La satisfacción que produce haber cumplido con las tareas, con las obligaciones o los deberes, no es superficial.
Querido Darío, la juventud ha vuelto para quedarse. Está sucediendo lo que parecía imposible. Ahora, los adultos luchan por demostrar que no han perdido la hermosura, la frescura y el color de la tez, ni la maña o la fuerza de la juventud, como dice Manrique en sus coplas. Perdona que recuerde al clásico medieval, pero es que el mundo está al revés, y los adultos ya no lamentan perder su lozanía porque no hacen otra cosa que perseguirla, como si la pudieran atrapar vistiéndose con sudadera, vaqueros y deportivas blancas.
En fin, que el mejor piropo que te pueden echar es "¡qué joven estás!" o "por ti no pasan los años", como si cada arruga, surco en nuestra piel, no reflejara el paso del tiempo, los puertos y los valles transitados, y hasta cuántas veces nos hemos perdido sin saber por dónde tirar.
¿Merece la pena silenciar la sana experiencia vital? No, ni siquiera cuando la vejez, la demencia senil o el Alzheimer llaman a la puerta con sus dolorosas repeticiones.
Lo viejito no está de moda, aunque sí lo vintage, por eso ha vuelto el vinilo. Queremos que la música de hoy suene (y sueñe) con el peso de la de ayer.
No me malinterpretes, Rubén, no caeré en el error de afirmar que cualquier tiempo pasado fue mejor; pero el buen joven, como el buen fruto, necesita tiempo para madurar. Y no sé si los adultos realmente les favorecemos cuando abandonamos nuestro papel para interpretar el de ellos. ¿No sería mejor ayudarles a afianzar las buenas costumbres desde la infancia.
Los niños de hoy parlotean, no levantan la mano para dialogar, lo cual no deja de ser normal cuando uno es pequeño y aún no conoce el protocolo de los turnos de habla. El problema es que el adulto le sigue la corriente y, sin importar en qué trabaja, o con quién habla, se detiene y fija su atención en el mochuelo que, excitado por ser el centro de todas las miradas, adopta como un hábito agradable la interrupción constante.
Conmovedor, ¿verdad? Sobre todo cuando al gorrión le crece el pico y no para de piar en un campo sin puertas ni espantapájaros: internet. Los pajarillos no ven las redes, ni el peligro que les acecha. Descienden libres al huerto y picotean cuantos frutos desean en el momento que les place. Y de ahí, a “lo quiero aquí y ahora” hay un pequeño saltito que el pajarito lo da con total naturalidad. Unos caen en las redes de la estimulación excesiva, presos del aburrimiento y la pereza; otros simplemente pierden el tiempo revoloteando de aquí para allá.
¡Qué más da si el labrador ha madrugado durante meses! ¡Qué más dan las múltiples horas en las que ha doblado su lomo para cavar, retirar las piedras y sembrar la buena semilla! ¡Qué más da su paciencia y espera! ¡Qué más da su riego y su abono! Lo importante es que el fruto crezca y el pajarito lo pruebe caprichosamente con su piquito de oro.
Pues no. Hoy rompo una lanza a favor de la serenidad, el afecto y la compasión por los demás, la lealtad y el compromiso hacia el otro. Pero, desgraciadamente, renunciar al yo no triunfa porque lo importante es ser feliz, aunque sea a costa de los demás; y nos encargamos de enseñarlo desde pequeñitos. Los niños van al cole, más que a aprender, a ser felices: "¡que te lo pases muy bien hoy, hijo!".
Hombre, bien sí, claro; todo lo bien que se lo puede pasar uno cuando se está esforzando en respetar el turno de palabra, redactar con letra legible, guardar el orden de fila, o resolver difíciles operaciones matemáticas con la máxima concentración, por citar algo. La pregunta importante no es si te lo has pasado bien sino qué has aprendido hoy.
La satisfacción que produce haber cumplido con las tareas, con las obligaciones o los deberes, no es superficial. No depende de un estado de ánimo puntual ni está basada en la risa. Más bien depende de la curiosidad en el aprendizaje, del deseo de avanzar y de la voluntad personal por conseguirlo. Si después de todo, uno se divierte, mucho mejor.
¡Qué quieres que te diga, Rubén! Lo de "Juventud divino, tesoro, ¡ya te vas para no volver!" se está perdiendo, sobre todo por culpa de los adultos que no aceptan envejecer.
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