reproducir artículo de mi autoría publicado hace unos días en México, en el diario La Jornada, medio para el que escribo en la sección de opinión:
La foto de Donald Trump con la Biblia forma parte de su estrategia mediática para enfrentar las movilizaciones que considera terroristas. Para caminar hacia donde la fotografía sería tomada, la Iglesia Episcopal de San Juan, el presidente no vaciló en ordenar a fuerzas de seguridad que dispersaran, con gases y balas de goma, a quienes protestaban en las afueras de la Casa Blanca contra el sistema que violenta sistemáticamente a distintos grupos de la población norteamericana.
Trump sabe bien que la imagen levantando la Biblia tiene valor para segmentos importantes del pueblo. Enarboló el libro como amuleto para conjurar las vigorosas movilizaciones ciudadanas que se activaron a consecuencia del asesinato de George Floyd, acto que con saña perpetró el policia Derek Chauvin. La imagen elegida por Trump es una afrenta más a la memoria de Floyd y artero golpe simbólico a millones de afroamericano(a)s que tienen a la Biblia como elemento central de su identidad y forma de situarse ante el mundo.
Ha estado circulando una fotografía de George Floyd en la que tiene la mano derecha en alto y ssotiene una Biblia. Le acompañan integrantes de la Iglesia Resurrección donde se congregaba en Houston, Texas. De acuerdo a Patrick Ngwolo, quien fue su pastor, Big Floyd fue personaje clave para promover acciones de servicio eclesial en el conflictivo barrio Cuney Homes y lo recordó como un hombre de paz. ¿Conocía Trump la fotografía de Floyd con la Biblia? ¿Al hacer la propia, el presidente quiso contraponer la suya a la de Floyd, y así intentar anotarse una victoria en el terreno simbólico?
En la historia del pueblo afroamericano la Biblia ha sido herramienta de emancipación. No por casualidad los blancos esclavistas prohibieron la lectura bíblica o bien expurgaron la obra de pasajes peligrosos, como en los que se habla de igualdad del género humano, derechos de los trabajadores, denuncias de los profetas contra el pecado estructural convertido en sistema y que solamente habrá paz si reina la justicia.
En la obra de la escritora afroamericana Toni Morrison está la influencia de la Biblia no solamente en títulos de sus novelas y nombres de los personajes, sino que las Escrituras aparecen como intertexto en la trama narrativa y las claves interpretativas presuponen cierto conocimiento bíblico (Shirley A. Stave, editora, Toni Morrison and the Bible: Contested Intertextualities, New York, Peter Lang Publishing, 2006). Una de las tradiciones de las iglesias afroamericanas es el sermón que dialoga con sus oyentes, les incluye y desafía para que tomen distintos compromisos y desarrollen determinadas acciones. Las características anteriores estaban presentes en las predicaciones y discursos políticos del pastor bautista Martin Luther King. Por su parte Toni Morrison utiliza tal herencia expositiva y la incluye notablemente en dos de las novelas de su autoría que son más conocidas: The Song of Solomon y Beloved (Christopher Conell, Comparing two Christian Sermons: Morrison’s Song of Solomon and Beloved, Cleveland, John Carroll University, 2017).
Morrison es representativa de una cultura permeada por la Biblia. Bien lo afirma Jeroslav Pelikan cuando escribe que “es difícil imaginar una cultura impregnada de mayor sentido bíblico que la de los esclavos africanos en América”. Para los afroamericanos “la Biblia se convertiría en una parte integrante de sus vidas, como quedaría plasmado con increíble profundidad en la música indígena de los ‘espirituales’. Además, los temas de la cautividad y la liberación del libro de Éxodo expresaron en esta tradición una profundidad de sufrimiento y de fuerza desconocida hasta entonces” (Historia de la Biblia. Barcelona, Editorial Kairós, 2008, pp. 267-268). Sí, “los afroamericanos son los hijos de la esclavitud. Y la Biblia, como ningún otro libro, es el libro de los hijos de la esclavitud”, e inspirados en la obra han creado portentosas expresiones culturales (Allen D. Callahan, The Talking Book. African Americans and the Bible, New Haven-London, Yale Universsity Press, 2006).
En la campaña por la presidencia de Estados Unidos, Trump aseveró que era asiduo lector de la Biblia. No lo es, echó manó del engaño para cautivar a un importante sector del electorado con el fin de atraerse votos. El presidente norteamericano es dado a los rituales y expresiones de religiosidad que no le comprometen éticamente. Ahora, con la argucia de levantar la Biblia, busca conjurar la indignación que con sus acciones y amenazas él mismo ha desatado.
Aprovechando que Trump dice venerar la Biblia tal vez podría leer los siguientes pasajes: Isaías 1:10-20; los nueve capítulos del profeta Amós, que en la English Standard Versión tiene ocho páaginas y la predicación libertaria de Jesús, Lucas 4:16-20. Por cierto que después de la predicación, iracundos nacionalistas “le llevaron hasta la cumbre del monte sobre el cual estaba edificada la ciudad de ellos, para despeñarle”.
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