Si el universo es tan inmensamente extenso, ¿cómo debe ser el Dios que lo creó?
En el primer libro de la Biblia, se puede leer que Dios le habla a Abraham y le dice: “…de cierto te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar” (Gn. 22:17). El número de estrellas no parecía tener relación con el de la arena de las playas, sobre todo cuando las estrellas que se veían en el cielo nocturno sólo se podían contar a simple vista ya que el ojo humano solamente puede ver alrededor de cinco mil estrellas. No obstante, cuando se inventó el telescopio se descubrió que había miles de millones de estrellas. Hoy se cree que en el cosmos existen unos cien mil millones de galaxias. El número medio de estrellas de una galaxia es también de cien mil millones. De dicha multiplicación resulta que el número total de estrellas del universo es de diez mil trillones. Un diez seguido de 22 ceros (1022 estrellas). Con el fin de tener una idea más gráfica de lo que supone esta cifra tan enorme, se puede decir que diez mil trillones equivalen al número de granos de arena que hay en todas las playas de la Tierra. Tal como el profeta Jeremías escribió: “Como no puede ser contado el ejército del cielo, ni la arena del mar se puede medir, así multiplicaré la descendencia de David mi siervo” (Jer. 33:22).
Si el Sol fuese como un grano de arena, el siguiente grano más cercano a él sería la estrella Próxima Centauri, que se encuentra a 4´2 años-luz (unos 42 billones de kilómetros del Sol). Un año-luz es la distancia que recorre la luz en un año que, a la velocidad de 300.000 km por segundo, es de 10 billones de km (1013 km). Para tener una idea de lo que supone semejante distancia, pongamos otro ejemplo. Si el Sol se representase mediante un garbanzo o un guisante y se colocase en el centro de un campo de fútbol, la Tierra tendría el diámetro de un cabello y estaría situada aproximadamente a un metro de distancia del garbanzo (que representa al Sol). ¿A qué distancia del Sol estaría Próxima Centauri? ¿En la zona de tiro a puerta? ¿Junto a la portería o, quizás, en las gradas entre los espectadores? Lo cierto es que se encontraría a unos 270 km, casi la distancia que hay entre Barcelona y Zaragoza. ¡Y se trata de la distancia que separa dos granos de arena contiguos de la misma playa!
El cine de ciencia ficción nos tiene familiarizados con los viajes intergalácticos, e incluso los niños juegan con viajes interestelares, pero lo cierto es que estamos muy lejos de alcanzar semejantes proezas. La velocidad máxima lograda jamás por una sonda humana fue la que consiguió Juno, en su viaje a Júpiter en el 2015, que fue de 265.540 km por hora. Sin embargo, esta velocidad es sólo el 0´02% de la velocidad de la luz. Pasar de un grano de arena (el Sol) al otro de al lado (Próxima Centauri) a esta velocidad de Juno requeriría unos 200.000 años. Parece pesimista reconocerlo, pero estamos lejísimos de poder viajar a las estrellas.
Si el universo es tan inmensamente extenso, ¿cómo debe ser el Dios que lo creó? A veces, los creyentes empequeñecemos al Creador o nos formamos una imagen mental que lo reduce y minimiza. Pensamos en él como si fuera un gran ángel bonachón de barba blanca, que siempre lo perdona todo y está dispuesto a concedernos lo que le pidamos. Una especie de Papa Noel navideño. Pero, lo cierto es que cualquier imagen que nos hagamos de él tenderá a empequeñecerlo y limitarlo. Los mejores sentimientos y actitudes que pueda llegar a experimentar el ser humano, como el amor, el perdón, la solidaridad, el altruismo o la misericordia, en Dios se dan también pero elevados a la enésima potencia o al infinito. Dios es mucho más grande de lo que jamás el ser humano pueda llegar a imaginar. Con razón escribió el salmista: “Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos” (Sal. 19:1). En efecto, podemos llegar a saber que hay Dios, simplemente levantando los ojos y mirando las estrellas.
Tal como escribió el evangelista Juan, la palabra de Dios es verdad (Jn. 17:17). Los autores humanos de la Biblia escribieron la verdad que Dios les reveló. Por tanto, tenemos poderosas razones para creer que la Escritura fue inspirada por Dios y que él se reveló en ella. Todas la verdades expresadas en la Biblia convergen hacia una sola: al Cristo-Verdad, en el que se ha dado a conocer el Padre, y en dicha Verdad se nos abre la posibilidad de vivir plenamente como hijos de Dios. Como escribe Juan: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Jn. 1:14). “Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (Jn. 1:17).
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