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Extendiendo la solidaridad más allá de nuestras fronteras

En Perú, nos conmueve que se vean mermadas las posibilidades de que los niños y adolescentes de la Casa-hogar de Turmanyé puedan ser acogidos, adoptados o reinsertados en sus familias.

MUY PERSONAL AUTOR 8/Jacqueline_Alencar 25 DE ABRIL DE 2020 22:00 h
Algunos niños y maestros de los centros educativos en las comunidades quechuas (Huaraz, Perú). / J. Alencar

Hoy, cuando el aire está menos enrarecido, sentimos los destellos del reino de Dios irrumpiendo en el mundo, un reino que será, pero que ya ha empezado a disfrutarse aquí y ahora, y lo percibimos cuando los que viven en la calle son recogidos por buenos samaritanos, o cuando los médicos que están en primera línea en esta guerra aplauden de alegría cuando un enfermo es dado de alta; cuando los niños sonríen a pesar de estar encerrados. Es Dios ofreciendo misericordia, mostrando su amor a todo color y resplandor para que lo veamos. Dios que promete y cumple.



¿Cómo eligió llegar? Como un bebé; así, vulnerable, necesitado de todas las ayudas. Pero más tarde diría: “Os aseguro que todo lo que hayáis hecho en favor del más pequeño de mis hermanos, a mí me lo habéis hecho” (Mt. 25.40).



Y mientras meditaba en estas palabras de Jesús, dichas mientras proclamaba, sanaba, compartía con las personas, pensé que dentro de la dramática situación por la que atraviesa nuestro país, y tantos otros del orbe, podemos tener la satisfacción de ver que nuestros niños tienen lo necesario para no sufrir penalidades en estos días de confinamiento, aunque también soy consciente de lo difícil que es para ellos estar tantos días encerrados, privados de esa libertad que también necesitan. Tampoco olvido que todavía en España hay un porcentaje de niños que se encuentran en situación de pobreza, tal como lo confirman los informes de UNICEF.



Los últimos sucesos nos han conmovido a todos; el dolor de los otros es sentido como si fuese el nuestro; incluso desde nuestras casas clamamos por todos. Otros aplauden, o cantan, donan, trabajan…



En medio de todo, escucho que se pergeñan pactos, planes y otros instrumentos para reactivar la economía para los próximos meses que vendrán, y que, desde ya, se vislumbran complejos, percibí que aun cuando los mismos no se cumplan en su totalidad, porque pueden surgir imprevistos o primar los intereses propios, de alguna manera se irán planteando soluciones para paliar las consecuencias negativas generadas por esta pandemia. Y vuelvo a pensar en ese compromiso de Dios para con el hombre. Jesús entregando la vida, padeciendo, humillándose a pesar de quien es. Tuvo compasión. ¿Puedo mirar con compasión más allá de todo lo que me rodea?



Me gustaría quedarme relativamente tranquila pensando que, en medio de las dificultades saldremos adelante, pero no puedo dejar de pensar en los otros, los que se encuentran en tantos países donde están menos preparados para afrontar pandemias como esta. Y me puse a pensar en todas las organizaciones que, desde España, apoyan a los más vulnerables de diversos países del Tercer Mundo. Niños y familias que llevan a España en su corazón, pues amplios son los lazos que se han creado, y no solo materiales, sino de afecto, de cooperación, de estímulo.



La gran mayoría de los países que conforman el mundo subdesarrollado solo cuenta con precarias infraestructuras sanitarias y con escasas o nulas con ayudas sociales con las que se pueda afrontar esta situación que ha rebalsado las posibilidades hasta de países como Estado Unidos. Prácticamente los gobiernos se desentienden de las zonas marginales y de pobreza extrema, donde las ayudas desaparecen antes de llegar a destino.



Sé que desde España muchas ONG del entorno evangélico, y de otros ámbitos, apoyan proyectos en favor de la niñez y de toda población en situación de vulnerabilidad localizada en países en vías de desarrollo, las cuales estarán muy preocupadas por la continuidad de su labor, aunque siempre confiando en la provisión de Dios. Preocupación similar, guardando las distancias, a la del Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, quien ha reclamado “fondos para hacer frente a la pandemia en las regiones más pobres del planeta”.



Particularmente, en cierta medida conozco algunos de los proyectos apoyados por Alianza Solidaria, brazo social de la Alianza Evangélica Española, que trabaja en países como Colombia, Perú, Honduras, Haití, Venezuela (frontera con Colombia), Líbano (refugiados), ya que años atrás pude visitar alguno de estos países y ver de primera mano lo que allí se estaba llevando a cabo con la ayuda de todos.



Pude escuchar acerca de sus dificultades, pero también de sus logros. Por ejemplo, la labor que se realiza a través del programa Turmanyé en favor de la infancia en situación de pobreza en Huaraz, Perú, así como la realizada en los colegios cristianos localizados en barrios marginales de Colombia vía el Programa de Apadrinamiento Moisés). Y pensaba en todo lo que se ha conseguido hasta ahora en beneficio de los niños de la Casa-Hogar, con los chicos trabajadores de la calle, el Taller de tejidos o en las comunidades quechuas de Huaraz. O en los colegios de Colombia en Bonda, Tierralta, Ibagué, Riohacha, Barranquilla, donde la actuación con los niños va más allá abarcando a los padres y la comunidad donde se encuentran insertos los mismos. Esto es así porque tanto por parte de los directores de los planteles educativos, como de los profesores, se considera a los niños en su integralidad, es decir, que no solo necesitan aprender, adquirir conocimientos, sino que tienen otras necesidades. Son conscientes que gran parte de los niños provienen de hogares desestructurados donde existe violencia, abuso (a veces por parte de la misma familia, vecinos), alcoholismo, etc. Y, por tanto, han visto la necesidad de extender su labor hacia el núcleo familiar, y es ahí donde entran las Escuelas de Padres, una iniciativa ejercitada en muchos de los planteles, según se percibe, como demuestran los testimonios ofrecidos, que hacen vislumbrar rayos de esperanza. Según he leído en la información ofrecida por AS en su página web, se trabaja para fortalecer la relación de pareja, la cual no está exenta de los problemas que aquejan a la sociedad en general; se resalta el trabajo en equipo, bien coordinado en cuanto a la educación de los hijos. Se potencia el papel de las familias en la educación de los niños y se les da pautas y herramientas para la crianza de los mismos, cómo detectar y solucionar problemas, propiciando un trabajo conjunto entre docentes y padres para que los valores aprendidos en la escuela se mantengan en casa para no entrar en un proceso contradictorio.



Recuerdo que una de las personas responsables de los proyectos en Colombia comentaba que “los niños pasan mucho tiempo con el profesor. Así que hemos visto la importancia de prepararlo de manera que ayude al niño a formar su carácter a la par que aprende conocimientos generales propios de la academia. A la vez, el profesor puede sensibilizar a los padres sobre su actuar a la luz de la Biblia. El profesor aprende a ver su profesión como un ministerio y a sus alumnos como discípulos”. Y esa fue la actitud que vimos en los profesores, muy comprometidos a pesar de los escasos salarios. Algo que quedaba patente cuando los escuchabas afirmar que “muchos de los niños que llegaban al colegio eran conflictivos, violentos por lo recibido en casa, pero que luego cambiaban y podían llegar a ser de bendición para su hogar, para su comunidad”. Entonces, te das cuenta que el colegio es un oasis en medio del desierto de la inseguridad, la violencia, la sobrevivencia dura.



Y preocupa cuando piensas en los barrios donde se encuentra la escuela, como el de Las Rosas, en Barranquilla, que destaca por la pobreza de sus gentes, por los niños que juegan en medio de las calles polvorientas, sucios, descuidados. El rebusque se nota por todas partes, pujando por la sobrevivencia. O el barrio La lucha en Riohacha, donde el colegio ‘Fundación Esperanza de Salvación’ hace ver que realmente es efectiva esa esperanza prometida, a pesar de las carencias, la necesidad de mejoras, los peligros que acechan en todo momento.



Todos los que de alguna manera hemos puesto un granito de arena, según nuestras posibilidades, tengo por seguro que pensamos en ello, y oramos en todo tiempo. En Perú, nos conmueve que se vean mermadas las posibilidades de que los niños y adolescentes de la Casa-hogar puedan ser acogidos, adoptados o reinsertados en sus familias; que los chicos trabajadores abandonen la calle y vuelvan a la casa familiar y a la escuela; que los niños de las comunidades quechuas continúen beneficiándose de las ayudas que se les ofrece a través del programa de Apadrinamiento. Nos preocupan las personas comprometidas en estas labores, etc.



Son apenas unas pinceladas sobre un trabajo ya consolidado que ha sido realizado con mucho esfuerzo por parte de todos, intentando ofrecer a la infancia las bases para llegar a ser hombres y mujeres preparados y comprometidos con su comunidad y con su país, rompiendo las barreras de la pobreza y la dependencia perpetua en la que se encuentra la generación que les antecede. Lo cual, más tarde, puede redundar en beneficio de todos.



Como señalaba anteriormente, la pandemia también ha llegado a todos los lugares, incluso a donde la población no puede permitirse estar confinada, pues muchas familias dependen de trabajos informales en la calle; si no salen a trabajar diariamente no pueden sustentarse. Si ya tenían problemas, el panorama se torna más difícil por los efectos de la pandemia, entre ellos la pérdida de sus medios de vida. Y esta es la situación de muchas de las familias de donde provienen los niños de estos proyectos apoyados por AS, según tengo entendido. Gran parte vive en viviendas insalubres, carecen de agua potable, se dedican a trabajos precarios sin ningún tipo de prestaciones sociales, ni otros tipos de ayudas como las que conocemos en los países donde existe cierto bienestar social.



Así como nosotros, ellos también están en las manos de Dios, Aquel que no desatiende ni a las sencillas aves del cielo.



Un abrazo fraternal a Todos. Estamos en Sus manos.


 

 


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