En la Biblia hay historia verdadera que no debe confundirse con ningún mito o leyenda inventada por los hombres.
Los cristianos creemos que la Biblia es de origen divino, es decir, que está inspirada por Dios a pesar de que fue escrita por seres humanos. Sin embargo, las críticas modernas han puesto en duda esta aseveración tradicional del cristianismo y han llegado a negar que realmente sea la Palabra divina, o que Jesús realizara milagros y resucitara de entre los muertos. Incluso se ha llegado a decir que fue enterrado tan superficialmente que los perros lo desenterraron pronto para comerse sus huesos y por eso no quedó ningún rastro de su cadáver.[1] De la misma manera, el famoso zoólogo y etólogo británico, Richard Dawkins, -conocido por su furibundo ateísmo- dice en el libro El espejismo de Dios que la creencia en Dios y en la Biblia se puede calificar de delirio, o de locura, y que cuando una persona sufre delirios se dice que está loca. Sin embargo, cuando mucha gente sufre delirios, se le llama religión.[2]
Sin embargo, el apóstol Pablo escribe: Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son una locura; y tampoco las puede entender, porque tienen que discernirse espiritualmente. (1ª Co. 2:14). ¿Quién tiene razón, Richard Dawkins o el apóstol Pablo? ¿Podemos confiar en la Biblia o quizás corremos el peligro de volvernos locos? ¿Cómo podemos saber que la Biblia es realmente la Palabra de Dios y no una colección de mitos y fábulas inventadas por los hombres?
Las evidencias existentes en favor de que las Escrituras son realmente la Palabra de Dios al ser humano pueden dividirse en dos grandes grupos. Las externas a la propia Biblia y aquellas otras evidencias internas que se desprenden del texto bíblico.
La Biblia no es un libro de historia pero las múltiples historias que cuenta son verídicas. Esta afirmación tiene sus defensores, sobre todo entre los creyentes, y también sus detractores, entre los escépticos. No obstante, es innegable que la Biblia proporciona diversos aspectos de la historia de la humanidad, como la historia de la teología (la relación entre Dios y los creyentes, tanto judíos como cristianos); historia política en la que se relatan listados de reyes, profetas y grandes hombres y mujeres de Dios que fueron usados según sus divinos propósitos; historia narrativa o cronología de los acontecimientos que ocurrieron; historia intelectual o desarrollo de las ideas humanas, así como de la evolución del pensamiento en cada contexto; historia social que se refiere a instituciones humanas como las familias, los clanes, las tribus, las clases sociales y los Estados; historia cultural que apunta a la demografía, las estructuras socio-económicas o la etnicidad; historia de la tecnología, en la que se describen las técnicas usadas por los distintos grupos humanos para explotar y utilizar los recursos naturales e incluso historia natural que refleja el conocimiento antiguo de las especies biológicas y los ambientes ecológicos, así como la adaptación del ser humano a ellos.[3] Por tanto, en la Biblia hay historia verdadera que no debe confundirse con ningún mito o leyenda inventada por los hombres.
[destacate]Se puede afirmar que las Sagradas Escrituras son el texto antiguo transmitido con mayor exactitud de toda la historia de la humanidad.[/destacate]Tal como escribió el profesor de arqueología, G. Ernest Wright, “la fe fue transmitida mediante un relato histórico, y es preciso tomar en serio la historia para comprender la fe bíblica, la cual afirma rotundamente el significado de la historia.”[4] Como es sabido, los testigos de los acontecimientos son fundamentales para los relatos históricos. Las historias que cuenta la Biblia se basan mayoritariamente en el relato de testigos oculares. Por ejemplo, Moisés estuvo presente cuando se dividió el Mar Rojo. Josué estaba allí cuando los muros de Jericó se derrumbaron. Los discípulos de Jesús permanecían sentados en una habitación cuando vieron a Jesús resucitado y algunos escribieron lo que sucedió para que nosotros podamos leerlo hoy. Mateo estuvo allí, lo vio y lo escribió en su evangelio. Juan estuvo presente y también lo escribió. Pedro también lo vio y se lo contó al evangelista Marcos, quien lo redactó fielmente. Por último, Lucas habló con ellos, así como con la madre de Jesús y otros testigos directos de lo que había pasado, redactando después su evangelio y el libro de los Hechos de los Apóstoles. De manera que los redactores bíblicos fueron testigos presenciales, o bien hablaron con personas que vieron con sus propios ojos aquellos acontecimientos, y posteriormente los pusieron por escrito.
La Biblia fue transcrita con extremo cuidado. Tanto los profetas como aquellos copistas posteriores que pusieron por escrito sus palabras tenían absolutamente prohibido añadir o quitar nada del texto bíblico. Dios mismo había dicho: No añadiréis a la palabra que yo os mando, ni disminuiréis de ella, para que guardéis los mandamientos de Jehová vuestro Dios que yo os ordeno (Dt. 4:2; confrontar con Dt. 18:18; Jer. 26:2; Ex. 4:30). De manera que los escribas eran muy conscientes de la gran responsabilidad que tenían delante de Dios y concebían su trabajo de copistas como un acto de alabanza al Altísimo. Por tanto, jamás habrían disimulado un error de transcripción, una equivocación ortográfica o una tachadura, precisamente porque estaban alabando a Dios.
Los escribas copiaban los pergaminos letra por letra y no palabra por palabra como hacemos nosotros hoy. Ellos sabían el número exacto de letras que había en cada libro. Por ejemplo, sabían que ese libro tenía 1653 letras “m” (o la mem en hebreo). Pues bien, si al acabarlo contaban 1654 (es decir, una más) destruían todo el libro y empezaban de nuevo. Eran tan meticulosos que sabían cuál era la letra central de todo el Pentateuco. Y después de copiarlo iban a dicha letra de en medio y contaban las letras hacia delante y hacia atrás. Si no salía el número debido, tiraban toda la copia y volvían a empezar.
Un ejemplo de semejante precisión se pudo comprobar a propósito de los famosos Manuscritos del Mar Muerto, descubiertos accidentalmente por pastores beduinos en Qumrán en el año 1946, y que fueron escritos entre los años 250 a. C. y 66 d. C. (aunque para los cálculos que siguen tomaremos la media de tales fechas, aproximadamente unos 100 años a. C.). Estos rollos contienen copias de casi todos los libros del Antiguo Testamento, excepto del libro de Ester. Ahora bien, cuando fueron encontrados, las copias más antiguas que se tenían de muchos libros del A.T. eran muy posteriores, ya que databan de 900 años después de Cristo (eran, por tanto, del siglo X d.C.). De manera que entre las copias más antiguas que se poseían y los Manuscritos del Mar Muerto había una diferencia aproximada, nada más y nada menos, que de 1.000 años. Los Manuscritos del Mar Muerto eran mil años más antiguos que las últimas copias conocidas a mediados del siglo XX. ¿Qué diferencias o errores se encontraron entre unas copias y otras separadas por un milenio? Algunos empezaron a especular acerca del tanto por ciento de errores que podían haber cometido los copistas. ¿Quizás un 25% de diferencias? ¿Habría sólo un 15% o un 10%? Los manuscritos contenían fragmentos de todos los libros del A.T., con excepción de Ester y apenas había un 5% de diferencias menores que en ningún caso afectaban al sentido original del texto. Luego, esa exactitud nos habla de la precisión con la que la Biblia fue transmitida.
Se puede afirmar que las Sagradas Escrituras son el texto antiguo transmitido con mayor exactitud de toda la historia de la humanidad. Ningún otro libro posee tantos manuscritos copiados con tanta fidelidad. Cuando éstos se comparan con los de otras obras históricas famosas es fácil comprobar la tremenda diferencia existente. Por ejemplo, en el caso del filósofo griego Platón, se conocen 7 manuscritos de sus obras; 8 de las de Tucídides; 8 también de Herodoto; 10 de las Guerras Gálicas de César y 20 de Tácito. De quienes más manuscritos se conservan es del político ateniense, Demóstenes, y del poeta griego, Homero, que en total llegan a unos cientos de copias. Sin embargo, de la Biblia se poseen más de 11.000 manuscritos copiados con gran fidelidad.[5]
El doctor Norman L. Geisler dice que: “Los estudios comparativos revelan una fidelidad textual del 95%. Hay algunas variantes menores que, en su mayoría, son errores de escritura u ortografía. En toda la copia de Isaías de los Rollos del Mar Muerto, se encontraron sólo trece pequeños cambios, ocho de los cuales ya se conocían de otras fuentes antiguas. Luego de 1000 años de copiar el texto, ¡no se hallaron cambios de importancia y casi ninguno en la redacción!”.[6] Todo esto significa que la abundancia de manuscritos bíblicos, su gran antigüedad así como su exactitud son muy superiores a las de las mejores obras clásicas de la literatura universal. Por lo que podemos estar seguros de que el mensaje de las Escrituras no ha sido adulterado a lo largo de los siglos -como pregonan algunos- sino que es el fiel reflejo de aquellas mismas ideas que escribieron los profetas y los apóstoles. Seguiremos tratando estos asuntos sobre la singularidad de la Biblia.
[1] Ostling, R. N. 1994, “Jesus Christ, Plain and Simple”, Time, 10 de enero, 1994, pp. 32-33 (citado en Zacharias, R. y Geisler, N., 2007, ¿Quién creó a Dios?, Vida, p. 277).
[2] Dawkins, R. 2015, El espejismo de Dios, Espasa, Barcelona, p. 28.
[3] Dever, W. G. 2008, Did God Have a Wife?: Archaeology and Folk Religion in Ancient Israel, Wm. B. Eerdmans Publishing Company, Grand Rapids, Michigan.
[4] Wright, G. E. 1975, Arqueología bíblica, Cristiandad, Madrid, p. 25.
[5] Geisler, N. L. “La fidelidad de las copias de la Biblia a través de los siglos”, en Biblia de Estudio de Apologética, Holman, Tennessee, p. 448.
[6] Ibid.
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