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Evangélicos bajo sospecha, otra vez

Si van a tratar un tema sensible y van a mencionarnos, al menos háganlo bien.

EL ESPEJO AUTOR 10/Lidia_Martin 07 DE MARZO DE 2020 23:23 h
Foto de [link]Sarah Noltner [/link] en Unsplash.

Desde que el coronavirus se ha instalado en Madrid, los evangélicos vivimos, de nuevo, bajo sospecha y no sé si algún día nos acostumbraremos. Aunque reconozco que cada vez me sorprende menos, me alegra no estar del todo anestesiada ante estas cosas de que se nos mire raro por cualquier razón. Tirar la toalla es algo que no suele ir conmigo, y me resisto a que forme parte de mi repertorio de reacciones, en general. Debo estar haciendo “callo”, en alguna medida, aunque sin perder la sensibilidad del todo, espero. Así que pensaba hoy que, igual que Pablo hacía como ciudadano romano cada vez que era necesario hacer valer sus derechos, hoy tomo en mi mano este “altavoz” que se me presta en El Espejo para procurar hacer también un poquito de lo mismo y ver si reflexionamos unos y otros sobre estas cosas que nos pasan. Puede que caiga en saco roto y cuento con ello, porque es una posibilidad. Desde luego, no soy Pablo y no tengo su lucidez, ni la visión que él tenía de parte del Señor. Pero, como poco, me doy por satisfecha al cumplir lo que considero por igual responsabilidad y privilegio, que es poder decir lo que pienso, por si alguien se hace eco de esa voz y contribuyo a llevarnos a pensar y tomar alguna medida y posición al respecto.



Llámenme agorera, pero hace pocos días, cuando se lanzaba la primera noticia acerca de la relación entre el coronavirus y un grupo religioso en Torrejón como núcleo de varios contagios, algo me decía en el estómago que éramos nosotros, los evangélicos, los “afortunados” de la tan temida quiniela. Podría haber sido cualquier otro foro: una comunidad de vecinos, un centro para personas con discapacidad, un restaurante de Madrid, o un equipo de fútbol. Pero no. Algo me decía que ese apunte directo e inequívoco hacia un grupo religioso nos disparaba certeramente a nosotros, los “evangelistas”, como nos siguen llamando (¡¡¡Qué cansancio!!!). Y no me equivoqué, porque viene siendo más que habitual cada vez que se tiene la oportunidad. Los grupos católicos no son noticia por conocidos y familiares, con los de corte islámico nadie se mete a no ser que sea por sospecha de amenaza terrorista, otros, ni existen para la opinión pública... pero parece que mirar con suspicacia hacia nosotros los protestantes siempre viene bien. Cuando no es por un pito es por una flauta, pero la cosa es tenernos en el peor de los candeleros siempre y que el río siga sonando, para que la gente diga, sin pensarlo mucho, “agua lleva”.



En ese sentido, tampoco me equivoqué hace otros pocos días cuando, en este caso desde una cadena de televisión a la que me niego a hacer publicidad, se producía una nueva asociación unívoca con la iglesia evangélica para ligarnos a prácticas que no nos representan. En este caso el asunto era igualmente delicado: las llamadas “terapias de conversión” relacionadas con la atracción al mismo sexo y la acusación sobre la iglesia evangélica de que las pone en marcha, de que vemos la homosexualidad como enfermedad y demás asuntos que ahora mismo requieren de una total sensibilidad. En ese caso la sensibilidad, obviamente, era para unos y no para otros. De nosotros se pueden echar pestes y no hay problema. Si nosotros hubiéramos hecho un reportaje “con inclinaciones” y determinadas acusaciones sobre una asociación proLGTBI, en este caso se nos estaría cayendo el pelo y todo el peso de la ley recaería sobre nosotros. Sin embargo, no pasó en esta ocasión: una vez más, desde un programa evidentemente tendencioso, basado en engaños para obtener la “información” y en manipulaciones de principiante sobre esos “datos” descaradamente sensacionalistas (como perseguir a alguien por la calle y aprovechar su desagrado o negativa a colaborar en la entrevista como ese silencio que otorga y da la razón a quien persigue y muestra al otro como quien huye porque tiene algo que esconder), se lanzaba una de esas generalizaciones que no dicen nada, pero lo dicen todo y que ponen en el ojo de un huracán tremendamente sensible a los mismos de siempre: los cristianos evangélicos. Si van a tratar un tema sensible y van a mencionarnos -pensaba para mí- al menos háganlo bien. Tómense en serio su profesión, como yo intento tomarme la mía y no jueguen con las emociones de la población de esa forma. Porque luego no vale con una disculpa cutre. El daño ya está hecho, de nuevo.



Ni una sola vez se han acercado desde los medios de comunicación a nosotros, cristianos moderados y preocupados en ser de utilidad a la sociedad desde el lugar donde desarrollamos nuestra vida y profesiones, para hacer un verdadero intento por saber la verdad de ciertas cosas, sean estas u otras. Las iglesias que nos movemos desde el orden, el respeto, y la moderación no somos tan atractivas como para salir en un reportaje. Así que es evidente: la verdad no interesa, sobre todo si es aburrida. Lo que llama la atención es lo que le proporciona audiencia al medio en cuestión. Y meter el dedo en el ojo de nuestro colectivo es, evidentemente, el deporte de muchos. Eso siempre despierta el interés del espectador: de dónde venimos y a qué, cómo nos financiamos, si somos una horda proveniente de algún extraño lugar y, sobre todo, qué intenciones tenemos al “acampar” aquí. 



Nunca nos preguntan a los profesionales cristianos que estamos en todas las áreas de influencia de la sociedad acerca de la verdad de las cosas, de lo que hacemos o no hacemos, de lo que pensamos realmente. Como mucho se nos invita, como me pasaba hace unos años, a participar en un debate televisivo sobre homofobia, dando por hecho que al ser evangélica sería homofóbica también. Precioso enfoque, como pueden ver. En otros casos, como el de la semana pasada, que también tuvo que generar un nuevo comunicado de FEREDE -siempre hay que hacerlo, porque no se suele dejar títere con cabeza-, se toman imágenes de aquí y de allá, se aprovecha para acercarse a comunidades cuyas prácticas se asemejan más a cualquier curandero que a otra cosa, que no nos representan para nada como comunidad protestante de bien y se mezcla todo en la gran coctelera de la mediocridad informativa. El cóctel perfecto para quien quiere un ratito de entretenimiento a costa de otros. Aderezar esa mezcla con la ya existente reticencia general en este país a rechazar todo lo que suene a diferente, más si es religioso, es ya solo la guinda que hace falta para que el pastel salga perfecto. “Perfecto” para quienes quieren seguir manipulando y discriminándonos, que no son pocos, es evidente. Desastroso para quienes, da igual lo bien o lo mal que lo hagamos, siempre estamos bajo sospecha de ser, casi, casi, terroristas sociales. El delito es lo de menos. Siempre se encuentra alguno. El caso es estar en la picota, y nosotros lo estamos por lo peor.



Estamos tan acostumbrados a esto que, lo que le pasó hace unos días al Director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad, D. Fernando Simón, no es sino un gesto bienintencionado pero tremendamente desafortunado producto de la inercia en la que la sociedad está hacia nosotros los cristianos evangélicos. Él mismo estaba en esa inercia y sus palabras lo evidenciaron. Sospecho que ese tipo de comentario respecto a cualquier otro colectivo, como mencionaba antes, no se hubiera producido con tanta ligereza. Pero esa es la costumbre con nosotros: los “evangelistas” tienen, como siempre, la sombra de la duda sobre sus cabezas. 



¿Cómo no va a dejar de discriminársenos, si no se deja de animar a que se nos mire con recelo? ¡Qué escasos fueron los datos que acompañaron a la mención de nuestras congregaciones, cuando podrían haber hecho tanto bien, no solo no mencionándonos, que no había necesidad, ni era justo, sino contando la historia completa, ya que se nos nombraba! ¿Qué pasa con personas de esas congregaciones que están haciendo el esfuerzo insistente de que se les hagan las pruebas y no reciben respuesta? ¿Es justo que se pueda dejar caer sutilmente que quizá desde nuestros foros no se tienen los cuidados oportunos y que, por tanto, constituimos alguna clase de peligro para la sociedad en la que estamos? ¡Qué fácil -y qué ruin- jugar a estos juegos peligrosos en un momento como este!



No hace tantas semanas los evangélicos nos medio congratulábamos de que por fin, en La Mañana de la 1, se había hecho un reportaje acerca de nosotros que se salía una poco de la norma desinformativa que se sigue cuando se nos menciona. Así que nos congratulábamos porque, reconozcámoslo, el listón verdaderamente está muy bajo. Al reportaje lo titulaban El boom de las iglesias evangélicas. Con todo y no ser de los peores, también incluía, por supuesto, algunos “pequeños” errores como hablar de 78 iglesias evangélicas en el Polígono del Aguacate en Madrid en vez de las 18 que realmente hay (no me dirán ustedes que con ese error no se nos muestra prácticamente como una plaga, además del propio título, que ya apunta maneras). Entre algunos de los comentarios periodísticos a posteriori había que seguir aguantando, no solo la carga de prejuicios que siempre acompaña a las opiniones sobre nosotros -por cierto, religión mayoritaria en varios países de Europa- sino el dichoso titulito de “evangelistas” que no nos quitamos de encima ni con agua caliente y que no dejo de ver en los artículos de prensa que nos bombardean estos días. 



A ver si se enteran ya de una vez (solo es cuestión de ponerle un poco de ganas) que los Evangelistas eran Mateo, Marcos, Lucas y Juan, que escribieron los 4 evangelios que recoge el Nuevo Testamento, y evangelistas son aquellos que tienen ese don de Dios para compartir de una forma especialmente evidentísima su fe en Jesús con los demás, motivados por la misión que el Maestro encomendó. En un sentido, todos estamos llamados a ser evangelistas, pero somos cristianos evangélicos, protestantes si lo prefieren. Esa insistencia en mal-denominarnos puede seguir tratándose de ignorancia si lo desean, pero resulta difícil de creer después de tantas y tan reiteradas explicaciones al respecto. Así que no puedo dejar de pensar que quizá es ya una cuestión de no querer darse por enterados, más que de no saber. La cosa no es tan compleja como para que cueste tanto.



Me recordaba a mí misma en estos días, de todas formas, que este es un tema muy antiguo. Ya en el año 64 d.C. Nerón aprovechó a los cristianos para cargar la responsabilidad sobre ellos del gran incendio que parece que él mismo provocó en Roma y que usó para construir su gran palacio, la Domus Aurea. Desde entonces hasta hoy no ha cesado de tenerse esa inquietante y permanente disposición a mirarnos con recelo, a no mostrar ni el más mínimo interés por abandonar los prejuicios. Pues se me ocurre que, ya que vamos de modernos y tolerantes, este es el espacio donde realmente tienen la oportunidad de mostrar si lo son o no. Es muy fácil mostrarse tolerante con lo que todo el mundo tolera hoy. Ahora bien, ¿serán ustedes igual de tolerantes con lo que no entienden y les parece raro o desfasado? ¿Lo harán con lo que les molesta por diferente, con lo que sigue ahí a pesar de los repetidos intentos por demonizarlo, caricaturizarlo y ridiculizarlo? ¿Creen que quizá, algún día, podremos dejar de repetir las mismas cosas y quedarnos con la tranquilidad de habernos hecho entender, empezando por nuestro nombre, cristianos evangélicos, que tanto les cuesta pronunciar? ¿Pudiera ser, ya de paso, que deje de tomársenos por ignorantes sin cultura, sin oficio ni beneficio, o sin más raciocinio que el justito para ir tirando y se considere que no somos tan tontos como nos hacen parecer?



Ahí lo dejo... para la reflexión. Dudas que se le vienen a una a la cabeza de vez en cuando y que se lanzan por ver si calan de algún manera. Porque quizá donde haya ganas de revisar algo en serio, habrá también algo de esperanza de cambio.


 

 


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