En la Biblia hay mucha sabiduría, mucha más de lo que normalmente pensamos.
Cuando Moisés enseñó en Levítico 17:15 que un animal mortecino, o que murió de forma natural, o que fue medio devorado por las fieras, no debe ser consumido por ningún israelita, proporcionó a los hebreos, además de unas prácticas de pureza religiosa, unas avanzadas normas de higiene y salud pública. Actualmente, por ejemplo, ningún matadero acepta animales para el consumo humano, que ya han muerto de muerte natural. Esto es algo que prohíben las leyes sanitarias. Porque si el animal ha muerto debido a alguna infección contagiosa, como rabia, ántrax, o cualquiera de las numerosas enfermedades de la llamada zoonosis (enfermedades que las personas pueden contraer de los animales), no es aconsejable consumir estas carnes por el peligro de infecciones.
Pero, de nuevo, la cuestión es: ¿cómo pudo Moisés saber tales cosas en su día, mucho antes de que se descubrieran y diagnosticaran tales enfermedades transmisibles?
Tal como hemos visto, Moisés transmitió a los hebreos unas leyes sanitarias bastante estrictas como, entre otras cosas, por ejemplo, no comer carne de cerdo. ¿Por qué se daría esta prohibición? Hoy se consumen carnes y derivados del cerdo y la gente normalmente no contrae ninguna enfermedad al respecto. Sin embargo, en la antigüedad no existían las actuales medidas sanitarias en torno a la crianza y alimentación de estos animales. Los cerdos vagaban más o menos libres y se alimentaban frecuentemente de carroña y basura, lo cual les hacía propensos a las infecciones bacterianas y a los parásitos.
Una de las enfermedades más famosas que puede transmitir el cerdo a los humanos es la triquinosis. Se trata de un pequeño gusano parásito de ratas y otros roedores (Trichinella spiralis) que pasa de las ratas al cerdo y de éste al ser humano. Es una enfermedad dolorosa que puede ser fatal y que está causada por comer cerdo poco cocinado y contaminado con dicho parásito. De manera que la prohibición dada a Moisés era científicamente correcta. No obstante, ¿cómo pudo él, en sus días, saber estas cosas? ¿Fue un golpe de suerte o alguien se lo manifestó?
También encontramos en la Escritura medidas para la salud de la mente. Por ejemplo, en Filipenses 4:6, el apóstol Pablo escribe: “por nada estéis afanosos”. Hoy se sabe que el estrés crónico obliga al cuerpo a liberar más hormonas que hacen que el cerebro esté más alerta de lo normal, que los músculos se pongan en tensión y aumente el pulso. Esto pone en riesgo la salud porque eleva la presión de la sangre, puede generar insuficiencia cardíaca, diabetes, obesidad, depresión, problemas en la piel y alterar los ritmos biológicos femeninos. De ahí que, en el libro de Proverbios (17:22) se diga: El corazón alegre es buena medicina.
Hoy sabemos que la alegría alarga la vida porque contribuye a aumentar los linfocitos T del sistema inmunitario, que son los que nos defienden de los agentes patógenos. La alegría, la risa y el humor mejoran las defensas de nuestro cuerpo y hacen que el cerebro fabrique más endorfinas (hormonas que generan bienestar), mientras que la agresividad, el estrés y los problemas disminuyen la producción de endorfinas y el bienestar de las personas. La risa puede contribuir a curar diversas dolencias físicas. Por eso, se llevan payasos a los hospitales (sobre todo a las plantas de oncología) para que provoquen la risa de niños y adultos.
¿Cómo pudo saber el autor de Proverbios que el corazón alegre era buena medicina? ¿Acaso algún neurólogo le explicó que la alegría modifica nuestra bioquímica y puede curarnos? Nada de todo esto lo podemos atribuir a la mera casualidad. En la Biblia hay mucha sabiduría, mucha más de lo que normalmente pensamos. ¿De dónde vine tal sabiduría? El apóstol Santiago (1:5) dice que la sabiduría viene de Dios:
Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada.
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