En 1970 el cristianismo evangélico latinoamericano estaba bien establecido, aunque con distintos ritmos y porcentajes en cada país.
A Samuel Escobar, C. René Padilla, Pedro Arana
y Pedro Savage (in memoriam), con profundo agradecimiento.
Medio siglo de intensas transformaciones en el cristianismo evangélico de América Latina. Esto ha tenido lugar desde que nació la Fraternidad Teológica Latinoamericana en 1970. El movimiento no es, como quedó establecido hace cinco décadas, representante ni voz de las iglesias protestantes/evangélicas del Continente, sino promotor de “la reflexión en torno al Evangelio y su significado para el ser humano y la sociedad”. Además contribuye “a la misión de las iglesias en América Latina, sin pretender hablar en nombre de ellas ni asumir la posición de su vocero”.
En 1970 el cristianismo evangélico latinoamericano estaba bien establecido, aunque con distintos ritmos y porcentajes en cada país. En la segunda mitad del siglo XIX fueron consolidándose pequeñas comunidades protestantes, las cuales debieron enfrentar distintos niveles de intolerancia y contextos adversos como nueva opción religiosa en sociedades que les miraban con recelo. Los esfuerzos misioneros se conjuntaron con núcleos endógenos que buscaban formas distintas de religiosidad a la tradicionalmente dominante. Cada país tuvo condiciones características y es erróneo generalizar cómo fue enraizándose el protestantismo en nuestras tierras.
Por lo anterior es imprescindible conocer la modalidad de cada arraigo y matizar cómo se articularon los elementos exógenos con los endógenos. Me parece insuficiente aislar los primeros de los segundos, es decir, privilegiar la explicación del protestantismo latinoamericano como resultante del arribo de misioneros extranjeros y minimizar a los personajes y contexto endógenos que contribuyeron a la difusión del mensaje y creación de comunidades de creyentes1. En el caso de México es común afirmar que el presidente Benito Juárez, con la Ley de Libertad de Cultos del 4 de diciembre de 1860, fue el artífice para el establecimiento del protestantismo en el país, sin embargo los datos históricos más bien avalan que Juárez hizo posible la visibilización de un proceso de incipiente diversificación religiosa que estaba gestándose en México y le otorgó garantías legales.
En los acercamientos iniciales para explicar los perfiles del cristianismo evangélico en América Latina eran escasos los estudios explicativos basados en datos históricos y cuantitativos. En la pasada entrega de esta serie referí en el seno de la FTL el esfuerzo pionero de Samuel Escobar por indagar qué tipo de protestantismo se estaba desarrollando en el Continente y su contraste con la eclesiología neotestamentaria. Entre “Identidad, misión y futuro del protestantismo latinoamericano”2 y el ensayo Cuestiones metodológicas en el estudio del protestantismo como fenómeno histórico y social3 transcurrieron quince años. En década y media el cúmulo de investigaciones posicionaron al tema como creciente objeto de estudio en ámbitos académicos:
Debido a su notable crecimiento numérico [el protestantismo] ha adquirido importancia social en América Latina hasta el punto de ejercer influencia decisiva sobre los procesos políticos en varios países. Ello ha contribuido a un florecimiento de publicaciones académicas o populares, de sociólogos, antropólogos, analistas e intérpretes que pretenden dar cuenta de la significación sociopolítica de la presencia protestante como una minoría religiosa en expansión.4
Es necesario recordar que para cuando Escobar escribe lo citado habían alcanzado la presidencia de Guatemala, por distintos medios, dos personajes identificados como evangélicos: Efraín Ríos Montt y Jorge Serrano Elías. En Perú, en 1990, resultó sorpresivo el apoyo de un porcentaje importante de evangélicos (aunque no determinante para la victoria) a favor de un candidato que las fuerzas políticas tradicionales desdeñaron, y que a la postre resultó presidente: Alberto Fujimori.5 Entonces, de manera creciente, distintos medios refirieron la irrupción de nuevos actores políticos y electorales cuya base numérica les otorgaba amplias posibilidades de acceder a puestos de representación popular. En otro momento voy a ocuparme del paso de la “huelga político/social” de los evangélicos a la fiebre por alcanzar poder político, configurando así una expresión dentro del abanico evangélico que es la más activa y visible.
Distintas motivaciones e interese subyacentes estimulan el acercamiento de quienes investigan como objeto de estudio al protestantismo, ya sea bien por interés en las minorías, reconstrucción del pasado de un colectivo del que se forma parte, forjarse una carrera académica, o acumular argumentos para engrosar la hostilidad metodológica hacia un grupo cuya presencia se considera ilegítima y peligrosa en sociedades históricamente identificadas con el catolicismo romano. Para Escobar la indagación histórica del protestantismo es también una herramienta “misiológica. Desde la perspectiva del cumplimiento del imperativo de la misión de la Iglesia, el reciente crecimiento explosivo de una forma popular de protestantismo en América Latina encierra valiosas lecciones misiológicas”6, dado que hasta antes de dicho crecimiento las iglesias históricas y las identificadas con el pentecostalismo clásico habían crecido modestamente, sobre todo las primeras. Similar acercamiento histórico es el de otro integrante de la FTL, Sidney Rooy, quien en varios números de la revista Misión privilegió las lecciones misioneras de sucesos históricos del protestantismo en América Latina7.
El crecimiento explosivo del protestantismo popular, junto con la vertiente llamada “Evangelio de la prosperidad”, llevó al replanteamiento de tipologías de un objeto de estudio sumamente dinámico. Ha sido necesario reevaluar ciertas nociones y cribar los resultados del protestantismo mayoritario realmente existente, que en buena medida tiene considerable distancia con el imaginado y/o romantizado por quienes antes intentaron justificar su presencia en el Continente. La justificación era necesaria frente a las acusaciones de ajenidad al ser latinoamericano, y es comprensible que el ejercicio apologético haya pospuesto prestar atención a ciertos énfasis doctrinales que transmutaron a ser dominantes y redujeron el mensaje del Evangelio a determinado formulario mecanicista. Escobar, siempre atento a las tendencias emergentes en el cristianismo evangélico, refirió la existencia simultánea de promesa y precariedad en las entrañas del protestantismo en América Latina.8
1. En la línea de la vertiente endógena están los trabajos de varios autores en Carlos Mondragón (editor), Ecos del Bicentenario. El protestantismo y las nuevas repúblicas latinoamericanas, Colección FTL, núm. 33, Ediciones Kairós, Buenos Aires, 2011.
2. Boletín Teológico, núms. 3-4, 1977, pp. 1-38.
3. Al parecer de 1992, fotocopia, 18 pp.
4. Ibíd., p. 1.
5. Darío López Rodríguez, La seducción del poder. Los evangélicos y la política en el Perú de los noventa, Ediciones Puma, Lima, 2004. El autor aporta importantes datos para ponderar el relativo apoyo evangélico a Fujimori, el cual, por desconocimiento de varios analistas y observadores, fue inflado e hizo parecer que el voto evangélico se volcó masivamente por el ganador.
6. Cuestiones metodológicas, p. 5.
7. La óptica está presente en el ensayo de Rooy “La tolerancia religiosa y la llegada del protestantismo a América Latina”, en Carlos Mondragón (editor), op. cit., pp. 9-39.
8. Samuel Escobar, “The Promise and Precariousness of Latin American Protestantism”, en Daniel R. Miller (editor), Coming of Age. Protestantism in Contemporary Latin America, University Press of America, Boston, 1994, pp. 3-35.
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