Tener en cuenta a Dios en los problemas que aquejan a la sociedad humana es la mejor forma de infundir paz a la gente y de hacer posible una solución.
“Como tú no sabes cuál es el camino del viento, o cómo crecen los huesos en el vientre de la mujer encinta, así ignoras la obra de Dios, el cual hace todas las cosas” (Eclesiastés 11:5). Esta es la razón principal por la que el Predicador nos insta a seguir con nuestra tarea de “repartir”1 y de “sembrar”2 lo más que podamos, aunque sea como si echáramos nuestro pan sobre las aguas o sembráramos sin seguridad de dónde caerá la semilla3. La otra razón es que no sabemos si las circunstancias futuras serán peores que estas para trabajar4. Las contingencias de la vida y de la naturaleza no están en nuestras manos, pero sí en las manos de Dios; lo cual nos garantiza que “a su tiempo segaremos, si no desmayamos”5. Pero es la última parte de este versículo de Eclesiastés la que quisiera destacar: ¿Será cierto que es Dios quien “hace todas las cosas”, el que está detrás de todo lo que sucede?
En su novela El hombre que fue Jueves, C. K. Chesterton nos presenta el estado de inquietud y temor que había en la sociedad europea de su tiempo a causa del terrorismo anarquista. La trama del libro es la infiltración en una célula anarquista de un detective de Scotland Yard, poeta él, llamado Gabriel Syme, que llega a ser uno de los siete miembros del Consejo Anarquista Mundial. Siete capitostes que respondían a los nombres en clave de los siete días de la semana. Syme asumiría el de Jueves, que había quedado vacante.
Sin entrar en más detalles, los seis miembros del Consejo -dejando a un lado al imponente y temible Jefe supremo, llamado Domingo- van descubriendo uno por uno que los otros cinco son también policías infiltrados, y que están todos del lado de la ley y en contra de la anarquía. A todo esto, se ven perseguidos por la gran masa de la sociedad que, según creen ellos, ha caído en el engaño anarquista y quieren matarlos. Pero resulta que también esa masa social está en contra del anarquismo y los persiguen porque piensan que son ellos los anarquistas. Para terminar, el propio Domingo, al que todos temían, resulta ser el alto personaje de Scotland Yard que los había escogido en un principio como detectives encubiertos y al que ninguno de ellos conocía porque siempre los había entrevistado en la penumbra de una habitación a oscuras.
Aunque Chesterton, en un artículo escrito el día antes de su muerte, aclaró que Domingo no era una figura de Dios como sus lectores habían llegado a pensar, sino que su propósito al escribir la novela había sido simplemente contribuir a apaciguar los temores y el pesimismo desatado en la sociedad, lo cierto es que el libro tocó una tecla mucho más apta para calmar los ánimos que ninguna otra. La confusión, al parecer, se había producido al haberse acortado el título de su novela -El hombre que fue Jueves: una pesadilla- eliminándose la última parte. Lo cierto es que, como decimos hoy en día, aquella equivocación “lo clavó”. Tener en cuenta a Dios en los problemas que aquejan a la sociedad humana es la mejor forma de infundir paz a la gente y de hacer posible una solución. Los miedos irracionales propiciados por aquella “pandemia psicológica” del anarquismo, no son muy diferentes de los que experimentamos hoy en día nosotros con el coronavirus.
Como el Domingo de Chesterton, Dios es quien lo ha planeado todo, y a quien encontramos “en el principio”6 y al final: “Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso” (Apocalipsis 1:8). Las cosas no pueden salirnos bien sin contar con Él. Como nos aconseja también el Predicador: “En el día del bien goza del bien; y en el día de la adversidad considera. Dios hizo tanto lo uno como lo otro, a fin de que el hombre nada halle después de él” (Eclesiastés 7:14).
Notas
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