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¿Es necesaria la persecución para la extensión del evangelio?

El evangelio ha moldeado personas, comunidades e incluso países desde los tiempos de Jesús. Muchos tienen miedo de este poder y hacen bien en temer.

EN TIERRA HOSTIL AUTOR 935/Abraham_Aparicio_Moiche 01 DE MARZO DE 2020 10:00 h

“Y seréis odiados de todos por causa de mi nombre, pero el que persevere hasta el fin, ése será salvo.  Pero cuando os persigan en esta ciudad, huid a la otra; porque en verdad os digo: no terminaréis de recorrer las ciudades de Israel antes que venga el Hijo del Hombre”. Mateo 10:22-23



Con estas palabras el apóstol Mateo relata las advertencias que Jesús dio a los 12 discípulos durante sus viajes con él. Jesús sabía de sobra que los discípulos, y por ende los cristianos en general, sufrirían a causa del Evangelio. Y es que la persecución no es algo inesperado o imprevisto, es más, Dios ya contaba con ello. 



[destacate] Si nuestro objetivo único y principal objetivo es compartir y extender el Evangelio, nuestra visión cambia.[/destacate]El Evangelio es impactante de forma intrínseca por lo que causa un rechazo instantáneo a la naturaleza humana más básica. Este mensaje ha moldeado personas, comunidades e incluso países desde los tiempos de Jesús. Muchos tienen miedo de este poder y hacen bien en temer.



Sin embargo, en estas palabras vemos como Jesús no les aconseja a huir de la persecución o a mirar hacia otro lado y dirigirse a sitios más amables, sino que habla de perseverar en medio de la dificultad y mantener la vista en el galardón final, la salvación.



La persecución es parte de la misión



Prácticamente, desde los primeros viajes de los apóstoles y la instauración de la iglesia primitiva, los cristianos o “seguidores de Cristo” (tal y como eran llamados) encontraron oposición. Primero por parte de la institución tradicional judía, un exponente de esto fue Saulo de Tarso, quien tras un encuentro con Dios pasaría a llamarse Pablo. Más tarde, ante la expansión multitudinaria de los cristianos fue el imperio romano el que comenzó a actuar de forma hostil hacia los cristianos. 



Pedro y Pablo fueron encarcelados por las autoridades judías a causa de su fe, Esteban fue apedreado y muchos cristianos sufrieron a manos del emperador Nerón durante los años 60 D.C. De hecho, tras el incendio de Roma en el mismo año, cuyo culpable fue el propio emperador, los cristianos de la ciudad fueron acusados de provocarlo. Muchos de ellos fueron castigados tal y como relata el historiador Tácito:



“No se contentaron con matarlos; se ideó el juego de revestirlos con pieles de animales para que fueran desgarrados por los dientes de los perros, o bien los crucificaban, los embadurnaban de materias inflamables y, al llegar la noche, ellos iluminaban las tinieblas como si fueran antorchas. Nerón abrió sus propios jardines para estos espectáculos”.





Aunque esto fue causado por los delirios de un emperador que acabó quitándose la vida cuatro años más tarde, la realidad es que para muchos cristianos la persecución era más la norma que la excepción. ¿Por qué ocurre esto?



Como comentamos arriba, el poder impactante del evangelio capaz de derrocar reyes asusta y causa rechazo principalmente a las personas que se encuentran en el poder, en este caso los judíos en Israel y los romanos a lo largo de todo el imperio. La represión, la violencia y, en definitiva, la persecución directa sin tapujos es consecuencia directa del Evangelio actuando. Gracias a la infraestructura de carreteras del imperio romano y las casi inexistentes barreras lingüísticas del territorio conquistado, los cristianos fueron capaces de viajar y extender el Evangelio prácticamente a lo largo de todo el territorio del imperio. Es más, puesto que sufrían persecución y no podían quedarse mucho tiempo en el mismo lugar eran obligados a viajar sin detenerse, predicando allá donde fueran, tal y como se cuenta en los hechos, cuando Saulo de Tarso era uno de los principales perseguidores de cristianos:



“Y Saulo consentía en su muerte. En aquel día hubo una gran persecución contra la iglesia que estaba en Jerusalén; y todos fueron esparcidos por las tierras de Judea y de Samaria, salvo los apóstoles. Y hombres piadosos llevaron a enterrar a Esteban, e hicieron gran llanto sobre él. Y Saulo asolaba la iglesia, y entrando casa por casa, arrastraba a hombres y a mujeres, y los entregaba en la cárcel. Pero los que fueron esparcidos iban por todas partes anunciando el evangelio.” (Hechos 8:1-4)



Por tanto, la persecución en cierto sentido puede incluso propulsar en mayor medida la expansión del Evangelio.



Muchos conocemos y hemos crecido con historias como las de Jim y Elizabeth Elliot, que ilustran de manera fidedigna y actual lo que hemos visto anteriormente. Jim y Elizabeth viajaron a una región del Amazonas junto a otros misioneros. Su objetivo no era otro que el de compartir el Evangelio con la tribu de los “Auca”. En uno de estos contactos con la tribu, Jim y 3 hombres más fueron asesinados por los indígenas. Sin embargo, en una demostración espectacular del impactante perdón y amor que solo puede venir de un corazón que alberga a Cristo, Elizabeth volvió tiempo más tarde a la misma tribu para poder completar la obra de su marido. Dos de los asesinos de su esposo, junto a otros integrantes de esta comunidad de las amazonas conocieron a Jesús gracias a su decisión de perseverar a pesar del dolor y el miedo.



¿Debemos alegrarnos entonces ante la persecución?



La respuesta, que a priori parece ser sencilla, ya no parece serlo tanto cuando comprendemos que la expansión del Evangelio va de la mano con la persecución. El propio Jesús, en el Sermón del Monte nos anima a estar gozosos en la persecución:



“Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan, y digan todo género de mal contra vosotros falsamente, por causa de mí. Regocijaos y alegraos, porque vuestra recompensa en los cielos es grande, porque así persiguieron a los profetas que fueron antes que vosotros”. (Mateo 5:11)



Es más, esto mismo lo vemos cumplido en las vidas de Pedro Y Juan cuando fueron apresados y llevados ante el Consejo Supremo de los judíos. Allí fueron interrogados y tras predicar el evangelio azotados antes de ser liberados. Sin embargo, tal y como cuentan los hechos:



“Los apóstoles salieron del Consejo llenos de alegría por haber sido considerados dignos de sufrir por Jesús”. (Hechos 5:41).



Salieron alegres y dignificados a pesar de haber sido azotados como si de unos criminales se trataran. No solo se gozaron en la persecución, sino que fueron dignificados a causa de su sufrimiento.



Creo que la clave en esta cuestión es tener la vista fija en la misión y el premio, es decir, tener mentalidad del Reino de los Cielos. Desde una perspectiva terrenal es imposible “alegrarse” del sufrimiento, la violencia, el miedo, el dolor, etc. tanto propio como ajeno que causa la persecución. Sin embargo, cuando nuestro objetivo principal y único es el de compartir y extender el Evangelio, nuestra visión cambia. Cuando compartir las buenas nuevas es una prioridad, hasta nuestra propia vida carece de importancia. Es más, es esta misión la que da sentido a nuestra existencia.



Dios nos ha rescatado de lo más profundo del abismo, ha perdonado nuestros pecados pagando con la sangre su hijo Jesús y ha restaurado su comunión con nosotros. ¿Acaso no le debemos la vida? Además, sabemos que seremos recompensados con el galardón máximo, una eternidad en su presencia. Dios nos otorga la victoria sobre la muerte, pero a cambio nos pide nuestras vidas. Con esto en mente muchos cristianos se enfrentan con gozo a la persecución. Ellos entienden, probablemente mejor que muchos de nosotros que es necesario perder nuestra vida para ganarla (Mateo 8:35), en muchos de estos casos literalmente.



Compañeros de oración



¿Qué podemos hacer nosotros que no sufrimos este tipo de persecución? Es cierto que las libertades religiosas en nuestros países están a años luz de muchos de los países donde se sufre persecución. Sin embargo, debemos aprender de la fe de nuestros hermanos perseguidos para enfrentar nuestras propias tribulaciones. Además, como parte de la familia de Cristo en todo el mundo tenemos la oportunidad y la responsabilidad de apoyar a nuestros hermanos en su labor de expandir el Evangelio. Sabemos que la persecución se dará en mayor o menor medida donde quiera que se predique el Evangelio, pero está en nuestra mano ser compañeros de oración fieles. Nuestras oraciones, nuestro tiempo, nuestros recursos son elementos que Dios puede usar para fortalecer y afirmar la fe de nuestros hermanos perseguidos en todo el mundo. En ocasiones tenemos la oportunidad de ser la respuesta a nuestras propias oraciones. ¿Estás dispuesto?



Si quieres saber más sobre como ayudar a la iglesia perseguida visita www.puertasabiertas.org


 

 


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