En la Biblia, Dios crea a partir de la nada absoluta, mientras que en el relato Enuma elish, los dioses surgen a partir de las aguas que habían existido desde siempre.
La Biblia empieza diciendo que el Universo tuvo un principio: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra” (Gn. 1:1). El cosmos fue creado de la nada por el Dios trascendente y único que preexistía antes, fuera y sobre todas las cosas. Pues bien, esta concepción bíblica contrasta notablemente con la creencia de las demás religiones y culturas que rodeaban al pueblo de Israel. Por ejemplo, en el poema mesopotámico de la creación, (llamado Enuma elish por sus primeras palabras: “cuando en lo alto…”) se explica que el mundo fue formado a partir de dos principios que eran eternos: Apsû o las aguas dulces y Tiamàt o las aguas saladas del mar.[1] De la unión de estas dos clases de aguas eternas surgirán los tres primeros dioses babilónicos: Anu, dios del cielo; Enlil, dios de la tierra y Ea, dios del mar. Los hijos de estos dioses lucharán entre sí y Marduk matará a Tiamàt, lo partirá por la mitad, de un trozo hará el cielo y del otro la tierra.
Algunos autores creen que el relato bíblico de la creación sería una copia de este poema mesopotámico pero es obvio que las diferencias son abrumadoras. En la Biblia, Dios crea a partir de la nada absoluta (creatio ex nihilo), mientras que en el relato Enuma elish, los dioses, el cielo y la tierra surgen a partir de las aguas que habían existido desde siempre. Se trata de la creación desde la nada frente a la eternidad de la materia y también del monoteísmo bíblico ante al politeísmo de Mesopotamia. ¿Cómo es posible que la Biblia sea una copia de la mitología de estos pueblos? ¿No será más bien al revés? También pudiera ser que ambos relatos (bíblico y mesopotámico) procedieran de una fuente anterior a ellos.
La cosmología de Egipto suponía asimismo la preexistencia de una masa acuosa eterna, el agua tenebrosa y abismal llamada Nou, en la que supuestamente existían los gérmenes de todas las cosas. De esta masa acuosa habría surgido el huevo cósmico que originaría al dios solar Ra, el progenitor de todas las demás divinidades egipcias. De nuevo nos encontramos ante la idea de eternidad de la materia que es completamente contraria a la concepción bíblica. De la misma manera, los filósofos griegos, como Platón (427-347 a. C.) y Aristóteles (384-322 a. C.), creían también en contra del relato bíblico que la materia, el movimiento y el tiempo habían existido eternamente.
Pues bien, esta creencia en la eternidad de la materia fue recogida por la ciencia moderna y se mantuvo vigente hasta mediados del siglo XX. La famosa frase: “la energía ni se crea ni se destruye, sólo se transforma” dominó el panorama científico durante los dos últimos siglos. Y, como la energía está directamente relacionada con la masa, según la famosa teoría de Einstein, esto garantizaba la creencia de la ciencia en la eternidad del mundo y hacía de la doctrina bíblica de la creación del universo a partir de la nada una especie de mito religioso sin fundamento científico. El famoso premio Nobel, el físico y químico sueco, Svante August Arrhenius (1859-1927) llegó a decir que: “La creencia de que algo pueda surgir de la nada está en contradicción con el estado actual de la Ciencia, según la cual la materia es inmutable.”[2]
Sin embargo, para 1927 las cosas empezaron a cambiar en el seno de la comunidad científica ya que, en ese año, el astrónomo Georges Lemaître y después también George Gamow propusieron la famosa teoría del Big Bang.[3] Años más tarde, el profesor de química física de la Universidad de Oxford, Peter W. Atkins, quien no creía en la existencia de ningún plan divino, no tuvo más remedio que admitir: “En el principio está el comienzo. En el comienzo no había nada. El vacío absoluto, y no simplemente un espacio desocupado. No había espacio; ni había tiempo, pues era antes del tiempo. El universo carecía de forma y estaba vacío. Casualmente se dio una fluctuación y hubo un conjunto de puntos que, emergiendo de la nada y tomando su existencia de la pauta que formaron, determinaron un tiempo.”[4] Lo cual encajaba muy bien con aquella otra frase bíblica: En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Pues bien, hoy la ciencia acepta que el universo tuvo un principio, tal como dice la Biblia. Desde luego, la teoría del Big Bang no es una demostración científica del milagro de la creación pero le proporciona, sin duda, un espaldarazo significativo.
Es cierto que la teoría del Big Bang, a pesar de ser plenamente aceptada por la ciencia contemporánea, no gusta a todo el mundo. Sobre todo a aquellos que no creen en un Dios creador. De ahí que muchos sigan proponiendo salidas especulativas con el fin de obviar la realidad de la creación. Se intenta reintroducir la idea antigua de eternidad de la materia por medio de hipótesis indemostrables en la práctica como el multiverso, el efecto túnel cuántico, el universo autocontenido, la selección natural de universos, los universos en colisión o la teoría de cuerdas, etc., etc. Pero todo esto no es más que humo matemático imposible de atrapar experimentalmente. Tales planteamientos realmente no forman parte de la física sino más bien de la metafísica.
A pesar de todo, la cosmología actual acepta que el cosmos tuvo un principio, igual que el espacio y el tiempo. Lo que dice la Biblia no es mito ni leyenda sino que está refrendado por la física contemporánea. ¿Cómo pudo saber el autor de Génesis que el mundo tuvo un principio, que no era eterno, si toda la gente de su tiempo creía en la eternidad de la materia?
Notas
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