Es común, incluso hoy, la idea de que el país ibérico quedó intocado por quienes llamaban a la rebeldía de Lutero.
Alemania y otras naciones europeas fueron convulsionadas por el movimiento de Marín Lutero, ¿y España? Es común, incluso hoy, la idea de que el país ibérico quedó intocado por quienes llamaban a la rebeldía del monje agustino una “pestífera herejía”. ¿Acaso fue así?
Es en cierta medida entendible que desde la óptica del catolicismo romano tenga continuidad, a partir del siglo XVI y hasta nuestros días, la idea que la propuesta protestante no prendió en las almas españolas porque el movimiento fue incapaz de conectar con las necesidades y aspiraciones de las mencionadas almas. Otra cuestión es que en círculos ilustrados hayan fructificado y pervivan veredictos como el del filósofo José Ortega y Gasset: “La característica de España no es que en ella la Inquisición quemase a los heterodoxos, sino que no hubiera ningún heterodoxo importante que quemar. Cuando ha habido alguno se iba fuera, como Servet y era fuera donde lo quemaban” (León de la Vega, 2011: 131).
En su clásica e imprescindible investigación sobre Casiodoro de Reina, el inglés Arthur Gordon Kinder evidenció el desconocimiento del mundo académico acerca de los reformadores españoles, lo cual implicaba concluir erróneamente que España quedó blindada para ser afectada por el movimiento de Reforma. La triada para explicar el blindaje es la siguiente: 1) La reforma impulsada por el cardenal Cisneros fue unan barrera, particularmente por su énfasis en la moralización y educación del clero. 2) La profunda fe católica romana del pueblo español. 3) Prontas acciones de la Inquisición para extinguir los primeros dos núcleos protestantes en Sevilla y Valladolid (Kinder, 1975: XIII). Lo cierto es que la muralla anti reformadora tuvo grietas y por ellas se filtraron personajes y células que fueron a contra corriente del exclusivismo católico romano.
Sí florecieron los heterodoxos en España y las siguientes líneas se ocupan de algunos. Durante las primeras décadas del siglo XVI hubo en distintas partes del territorio español efervescencia por depurar la religión institucionalizada. Corrientes internas de renovación se expresaron y, en unas partes más que en otras, evidenciaron deseos de construir una religiosidad menos ritualista y más cercana a los preceptos bíblicos.
Cuando irrumpe el movimiento de Martín Lutero en Alemania a partir de 1517, y cuyas olas expansivas llegaron a España, no son pocos renovadores españoles los que se sienten identificados con las propuestas del ex monje agustino y crean una vertiente propia de regeneración espiritual. Dicha vertiente no fue homogénea, sino amplia y con pluralidad de horizontes. La reacción del orden religioso/eclesiástico y el decidido apoyo dado por el poder político se conjuntaron para construir un dique que tuvo éxito en contener los esfuerzos renovadores.
Desde el siglo XVI fue exaltada la premisa que sustentaba la “incontaminación” española y de sus posesiones en el Nuevo Mundo con las ideas de Lutero. Para Bartolomé de las Casas, Alemania e Inglaterra sucumbieron a las mentiras de Lutero, al dejar la fe católica. Esas naciones, de acuerdo con el primer obispo de Chiapas, “fueron cristianas” y quedaron “salpicadas de herejías pestíferas y perniciosos errores y sola España está sin mácula”. Por otra parte, en 1535 el mismo fray Bartolomé solicitó al emperador Carlos V que no permitiera la llegada de alemanes al Nuevo Mundo, ya que “sólo destruyen y roban y matan”. Para él eran “herejes paridos por aquella fiera bestia de Lutero”. (Mayer, 2008: 114; y 2005: 206).
La corona española, y sus enviados al Nuevo Mundo, vieron en el sometimiento de las culturas indígenas un acto providencial. Conceptualizaron la conquista como una restitución divina por las pérdidas ocasionadas a la cristiandad por la “herética pravedad” luterana en Europa. De tal forma que en “octubre de 1523, en respuesta inmediata a los requerimientos de Cortés desde México y del propio emperador, el general de los franciscanos, [Francisco de] Quiñones, envió doce frailes al Nuevo Mundo”. Precisamente doce “porque hic fuit numerus discepulorum Christi pro mundi conversione y porque su labor de proselitismo entre las poblaciones recién descubiertas debía ser tan fulminante y esplendorosa como la de los primeros apóstoles” (Pastore, 2010: 191).
Los doce nuevos apóstoles eran franciscanos, y a partir de 1524, encabezados por Martín de Valencia, se dieron a la tarea de evangelizar a los naturales y así restituir las pérdidas ocasionadas en Europa por un hereje que removía los cimientos del catolicismo romano. Una frase lo sintetizaba todo: “La capa de Cristo que un Martín [Lutero] hereje rasgaba, otro Martín [de Valencia], católico y santo remendaba” (Bastian, 1994: 42).
En las últimas dos décadas se ha consolidado en la historiografía española una vertiente de investigación que ha resultado muy fructífera, la de reconstruir las disidencias religiosas de perfil protestante que tuvieron lugar en territorio hispano en el siglo XVI, y con ello han reconfigurado el panorama religioso español de la mencionada centuria. Ha quedado atrás el mito de la España intocada por los aires de la Reforma:
Hemos de admitir que la Reforma no fue el privilegio de una sola nación. No partió exclusivamente de Alemania y se extendió a otros lugares, sino que nació como un movimiento que al mismo tiempo y en otros diferentes lugares de Europa surgió individual e independientemente (y que aún cuando admitiéramos determinadas influencias o dependencias no cambiaría en nada ni su diversidad de expresión ni su valor), como también igualmente sucedió en [España] (Díaz Pineda, 2016: 149).
Hay antecedentes reformadores en España hacia el último tercio del siglo XV, con los llamados herejes de Durango, en particular con Pedro de Osma, catedrático de teología en la Universidad de Salamanca. A Osma lo consideró Marcelino Menéndez y Pelayo “el primer protestante español [y] una voz perdida de los wiclefitas y hussitas”, movimientos del siglo XIV y XV, respectivamente. Además “sus tesis protoprotestantes fueron condenadas en 1479” (Moreno Berrocal, 2012: 16). Osma fue el primero “que, en España, se atrevió a atacar a la autoridad pontificia, la infalibilidad de la iglesia y el sistema sacramental de la iglesia romana, anticipándose a Erasmo y Lutero en la crítica de estos temas” (Nieto, 1979: 100). Las ideas de Osma tendrían resonancia en el movimiento de los alumbrados de comienzos del siglo XVI. Entre ellos sobresale el grupo de los conocidos como dejados, antecesores de la Reforma española. El nombre de alumbrados les fue adjudicado por la Inquisición:
Para los inquisidores y los censores, alumbrado o iluminado parece aludir a todo cuanto se refiere a aspectos anti institucionales y a quienes preferían la espontaneidad de la iluminación individual a las restricciones impuestas por la Iglesia institucional y decidían dejar el norte de la razón para navegar en el mar de la fe (Pastore, 2010: 166).
En abril de 1524 Pedro Ruiz de Alcaraz es encarcelado por la Inquisición, entonces declara que las ideas alumbradas le fueron transmitidas por Isabel de la Cruz y que las hizo suyas hacia fines de 1511 o principios de 1512. Él siguió el consejo de Isabel, debido a ello “leyó y estudió muy bien la Biblia. Consultaba continuamente las Epístolas de Pablo, y sus conocimientos bíblicos eran tan vastos y completos que no había quien, incluidos los miembros del clero, no se maravillase a la vista de su dominio de la Biblia y su capacidad de interpretación de los textos” (Nieto, 1979: 116).
Ruiz de Alcaraz, gracias a su reiterado estudio de la Biblia, concluye que una enseñanza toral es la del amor de Dios. De cierta manera es una forma distinta de nombrar la doctrina luterana de la justificación mediante la gracia. En esta perspectiva es posible considerar el “alumbradismo como una lectura española del sola scriptura y del sola fide luteranos” (Kahn, 2018: 40). Es necesario remarcar que Alcaraz no recibió la influencia de Lutero, sino que llegó a similar conclusión por su propio camino. Hay simultaneidad pero no dependencia del alumbrado respecto del postulado doctrinal del teólogo germano. Su teología es resultado del “radical descubrimiento del amor de Dios”, que llevó a “Alcaraz a negar la presencia real de Cristo en la Eucaristía y el culto a este sacramento, las obras de misericordia y el ayuno, las indulgencias y las bulas pontificias”. Igualmente negó que debiera darse culto a las imágenes (Nieto, 1979: 119 y 127). Con el fin de atajar la difusión de las ideas de Alcaraz y su grupo el arzobispo de Toledo publica en septiembre de 1525 el Edicto contra “los alumbrados, dexados e perfectos” (Selke de Sánchez, 1952: 125).
El alumbrado Ruiz Alcaraz tuvo entre sus discípulos a Juan de Valdés, con quien inició contactos en 1523. Valdés oyó en Escalona “las predicaciones de Alcaraz y frecuentado las reuniones religiosas de los dexados. Estuvo allí menos de dos años en contacto [con él] y fue testigo de los conflictos y debates religiosos entre los varios grupos de alumbrados” (Nieto, 1997: 102-103). Valdés se asienta en Alcalá en 1526 o 1527 y establece contacto con los “humanistas y erasmistas de la universidad”, hace notar José C. Nieto.
En 1529 publica Diálogo de doctrina cristiana, en el cual incluye la traducción del Sermón del Monte. Realiza ésta del griego y no de la Vulgata Latina (traducción de la Biblia al latín realizada por san Jerónimo a finales del siglo IV). La base textual utilizada para su labor de traductor fue el Novum Instrumentum (Nuevo Testamento) en la edición de 1527, volumen que editó Erasmo de Róterdam por primera vez en 1516. De tal manera que “Juan de Valdés fue el primer español en aprovecharse del avivamiento del griego” (Moreno Berrocal, 2012: 19).
El Diálogo de doctrina cristiana refleja “el espíritu de la religión valdesiana […] no es erasmiano sino alcaraciano. Los temas capitales valdesianos desde su concepto de la gracia y salvación por la fe, y no por las obras, hasta su antropología, interpretación del Decálogo y el Padrenuestro son fundamentalmente alcaracianos” (Nieto, 1997: 103-104). Al ser publicada la obra contó con el visto bueno de los censores. Fue más tarde, en 1531, cuando su autor fue sospechoso de herejía y decidió salir de España hacia Italia. La cercanía del Diálogo con postulados de Lutero descansa en el conocimiento y coincidencia en los planteamientos que tenía de Valdés de algunos escritos del reformador español.
En una cuidadosa investigación Carlos Gilly documenta que las ideas de Lutero están en el Diálogo como palimpsesto, es decir las propuestas del teólogo germano están detrás y no son evidentes a lectores poco avezados. Gilly observa que el editor español “no podía sospechar que en realidad había impreso una traducción de los escritos de Lutero. La presencia pronunciada de Erasmo [en el libro] simplemente había sido un pretexto del autor para desviar a las autoridades de la censura de las fuentes verdaderas del libro”. El impresor, Miguel de Eguía
Estaba lejos de imaginar que el librito salido de sus prensas fuese en realidad la primera compilación española de escritos de Lutero. La insistencia sobre el influjo de Erasmo fue en realidad un subterfugio utilizado por el autor para impedir que los censores descubrieran las fuentes verdaderas del libro: los Decem Praecepta Wittenbergensi praedicata populo de Lutero del año 1518, su Explanatio dominicae orationis pro simplicioribus laicis de 1520, el In Iesaiam Prophetam Hypomnemata de Ecolampadio de 1525 y probablemente también el Enchiridion elementorum puerilium de Melanchthon de 1524 (Gilly, 2017: 2).
Lo que hizo Juan de Valdés fue una adaptación más o menos libre de varios escritos del teólogo germano e incorporó materiales de Juan Ecolampadio y Felipe Melanchthon. El primero fue figura clave para abolir la misa e introducir la Reforma protestante en Basilea, “en noviembre de 1525 celebró la primera Santa Cena evangélica y un año después publicó el ordenamiento del culto evangélico para la ciudad” (Rodríguez Campos, 2009: 571; Cervantes-Ortiz, 2017: 62)). El segundo, el más cercano colaborador de Martín Lutero, se incorporó en 1518 como profesor de griego y hebreo en la Universidad de Wittenberg. En 1530, “durante la Dieta convocada por Carlos V, Melanchton redactó y presentó la Confesión de Augsburgo […] Este documento [contenía] lo esencial de las doctrinas del protestantismo luterano al mismo tiempo que guardaba silencio con respecto a determinados puntos de desacuerdo fundamentales con la Iglesia católica” (Baubérot y Willaime, 1996: 123).
Ante la posible llegada a España de obras de Lutero, el Inquisidor general decreta su prohibición el 7 de abril de 1521. La filtración de las ideas de Lutero en la obra de Juan de Valdés fue una estratagema ingeniosa, mediante la cual quedó evadido el muro levantado por la Inquisición con la pretensión de atajar las enseñanzas del teólogo germano. El enmascaramiento realizado en el Diálogo de doctrina cristiana
No convierte a Juan de Valdés en luterano, pero sí implica un compromiso grave con un deseo general de reforma. De hecho, su espiritualidad va a seguir desarrollándose en su época italiana en una línea cada vez más alejada de la Reforma ortodoxa y de Erasmo, en busca de un camino propio, reflejado básicamente en el beneficio de Cristo. Esto no impide que también en esta última etapa siguiera aprovechando pasajes de las obras de Lutero, como sucede en el Alfabeto cristiano […] Aunque Valdés no sea luterano en conciencia por haber difundido la obra de Lutero, sí se convierte en difusor de sus ideas. Además, al hacerlo se jugaba la vida, por lo que es preciso intentar comprender la grave motivación que le llevó a él (y a otras personas que se nombrarán en este trabajo) a asumir un riesgo tan extremo (García Pinilla, 2017: 86-87).
La influencia de Juan de Valdés en distintas partes del territorio español fructificaría en un abanico de personajes, quienes organizaron núcleos evangélicos que, al ser descubiertos por la Inquisición, fueron perseguidos con dureza. En Valdés mismo confluyeron diversas ideas prohijadas por reformadores de diferentes latitudes. Él sedimentó el fortalecimiento de disidentes religiosos que retaron el aparato oficial confesional español. Por lo tanto, y en línea con esta óptica debería, como argumenta Pastore, “ampliarse el horizonte de las influencias ejercidas por Juan de Valdés. Empezando por la aprobación de su catecismo, y siguiendo por los avatares de los canónigos complutenses Sancho de Carranza, Juan Gil, Constantino Ponce de la Fuente y Francisco de Vargas, se puede demostrar que la influencia de Valdés, especialmente a través de su Diálogo, fue tan relevante que puso los cimientos del llamado luteranismo sevillano” (Díaz Pineda, 2016: 161).
Referencias bibliográficas
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Díaz Pineda, Manuel (2016): Historia, filosofía y praxis del movimiento evangélico en España (siglo XVI), tesis de doctorado. Madrid: Facultad de Filosofía, Universidad Complutense.
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