Antes de Casiodoro de Reina existieron en España proyectos y esfuerzos por traducir la Biblia.
Antes de Casiodoro de Reina existieron en España proyectos y esfuerzos por traducir la Biblia. Aquí nada más voy a describir brevemente algunos de ellos, partiendo de principios del siglo XVI y sin mencionar traducciones de las centurias anteriores[1].
Con el aval de la reina Isabel la Católica, de la que fue confesor a partir de 1492, Francisco Jiménez de Cisneros (de la orden de los franciscanos) inició medidas de reforma eclesiástica y educativas entre los clérigos. En 1495 es consagrado arzobispo de Toledo y dos años después inicia el proyecto de fundar la Universidad de Alcalá de Henares, la que concluiría su edificación en 1508 (Kinder, 1975: 1; Flores, 1978: 55, 60). Este centro educativo dio especial importancia a la lectura de la Biblia y su estudio en tres idiomas: hebreo griego y latín. En las aulas de Alcalá se prepararon Juan de Valdés, el doctor Egidio, Constantino de la Fuente y Francisco de Varga, entre otros. Todos ellos tuvieron relevancia en el movimiento renovador español que paulatinamente transitó hacia el cristianismo evangélico/protestante.
Cisneros había iniciado en 1502 los trabajos para editar la que llegó a ser conocida como Biblia Políglota Complutense. Obtiene el capelo cardenalicio en 1507 y el mismo año, 5 de junio, el papa Julio II lo nombra Inquisidor general de Castilla y León (Fernández Duro, 1901: 320). Tras conjuntar manuscritos bíblicos y formar el equipo que realizó la cuidadosa labor (entre ellos Antonio de Nebrija) de preparar los materiales para la impresión de la Biblia Políglota, el primer tomo, de seis, vio la luz el 1º de enero de 1514 (Trebolle, 2014: 133). Tres años después fue publicado el último volumen, el 10 de junio de 1517, cuatro meses antes que Martín Lutero clavara las 95 tesis contra las indulgencias en las puertas de la Iglesia del Castillo de Wittenberg. Jiménez de Cisneros murió el 8 de noviembre de 1517. Sobre las características de la Biblia de Cisneros, la misma incluyó:
El texto hebreo, el griego de los Setenta, el Targum caldeo de Onkelos, uno y otro en traducciones latinas interlineales y la Vulgata latina. Los cuatro primeros tomos están dedicados al Antiguo Testamento y el quinto al Nuevo Testamento, con el texto griego y latino de la Vulgata, en tanto que un sexto volumen se dedica a gramáticas y vocabularios hebreo, caldeo y griego.
[…] La obra fue magna, pues en los trabajos preparatorios se emplearon diez años, acoplándose códices hebreos y latinos que había en España en abundancia y de mucha antigüedad, procedentes de las sinagogas del país, donde había florecido la tradición rabínica, pero no así griegos que hubo que pedirlos al Papa León X, quien facilitó liberalmente los de la Vaticana, los cuales fueron enviados en préstamo, como dice claramente el mismo Cardenal en la dedicatoria de su obra.
[…] La Políglota Complutense requirió tal dedicación que para fundir los caracteres griegos, hebreos y caldeos, nunca vistos en España, y para hacer la impresión, tuvo que venir Arnao Guillén de Brocar y en menos de cinco años se imprimió toda la Biblia, cuyos gastos ascendieron a cincuenta mil escudos (Flores, 1978: 64).
Al agotarse la Biblia Complutense el rey Felipe II encargó una nueva edición a Benito Arias Montano, quien comenzó el trabajo de coordinar al equipo de biblistas en 1568. En cuatro años fue concluida la revisión y mejora de la primera edición y se imprimió en Amberes, entonces bajo dominio español. La nueva obra quedó conformada por ocho gruesos volúmenes, solamente comenzó a circular cuando la Inquisición española dio el visto bueno en 1575 (Belda Plans, 2017: 10-11). Se le conoció como Biblia Políglota de Amberes Biblia Regia.
En la Universidad de Alcalá conoció Juan de Valdés la primera Biblia Políglota, la cual estudió detenidamente. En 1529 anexa a su Diálogo de doctrina cristiana (“primera obra y la única que se iba a publicar en vida del autor”, Nieto, 1979: 193) tres capítulos del Evangelio de Mateo correspondientes al Sermón del Monte. En los años universitarios Valdés adquirió dominio del hebreo, griego y latín. “Sus comentarios y traducciones del Antiguo y del Nuevo Testamento” dan evidencia del dominio de dichas lenguas, al igual que su conocimiento “del latín y de la literatura clásica resulta evidente en Diálogo de la lengua” (Nieto, 1979: 180).
A Valdés le corresponde la primicia en traducir del griego al español una sección del Nuevo Testamento, el mencionado Sermón del Monte, incluido, ya ha sido dicho, en Diálogo de doctrina cristiana. Esta obra publicada en Alcalá de Henares, cuyo único ejemplar sobreviviente lo halló Marcel Bataillon en la Biblioteca Nacional de Lisboa, salió nuevamente a la luz en edición facsimilar de 1925, es decir, casi cuatro siglos después de la publicación original (Ruiz, 1979: 11).
El Diálogo de doctrina cristiana presenta las ideas bíblicas y teológicas de su autor en forma conversada participan tres personajes: “el Arzobispo (quien expone con gran autoridad argumentativa las Escrituras), un cura, Antronio, burdo e ignorante, pero dispuesto a escuchar y renovarse en cuanto le expliquen las cosas; y, entre estos dos, como sirviendo de punto de conexión, la figura de Eusebio, proyección del autor, que va expresando las dudas que tiene para que el Arzobispo las explique y el cura las aprenda” (Gallor Guarín, 2017: 121).
Una vez concluido el diálogo entre los personajes mencionados en el párrafo anterior, y dado que en varias ocasiones el arzobispo, arquetipo de clérigo conocedor de las Escrituras, alude a enseñanzas del Sermón del Monte, Valdés considera imprescindible reproducir su “traducción de los capítulos quinto, sexto y séptimo del Evangelio de San Mateo del griego en nuestro romance castellano” (Valdés, 1529: 148).
Valdés elaboró comentarios a los Salmos, de los cuales solamente han sido encontrados del 1 al 41. En 1537, durante su exilio napolitano, tradujo del hebreo al castellano El Salterio, es decir los 150 Salmos. En algunos de ellos el traductor transliteró como Jehová el tetragrámaton (YHWH) que en el Antiguo Testamento se usa para nombrar a Dios (Valdés, 1537: 138; Quezada del Río, 2019: 23). En 1538-1539 redactó comentarios a la Carta a los Romanos y Primera Carta a los Corintios (Gallor, 2017: 122-123)[2].
Diez años después de Diálogo de doctrina cristiana, en 1539, Juan de Valdés tradujo del griego al castellano el Evangelio de Mateo, agregándole comentarios propios. La obra permaneció inédita hasta que Edward Boehmer halló el manuscrito en Viena y lo publicó en 1880, en Madrid y bajo el sello de Librería Nacional y Extranjera (Coronel Ramos, 2007: 323)[3].
Por casi una década Juan de Valdés residió en Nápoles y en su casa dirigía un círculo de estudios bíblicos. Eran integrantes de la célula, entre muchos otros, el fraile capuchino Bernardino Ochino y Pietro Martire Vermigli, prior del Convento Agustino de Nápoles (Van Lennep, 1984: 168). Ambos rompieron con la Iglesia católica romana, engrosaron las filas del movimiento de Reforma protestante y difundieron ideas de Valdés. Ochino fue autor de Imagen del Anticristo, obra que introdujo de contrabando Julián Hernández en Sevilla, acción descrita en el capítulo anterior al presente. También formó parte del grupo valdesiano la duquesa Julia Gonzaga, a quien Valdés dedicó varias obras, entre otras, El Salterio y Alfabeto cristiano. El original en español del Alfabeto se perdió, y es conocido por la traducción al italiano realizada por Marco Antonio Magno e impresa en 1546. Valdés instruye a Gonzaga para que use el libro como una herramienta para aprender las primeras letras de la vida cristiana (Van Lennep, 1984: 169). El punto inicial de la enseñanza es Colosenses 3: 9-10, “No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno” (Biblia Reina-Valera, 1960).
Francisco de Enzinas nació en Burgos el 1 de noviembre de 1518, o tal vez el mismo año que Casiodoro de Reina, en 1520. Su familia formaba parte de la “pujante burguesía mercantil burgalesa”. Muy joven salió de España, a donde debió regresar en 1537 a causa del proceso inquisitorial contra su tío por vía materna, Pedro de Lerma[4]. Al año siguiente salió de España, donde nunca volvería, y se asentó en Amberes. En junio de 1539 inicia estudios en el Colegio Trilingüe de la Universidad de Lovaina. En la institución halla un ambiente “evangélico, se lee y comenta libremente a Lutero, a Calvino, a Melanchthon, y hay un interés grande por leer los textos bíblicos en sus fuentes originales” (Bergua Cavero, 2006: 31-34).
Como muchos otros que tomaron partido por el movimiento de Reforma protestante, Enzinas busca conocer de primera mano lo que acontecía en la ciudad donde Lutero inició la confrontación con la Iglesia católica romana. Por ello ingresa a la Universidad de Wittenberg el 27 de octubre de 1541, se hospeda en casa de Felipe Melanchthon, a quien ya se le conocía como “praeceptor Germaniae, el educador de Alemania”, y en cuya casa inicia Enzinas la traducción al Nuevo Testamento al español. Melanchathon le animó a escribir sus memorias, las que redactó en latín entre la primavera y el verano de 1545 (Bergua Cavero, 2006: 39-40, 51).
En 1542 tradujo del latín al castellano la Breve y compendiosa institución de la religión cristiana, se trataba del Catechismus de Juan Calvino de 1538. En la obra incluyó, también traducido del latín, el Tratado de la libertad cristiana, de Martín Lutero, originalmente publicado en diciembre de 1520. Enzinas usó la edición de 1524. El volumen fue publicado en febrero de 1542, en Amberes e impreso en los talleres de Mathias Crom y bajo la supervisión de Diego de Enzinas, hermano de Francisco. El traductor se tomó libertades, ya que insertó material de otras fuentes y comentarios propios (Nelson, 2008: 21, 24-25, 28).
Casi seis años le llevaría a Enzinas traducir el Nuevo Testamento al castellano, tarea que completó mientras residía en Wittenberg. La base que usó fue el texto griego editado por Erasmo en 1516 (García Pinilla, 2008b: 23; Flores, 1978: 112). Una vez completada la tarea la dificultad estaba en hallar dónde imprimir la obra. En sus Memorias narra pormenores del proceso para editar el volumen, dice que consultó a distintas “personas sabias” acerca de la pertinencia de dar a conocer el material bíblico y las respuestas fueron favorables. Entonces, cuenta Enzinas:
Decidí entregarlo al impresor, a fin de que la nación española, que se gloría entre las demás con el nombre de cristiana, no fuera la única privada de este tesoro celestial que es poseer la Santa Escritura en su idioma. Porque como lo sabéis, Monseñor y maestro [se refiere a Melanchthon] , el Nuevo Testamento no fue nunca leído en España por la gente común […] Envié el libro escrito por mi propia mano al Decano de Lovaina […] a fin de que lo hiciera examinar por personas doctas, y que tuvieran conocimiento de ambas lenguas, y que después de oír el informe de ellas él emitiera su juicio sobre la traducción […] La respuesta que dieron fue digna de su virtud y de su erudición, a saber, que ellos no entendían la lengua española y por lo tanto no podían juzgar mi libro; agregando también que dudaban de que fuera conveniente para los españoles tener el Nuevo Testamento en su idioma (Enzinas, 1545a: 74-76).
La edición no fue recomendada pero tampoco prohibida, por lo que Francisco de Enzinas prosiguió con el objetivo de publicar su traducción neotestamentaria. Consideró que la mejor opción para la impresión era Amberes, donde halló interés en el impresor Esteban Mierdmanno, de cuyo taller salió la obra el 25 de octubre de 1543. La primera carátula debió desecharse porque la misma decía: El Nuevo Testamento, o la Nueva Alianza de nuestro Redemptor y solo Salvador Jesucristo, debido a la advertencia de “un dominico español [quien] le hizo notar que estas palabras hacían sospechoso el libro, por ser la de alianza, aunque clara, fiel, propia y elegante, palabra muy usada por los luteranos, y lo de solo Salvador, frase que parecía envolver el menosprecio de las obras y la justificación por los solos méritos de Cristo”. Aceptó la recomendación y optó por quitar los vocablos mencionados (Menéndez y Pelayo, 1995: 129).
En la portada Enzinas hizo la dedicatoria al emperador Carlos V, a quien llamó Cesárea Majestad, acompañada de unas líneas de Josué 1: “No se aparte el libro de esta ley de tu boca. Antes con atento ánimo estudiarás en él de día y de noche: para que guardes y hagas conforme a todo aquello que está en él escrito. Porque entonces harás próspero tu camino y te gobernarás con prudencia” (Fernández y Fernández, 1976: 32).
En la presentación que hizo a Carlos V, Enzinas comienza por argumentar el beneficio que significa la existencia del Nuevo Testamento en lenguas vulgares, aunque menciona estar al tanto de las razones dadas por quienes se oponen a ello. Afirma que es provechoso para la “República Cristiana” que se hagan por “hombres doctos y de maduro juicio, y en las lenguas bien ejercitados” traducciones bíblicas “para instrucción de los rudos, como para consolación de los avisados, que huelgan en su lengua natural oír hablar a Jesucristo, y a sus apóstoles aquellos misterios sagrados de nuestra redención, de los cuales cuelga la salud, bien, y consolación de nuestras ánimas (Stockwell. 1951: 19).
Enzinas enumera tres razones que le llevaron a realizar la traducción del Nuevo Testamento: 1) Cita la oposición del sumo sacerdote y sus aliados a que Juan y Pedro predicaran las enseñanzas de Jesucristo. Entonces Gamaliel (fariseo, doctor de la ley, quien era maestro de Pablo) exhortó a los integrantes del Concilio para que dejaran en libertad de enseñar a Pedro y Juan ya que si diseminaban meras doctrinas humanas las mismas no fructificarían, pero si procedían de Dios entonces no había forma de ponerles alto. De la misma manera en su tiempo, consideraba Enzinas, los esfuerzos prohibicionistas contra las traducciones bíblicas no tenían éxito, sino que al contrario, más bien se multiplicaban y él quiso sumarse al esfuerzo: “me he movido yo también a hacer algo en este negocio, y aprovechar en lo que pudiera a los de mi nación; y si no cumplidamente, a lo menos algún tanto”. 2) Con la traducción buscaba honrar a la nación española, la cual carecía de las Escrituras en su propio idioma: “Es así que allende de todos los griegos y de todas las otras gentes del mundo que conocen la redención de Jesucristo, los cuales en su lengua leen la Sagrada Escritura, no hay ningún nación, en cuanto yo sepa, a la cual no sea permitido leer en su lengua los libros sagrados, sino a sola la española”. 3) Si fuese malo hacer traducciones bíblicas a distintos idiomas entonces existiría prohibición expresa por parte del Emperador y/o del Papa. Al no haber disposiciones que vedaran la traducción, entonces, concluía Enzinas, él no estaba contraviniendo ley alguna al respecto.
En cuanto a la tercera razón esgrimida por Enzinas es necesario recordar que el Concilio de Trento tuvo su primera sesión en diciembre de 1545. En la cuarta (8 de abril de 15646) se tomó la decisión de prohibir las traducciones e impresiones de la Biblia en lenguas de los pueblos y declaró como única autorizada la Vulgata latina de San Jerónimo. Por otra parte, la cuestión “empezó a quedar clara para el mundo católico a partir del Index de Fernando de Valdés (1551), que afirmaba explícitamente la prohibición de la Biblia en castellano o en cualquier otra lengua vulgar; una actitud represiva confirmada poco después por el Index romano de 1559” (Bergua Cavero, 2006: 49).
Francisco viaja de Amberes a Bruselas con el objetivo de presentarle su traducción del Nuevo Testamento al emperador Carlos V. Por intermediación del obispo de Jaén Francisco de Mendoza, obtiene cita con el monarca, la que tiene lugar el domingo 23 de noviembre de 1543 (Sánchez Domingo; 2005: 113). Enzinas le solicitó a Carlos V que protegiera la libre circulación de la obra, petición a la que accede el personaje, siempre y cuando el volumen no contuviera enseñanzas sospechosas. En el encuentro, rememoraba Enzinas, vio a “un príncipe tan grande ignorar totalmente lo que es el evangelio de Dios, el Nuevo Testamento, las santas letras y la doctrina celestial, y no solamente ignorar eso, sino también poner en tela de juicio la Santa Escritura, la Palabra de Dios” (Enzinas, 1545a: 100).
El Nuevo Testamento de Enzinas lo examinó el confesor del emperador, el dominico Pedro de Soto. En Bruselas acaecieron dos interrogatorios de Soto a Francisco, en el primero el trato fue amable y hasta elogioso, pero en la segunda ocasión el examinador levantó duras objeciones a lo producido por Francisco de Enzinas, le advirtió que:
La sola lectura del Nuevo Testamento ha sido considerada siempre entre los católicos como la causa que ha producido todas las herejías en la Iglesia. También el único medio por el que hemos conservado a España pura y sin mancha alguna de herejía, ha sido la prohibición de esa lectura del Nuevo Testamento en lengua vulgar. Ahora bien, Francisco, os tocaba a vos haber emprendido demasiado audazmente, contra las leyes del Emperador, contra la religión, contra el amor que debéis a vuestro país y especialmente a vuestra ciudad, la cual ha sido siempre floreciente y abundante en gentes sabias, la osada publicación del Nuevo Testamento en lengua vulgar. Ciertamente es un acto digno de castigo el haber menospreciado, especialmente en ese punto, las leyes del gran monarca del mundo; es un acto intolerable, el haber procedido contra el derecho que cada cual está obligado a guardar a su país, y haber manchado su hermosura y su pureza con un mal ejemplo de novedad; pero además de haber violado la religión, es un acto execrable, que sobrepasa todas las faltas que se pudieran cometer (Enzinas, 1545a: 116).
Además del “delito” cometido por Enzinas al traducir el Nuevo Testamento, Soto le reclamó haber estado en Alemania y haberse hospedado en casa de Felipe Melanchthon, así como ser el autor (en realidad traductor/adaptador) de Breve y compendiosa institución de la religión cristiana, que contenía un catecismo de Juan Calvino y Tratado de la libertad cristiana, de Martín Lutero, asunto visto anteriormente. Enzinas argumentó a favor de la lectura de la Biblia, “que podría servir para sacar a los españoles de las densas tinieblas en las que andan sumidos” El interrogatorio fue interrumpido y acto seguido, ya en el exterior, Enzinas es aprehendido y llevado a la cárcel el 13 de diciembre de 1543 ((Bergua Cavero, 2006: 71).
Permaneció encarcelado poco más de un año, hasta el 1 de febrero de 1545, cuando se evadió y regresó a Wittenberg. Enzinas tradujo y publicó en 1550, en Estrasburgo, cuatro libros del Antiguo Testamento: Job, Salmos, Proverbios y Eclesiástico. Su base textual no fue el hebreo para los primeros tres, ni el griego para el caso del cuarto, sino que usó la Biblia en latín traducida por Sebastián Castelio (Enzinas, 1550; Gilly, 2018: 2018: 323).
En sus Memorias, además de relatar la persecución y encarcelamiento que sufrió, Enzinas describe otros casos que las fuerzas inquisitoriales efectuaron contra quienes abandonaron la ortodoxia católica romana (Enzinas, 1545b). Dedicó un volumen a narrar el asesinato de Juan Díaz, victimado por orden de su hermano Alonso. Juan se había convertido al protestantismo, viajó con el grupo que representaba a la ciudad de Estrasburgo en el Coloquio de Ratisbona, convocado por Carlos V y que inició el 27 de enero de 1546. Juan Díaz era secretario de Martín Bucero, quien encabezaba la delegación protestante para el debate con la contraparte católica romana. Durante las sesiones Alonso hizo esfuerzos por convencer a su hermano Juan de regresar al catolicismo, objetivo que no logró. El 27 de marzo un esbirro enviado por Alonso ultimó de un hachazo en la sien a Juan (Enzinas, 1546). Por otra parte la tragedia tocó su vida, y el dolor debió ser intenso, cuando Francisco recibió la noticia de la ejecución de su hermano Diego por la Inquisición en Roma en marzo de 1547. El traductor del primer Nuevo Testamento en castellano murió en Estrasburgo, víctima de la peste, el 30 de diciembre de 1552,
Enzinas combinó la tarea de traductor bíblico con la de exhibir por escrito la intolerancia y acciones persecutorias contra quienes rompieron con la pretendida unidad religiosa de España. Lo mismo harían Juan Pérez de Pineda y Casiodoro de Reina. Francisco también tradujo clásicos grecolatinos y muy probablemente haya sido el autor de un libro que se publicó anónimamente en Estrasburgo en 1550, El Lazarillo de Tormes (Rodríguez López-Vázquez, 2015).
Juan Pérez de Pineda nació en los últimos años del siglo XV o a principios del XVI, en Montilla, en la provincia de Córdoba. En 1520 tomó los hábitos religiosos, para 1526 era secretario de Miguel de Herrera, embajador de Carlos V ante la Santa Sede. Al parecer laboró en el ámbito diplomático hasta el verano de 1530, se instala en Sevilla, realiza estudios teológicos y entra en contacto con el Monasterio de San Isidoro del Campo y se asocia al Colegio de la Doctrina de los Niños, donde enseñaban el doctor Juan Gil y Constantino de la Fuente. Huyó de España en 1549/1550, al tiempo del primer proceso inquisitorial contra Gil, y vivió en París, Londres, Frankfurt del Meno previamente a instalarse en Ginebra antes o después de la ejecución de Miguel Servet, octubre de 1553 (Kinder, 1986a: 32, 37; Nieto, 1997: 442; Boeglin; 2018: 207).
Al salir de Sevilla, Pérez de Pineda sabía de los grupos y personas que estaban identificados doctrinalmente con postulados de la Reforma protestante. Entonces buena parte de sus esfuerzos se concentraron en producir literatura para las células sevillanas y encontrar vías para hacerla llegar. En el capítulo precedente he referido títulos de las obras editadas por él y la persona que las introdujo de contrabando a Valladolid y Sevilla, Julián Hernández. Además de su labor editorial enfocada a proveer recursos educativos a los núcleos evangélicos sevillanos y vallisoletanos, Pérez de Pineda invirtió tiempo en traducir del griego al español el Nuevo Testamento, “continuando así la labor de Enzinas, la cual […] conocía y casi seguro que poseería al menos un ejemplar” (Nieto, 1997: 447).
La de Pérez de Pineda fue más bien una revisión del Nuevo Testamento de Enzinas. El primero no menciona fuentes textuales usadas para realizar su traducción, por ejemplo la edición neotestamentaria en griego de Erasmo (Hasbrouck. 2015: 123). Stockwell establece que “Pérez no tradujo el texto directamente del griego, sino que trabajó sobre el texto castellano de Enzinas”, y las variaciones entre uno y otro se deben mayormente al “texto francés que circulaba en Ginebra mientras Pérez preparaba su edición”. Se trataba del Nuevo Testamento editado en 1552 por Robert Estienne, que contenía la versión latina de Erasmo y la francesa de Olivétan”. Por otra parte, “las modificaciones que introdujo en la versión de Enzinas la mejoraron en muchos sentidos” (Stockwell, 1958: 16). Otro estudioso coincide con el veredicto de Menéndez y Pelayo, para quien “Juan Pérez se aprovechó ampliamente de Francisco de Enzinas” (Fernández y Fernández, 1976: 78). Por su parte Quezada del Río observa que “la traducción de Juan Pérez de Pineda está muy apegada a la de Francisco de Enzinas”; y Agten concluye que “Pérez de Pineda adaptó estilísticamente la traducción de Enzinas y la hizo más calvinista” (Quezada del Río, 2019: 79; Agten, 2018: 105).
La dedicatoria la hizo Pérez “Al todopoderoso rey de cielos y tierra, Jesucristo, verdadero Dios y hombre”. Explica que a diferencia de quienes dedican sus obras a “príncipes, reyes y señores”, buscando la protección de los poderosos, él prefirió ofrecer su trabajo al “juez de vivos y muertos" y aclara el objetivo de poner el Nuevo Testamento en castellano: “Mi intención en traducir vuestro Testamento, Rey de gloria, ha sido serviros, y aprovechar a los que son redimidos con vuestra preciosa sangre, como vos, Señor, bien sabéis, pues sois el autor de ella […] Por vuestro mandato ha sido traducido, y el que dio virtud y fuerza para ello, sois vos” (Stockwell, 1958: 25-26).
En el documento posterior a la dedicatoria, “Epístola en que se declara que cosa sea el Nuevo Testamento, y de las causas que hubo de traducirlo en romance”, Juan Pérez de Pineda brevemente describe la iniciativa de Dios para reconciliar consigo a la humanidad. El punto máximo de tal iniciativa se alcanzó en la vida y ministerio de Jesús el Cristo, por lo que:
La suma de todo esto, que es el discurso de la doctrina de nuestro Redentor, el proceso de su vida, de su muerte y resurrección, y la recapitulación de sus obras y milagros, se llama Nuevo Testamento. Dícese Nuevo en respecto del Viejo que era imperfecto, y se había de reducir a éste, y así fue abrogado y cesó. Pero este es Nuevo y eterno, que no se envejecerá, ni podrá jamás faltar, porque es Jesucristo el Mediador que lo confirmó, y ratificó con su muerte. La Escritura le llama también Evangelio, que quiere decir buenas y alegres nuevas; porque en él se declara que Cristo, solo natural y eterno Hijo de Dios, fue hecho hombre para hacernos hijos de Dios por la gracia de adopción. Y así él solo es Salvador, el cual es nuestra redención, nuestra paz, nuestra justicia, nuestra salud y vida, y cumplimiento de todo bien.
Pineda explica ampliamente “dos causas que [le] movieron a tomar el no liviano trabajo de traducirlo [el Nuevo Testamento] de la lengua en que originalmente fue escrito, en nuestro común y natural romance”. Primero afirma que como el Evangelio es universal, entonces se hace necesario que el mensaje sea conocido por los pueblos en su propia lengua: “Porque esta doctrina no fue dada a una nación, ni a cierta condición de personas, ni tampoco para ser escrita en una o dos lenguas solamente”. La segunda causa que le motivo fue servir a la gloria de España, que si bien tenía fama por todas partes de ser “animosa y victoriosa”, carecía del verdadero conocimiento que la podría hacer más grande, es por ello que le daba “el Nuevo Testamento, donde están sumadas todas las reglas y avisos venidos del cielo, así para conocer sin falta todos los errores como para huirlos verdaderamente. Imposible es que sea duradera y permanente su gloria, si no es con la ayuda y lección ordinaria de estas reglas, con la continua meditación de estos avisos”.
Además de su traducción/revisión del Nuevo Testamento publicado en Ginebra por Jean Crispin en1556, aunque la portada, con el fin de evadir la vigilancia inquisitorial, consignó haber sido impresa en los talleres de Juan Philadelpho en Venecia (Fernández y Fernández, 1976: 77), Pérez de Pineda publicó un año después su traducción titulada Los Salmos de David, “una excelente traducción de los Salmos, y probablemente fue proyectado como un primer paso hacia una versión española de toda la Biblia” (Kinder, 1986a: 42).
Como Francisco de Enzinas y años después Casiodoro de Reina, Pérez de Pineda hizo traducciones bíblicas al tiempo que redactó obras denunciatorias de lo que sucedía en España contra quienes se identificaron con doctrinas reprobadas por la Inquisición. En la Carta a Felipe II, de 1557, busca persuadir al monarca con argumentos políticos y religiosos de lo contraproducente que es apoyar al papado romano (Nieto, 1997: 450.)[5]. Para él:
Cuando la que tiene nombre de Sede Apostólica es, en todo o en parte, contraria a la doctrina de los Apóstoles, y trae guerra capital contra Cristo; silla es, pero no Apostólica ni de Cristo, sino Apostática, y de Satanás […] y enemiga de Cristo. En ella tiene el Demonio el cetro de su reino. De ella salen sus leyes y sus ordenanzas, con que enseñorea y tiene dominio en las consciencias de los hombres, echando dellas a Cristo, o no dando lugar, que entre a reinar en ellas (Pérez de Pineda, 1557: 24-25).
Antonio del Corro, a quien Pérez de Pineda conoció y trató en Sevilla, también hizo llegar una extensa misiva al rey Felipe II, ambas epístolas coincidieron en tratar de convencer al monarca de no defender la causa católica romana. Corro aporta un dato acerca de las convicciones que ya tenía en el Monasterio de San Isidoro del Campo, convicciones que no poseía en solitario sino que eran compartidas por otros monjes y personajes sevillanos ligados a conventículos reformadores, entre ellos Juan Pérez de Pineda. Escribió Corro a Felipe II:
Desde entonces tuve la convicción que el Papa, los inquisidores y todos sus sostenedores, eran verdaderos enemigos de la gloria de Dios, del progreso de su reino, grandes adversarios de la dignidad y excelencia de Jesucristo, instrumentos y órganos de Satanás para seducir y engañar a las pobres almas: puesto que las privaban del alimento para la vida espiritual que tomamos por medio de la Palabra de Dios, y que también constreñían a los cristianos de ir a mendigar por los conventos algunas migajas de sana doctrina que los frailes vendían a gran precio, y aun así mezclando la levadura de su fariseísmo. Y mi corazón lloraba de compasión viendo a las pobres mujeres, y al pueblo sencillo correr de un lado a otro, buscando confesores que los consolasen en sus aflicciones, y de las acusaciones de sus conciencias (Corro, 1567a: 108).
En Epístola para consolar a los fieles de Jesucristo que padecen persecución por la confesión de su nombre, más conocida por Epístola consolatoria, publicada en Ginebra en 1560, Pérez de Pineda quiso infundir aliento a los perseguidos sevillanos y animarles a perseverar en su fe resistiendo las inmisericordes acciones de la Inquisición. Los perseguidores, enfatizaba el autor, decían servir a una misión divina, pero ni los medios ni el objetivo tenían sustento en las Escrituras (Pérez de Pineda, 1560). La obra contiene numerosas citas bíblicas, evidencia del amplio conocimiento que dejó en Pineda el constante estudio de la Biblia.
El año en que fue publicada la Epístola consolatoria, una efigie que representaba a Juan Pérez de Pineda fue quemada en Sevilla, en el Auto de Fe del 22 de diciembre. La sentencia de la Inquisición señalaba: “El doctor Juan Pérez de Pineda, que solía estar en la Casa de la Doctrina de los Niños de esta ciudad, natural de Montilla. Ausente contumaz, relajado en estatua por hereje luterano dogmatizador y enseñador de la dicha secta y componedor de libros heréticos falsos y prohibidos y distribuidor de ellos, con confiscación de bienes” (López Muñoz, 2016b: 214). El mismo día las llamas de la hoguera terminaron con la vida de Julián Hernández, colaborador del doctor Pineda en la edición de libros para ser distribuidos clandestinamente en España.
Víctima de una enfermedad que padeció varios años, mal de piedra, el doctor Juan Pérez de Pineda murió en París el 20 de octubre de 1566 o 1567, Antonio del Corro presenció el deceso. Dispuso que parte de su herencia fuera destinada a contribuir en la impresión de la Biblia que estaba traduciendo Casiodoro de Reina, mostrando así solidaridad con el proyecto de tener Antiguo y Nuevo Testamento en castellano (Nieto, 1997: 446; Kinder, 1986: 59: Flores, 1978: 154).
Referencias bibliográficas
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Notas
[1] Para traducciones bíblicas en España anteriores al siglo XVI ver Atkins-Vásquez, 2008: 1-52; More, 2000: 209-2011.
[2] “La doctrina valdesiana fue mucho más difundida que por sus escritos originales, manuscritos todos a su muerte, fuera del Diálogo doctrina cristiana, por la obra de un cierto Benedetto de Mantua, que escribió un librito famoso, Il benefizio de Cristo, donde exponía los puntos de vista básicos del maestro” (Jiménez Monteserín, 1979: 188).
[3] Boehmer continuó los esfuerzos de rescate y publicación iniciados en la Colección Reformadores Antiguos Españoles por Luis Usoz y Río y Benjamín Wiffen. Boehmer editó dos obras de Juan de Valdés: El Salterio y Trataditos.
[4] Pedro de Lerma estudió teología en París, institución de la cual obtuvo el doctorado. Participó en la organización académica de la Universidad de Alcalá de Henares, fundada por su mentor el cardenal Francisco Jiménez de Cisneros. “En 1527, y por orden del Inquisidor General Alonso Manrique, estuvo encargado de la censura de las obras de Erasmo, del cual dígase de paso fue muy tolerante. Era también abad Complutense y decano de teología de la Sorbona y gozaba de alto prestigio en su vejez y jubilación”. Era profesor en Alcalá cuando Juan de Valdés estudiaba allí, y de él conoció su Diálogo de doctrina cristiana. No hay datos seguros sobre la razón por la cual la Inquisición abrió proceso en contra suya, a la edad de setenta y un años. Posiblemente el juicio fue porque Lerma enseñaba doctrinas bíblicas acerca del “muy delicado [tema] de la ley y las obras y la necesidad de justificación sin obras de la ley para salvación”. Hizo retractación, cumplió la condena que le impusieron, tras los cual salió a París, “donde murió el 27 de octubre de 1541” (Nieto, 1997: 112-115).
[5] El documento fue publicado en la Colección Reformistas Antiguos Españoles, volumen III, por Luis Usoz y Río y Benjamín Wiffen en 1849, antecedido de la Imagen del Anticristo, de Bernardino Ochino y que Pérez de Pineda tradujo al castellano.
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