Diez sencillos pasos.
Cuando comencé a predicar, siempre hablaba sobre los mismos temas. Mi metodología era encontrar pasajes para apoyar mis ideas. Citaba muchos textos desde el púlpito, pero solo con el fin de apoyar lo que quería decir. Después de varias invitaciones a predicar a otras iglesias, me encontré en desesperación, porque se me acababan las ideas y no sabía qué decir.
No fue hasta que cursé una clase de homilética que aprendí de la predicación expositiva, en la cual el predicador se basa únicamente en un determinado pasaje bíblico. En lugar de usar el púlpito como un lugar para dar a conocer mis opiniones espirituales; empecé a verlo como un lugar sagradísimo desde el cual se exponía la Palabra de Dios versículo por versículo.
Entonces, quiero compartirles diez cosas que he aprendido para predicar sobre un texto de manera expositiva.
1. Ora.
La oración tiene que acompañarnos en cada paso de la preparación del sermón. Es vital mantener un espíritu de oración: sea en el púlpito, o cuando ya hemos bajado de él.
En las palabras de Martyn Lloyd-Jones, “La oración es vital para el predicador. Lee las biografías y autobiografías de los más grandes predicadores a lo largo de los siglos y hallarás que esta fue la gran característica de sus vidas. Siempre fueron grandes hombres de oración y dedicaron una considerable cantidad de tiempo a la oración”.
También hay que interceder por las personas que van a estar escuchando el mensaje: “Señor, alumbra su entendimiento, abre sus ojos y oídos para que vean maravillas en tu Palabra”.
2. Lee y relee el texto.
Es importante leer el texto que vamos a predicar varias veces, hasta prácticamente haberlo memorizado. Además del contexto inmediato, hay que fijarse bien en los capítulos anteriores y posteriores del pasaje. No podemos predicar sobre Romanos 2 sin leer Romanos 1 y Romanos 3. Sin esta lectura más amplia, nos resultará muy difícil seguir el hilo de pensamiento del autor.
3. Considera el género literario.
Otra cosa a tener en mente es el estilo literario del libro. ¿Es un libro histórico como Crónicas o poético como los Salmos o sapiencial como Eclesiastés o doctrinal como las epístolas? Entender el género literario nos ayudará a interpretar mejor los pasajes de tales libros.
No podemos, por ejemplo, interpretar la literatura apocalíptica ni la literatura poética de la misma forma que los textos históricos. Generalmente hablando, resulta más fácil y menos peligroso predicar sobre una carta doctrinal que sobre un texto poético ya que las epístolas doctrinales suelen ser mucho más claras y menos simbólicas.
4. Estudia el contexto histórico.
Es prácticamente imposible entender la profundidad de diversas partes de la Biblia sin tomar en cuenta el momento histórico en el que fueron escritas. Duvall y Hays lo explican así: “El contexto histórico y cultural tiene relación con casi cualquier cosa fuera del texto que sea de ayuda para entender su sentido (por ejemplo, cómo era la vida de los israelitas mientras deambulaban por el desierto, qué es lo que creían los fariseos respecto a la celebración del Sabat, dónde estaba Pablo cuando escribió la epístola a los Filipenses)”.
Hay que tomar en cuenta la identidad del autor del libro para entender cómo pensaba y razonaba, para quién y por qué estaba escribiendo. Esto explicará varios rasgos distintivos del libro.
Si comparamos el Evangelio de Marcos con el de Mateo, vemos cómo Marcos resalta el dinamismo y poder de Jesús a lo largo de su libro ya que iba dirigido a los romanos, mientras que Mateo se preocupa mucho más por cómo Jesús cumplía la ley judía a la perfección porque escribía para los judíos convertidos al cristianismo. Todos estos datos producen una lectura más rica del libro en cuestión.
5. Analiza la idea central y la gramática cuidadosamente.
Si conoces bien el texto, te resultará más fácil discernir la idea central y las ideas subordinadas que se presentan en tu pasaje. En casi todos los casos, las palabras más importantes en cualquier versículo bíblico son los verbos. Hay que prestar atención a los adjetivos, los sustantivos, los adverbios y las conjunciones también; pero el sentido del versículo suele residir en sus verbos. “De tal manera amó Dios al mundo que dio su Hijo unigénito…” (Jn. 3:16).
Es una buena idea escribir los versículos en un folio, colocando la idea principal arriba y las ideas subordinadas abajo usando líneas, flechas, dibujos, etc.
6. Conecta tu pasaje con la teología bíblica.
Cada texto forma parte de un determinado libro, pero también tiene un lugar en la historia de la salvación. Es beneficioso siempre conectar el texto que estamos estudiando con Jesucristo. A veces el texto nos hablará explícitamente de Cristo, por lo tanto, no hará falta añadir este paso; pero en otros libros donde no se menciona al Señor, hay que pensar en cómo se relaciona este pasaje a Él (sin forzar el texto, por supuesto).
7. Desarrolla un bosquejo.
Después de tener claro cuáles son las ideas clave del texto, podemos proseguir a hacer nuestro bosquejo. El bosquejo nos ayuda a la hora de predicar en el culto. Tristemente, muchos sermones actuales van en diez mil direcciones diferentes, y cuando el mensaje acaba, nadie se ha enterado de nada.
Esto no es culpa de la congregación, sino por la falta de preparación de parte del predicador. Podemos hacer un maravilloso estudio literario, histórico y gramatical, pero si no estructuramos bien nuestros pensamientos, nuestros oyentes van a salir de la reunión confundidos. La meta del predicador debe ser que la gente entienda bien el mensaje para que cuando se vayan a casa, sepan claramente de lo que que habla la Biblia.
8. Añade ilustraciones y aplicaciones.
Recuerdo el consejo de mi profesor de homilética: “Cada punto en tu sermón tiene que tener una verdad, una ilustración de esta verdad, y una aplicación de dicha verdad”.
El valor de la ilustración reside en enseñar la verdad de una manera más entendible. Si hay personas filosóficas en tu congregación, pillarán la enseñanza doctrinal enseguida puesto que su mundo es el mundo de los conceptos. No obstante, la mayoría de las personas aprenden más mediante ilustraciones. Por ejemplo, al hablar sobre la doctrina de la justificación por la fe, siempre viene bien la imagen de un juez declarando a un criminal justo porque otro paga la condena por él.
La aplicación es importante para que el sermón no sea un simple discurso bonito, sino la proclamación de la Palabra predicada a los corazones de nuestros oyentes.
9. Lee otros libros.
Después de estudiar el pasaje, vale la pena estudiar otras obras sobre el mismo. Podríamos consultar un comentario bíblico, por ejemplo. Esta lectura incluso nos aportará nuevas ideas que podríamos incorporar al mensaje. Cuando voy a predicar sobre un texto, casi siempre leo lo que dos de mis expositores bíblicos favoritos –John Piper y John MacArthur- han dicho al respecto. Me aportan nuevas ideas y muchas veces, el Señor les usa para corregir ciertas conclusiones incorrectas que había sacado del pasaje.
10. ¡A predicar!
Cuando todo esté en orden, no nos queda más que esperar a que empiece el culto y subir a predicar la gloriosa Palabra del Señor. Si sabemos que nos hemos aferrado exclusivamente al texto bíblico durante nuestro tiempo de preparación, disfrutaremos de la bendición de Dios al predicar Su Palabra ya que el Espíritu siempre respaldará las Escrituras que Él mismo inspiró.
Estaremos conscientes de que su autoridad nos acompaña e incluso experimentaremos cómo a veces el amado Señor nos va predicando a nosotros mismos mientras estamos allí arriba exponiendo Su Palabra. Tales momentos son inolvidables, y son por los que oramos semana tras semana.
Luego, bajaremos del púlpito, agradecidos al Señor, animados en el Espíritu y con mucha paz en el corazón hasta que volvamos a preparar el próximo mensaje.
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