En esta tarea de liderar, incluso que de forma indirecta y no oficial, hay algunas características esenciales para un buen liderazgo.
Como ya dijimos anteriormente, entendemos que, de alguna forma, siempre ejercemos cierto nivel de liderazgo en la vida de otras personas; algunos lo hacen de forma más consciente y otros más inconscientemente.
La verdad es que en esta tarea de liderar, incluso que de forma indirecta y no oficial, hay algunas características esenciales para un buen liderazgo. Vamos, entonces, a describir algunas:
Valiente. Un líder debe encarar con fe y dependencia de Dios los riscos que tenga por delante. Correr riesgos forma parte de la tarea del liderazgo, y nosotros, como líderes cristianos, no podemos quedarnos apáticos ante los desafíos y las dificultades. Josué entendió eso claramente cuando el Señor lo llamó para ocupar el lugar de Moisés al frente del pueblo. No debía temer, ni tener miedo ni pavor, porque el Señor le prometió que, al igual que estuvo con Moisés, estaría con él por dondequiera que anduviera. Si tenemos un Dios todopoderoso a nuestro lado, que nos llamó a la tarea de liderar, podemos ser valientes y arriesgar por Jesús sin miedo, porque Él prometió estar con nosotros «…todos los días, hasta el fin del mundo…» (Mateo 28:20).
Lo que suele causar molestias a los líderes es el miedo a equivocarse. Todo líder con buenas intenciones desea ver que su grupo progresa en rumbo a los objetivos propuestos, y teme que pueda fallar en alguna estrategia. Esto es común y demuestra cuánto precisamos depender del poder de Dios para realizar su obra. El hecho de cometer un error no nos descalifica para la obra, siempre que seamos capaces de sacar lecciones del fracaso presente que nos ayudarán en las victorias futuras.
Disciplinado. La primera persona que debe ser liderada es el propio líder. Todo líder debe buscar que su vida sea controlada de manera adecuada y coherente con la función que ejerce. Imaginemos a un general que debe liderar a su ejército contra el enemigo pero que no domina las tácticas de guerra. O un profesor que debe liderara a sus alumnos en rumbo al conocimiento, pero que no se actualiza regularmente para garantizar la mejor enseñanza y contenido a los estudiantes. De la misma manera, el líder debe buscar una mejora constante que solo sucederá si es disciplinado. Esa disciplina debe generar en el líder algunas acciones rutinarias pero esenciales:
Primera. Vida de oración: Sin una vida de oración activa, el líder perderá fácilmente el rumbo que el Señor tiene para él y para su grupo. Tampoco tendrá con quien compartir de forma restauradora las luchas inherentes a todo proceso de liderazgo. Una vida de oración garantiza comunión diaria con el Señor de la obra y permite que Él hable directamente al líder, trayéndole transformación y edificación personal, lo cual hará que él sea un agente de todo ello en la vida de sus liderados.
Segunda. Vida de meditación: Esto es necesario porque es a través de la meditación disciplinada en la santa Palabra de Dios que podemos llegar al completo conocimiento de nuestro Señor y también obtendremos consejos prácticos para los enfrentamientos diarios de nuestra jornada. Sin esa meditación, Josué no tendría éxito en su tarea de liderar al pueblo para conquistar la tierra prometida. El salmista nos enseña que «esconder» la Palabra del Señor en el corazón nos asegura no pecar contra Él. Y este «esconder» solo puede suceder a través de la meditación seria y aplicada en las Escrituras.
Amoroso. La capacidad de amar es algo que sin duda alguna debe estar presente en la vida del líder. No es posible ser un líder cristiano si no hay amor que motive las acciones. El apóstol Pablo nos enseña lo siguiente:
Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve. El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta (1 Corintios 13:1-7).
Hemos querido colocar este pasaje para remarcar el énfasis que pone en lo que debemos hacer, o sea, en nuestra manera de actuar cuando amamos y cómo nos comportamos cuando no hay amor en nosotros. Debemos hacer un auto análisis para establecer si los verdaderos motivos para liderar tienen su origen en el amor a las personas.
Jesús solo hizo lo que hizo por nosotros a causa de su gran amor por las almas perdidas. Enfrentar una muerte terrible y vergonzosa sin merecerlo solo puede ser un acto de profundo amor. Y es exactamente eso lo que nos enseña Juan en su primera epístola: «En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos» (1 Juan 3:16).
Este versículo no necesita explicación. Es extremadamente claro y desafiante. Sin amor por las personas, no podremos (o incluso tampoco querremos) gastar nuestras fuerzas en beneficio del prójimo.
En el reino de Dios, sea cual sea la tarea que tengamos que desempeñar, debe hacerse con base en el amor. Es este sentimiento tan sublime lo que debe motivar nuestro servicio. El amor a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos debe ser la mayor señal en la vida del líder. Debe ser tan perceptible en su vida que cause en sus liderados el deseo de amar a Dios de la misma manera.
Como siempre, queremos recordar que lo que presentamos es un modelo de grupos de hogar. No es el único, y quizá tampoco sea el idóneo para todas las iglesias en cualquier situación. Sin embargo, es un modelo aplicado por muchas comunidades en todo el mundo con unos resultados excelentes.
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