El argumento del diseño pone de manifiesto que no existe ninguna incompatibilidad entre el Dios revelado en la Biblia y el diseñador inteligente que requiere la teoría.
El orden natural, el propósito, la sencillez, el sentido y la belleza que se observan en el mundo constituyen evidencias de diseño real. Tres de tales evidencias son el ajuste fino de las leyes y constantes físicas, la información biológica del ADN y la complejidad irreductible de tantos órganos y funciones propias de los seres vivos. Ninguna de las tres se ha podido originar sólo mediante el azar o la casualidad.
En efecto, el cosmos está regido por unas leyes físicas tan minuciosamente precisas que sólo una mínima modificación de las mismas haría imposible la vida en la Tierra y, por supuesto, nuestra existencia humana. Leyes y constantes físicas tan exactas como la fuerza nuclear fuerte que mantiene unidos a los protones y neutrones en el núcleo de los átomos; la fuerza nuclear débil que actúa entre partículas subatómicas y es 1013 veces menor que la fuerte; la fuerza de la gravedad, que todavía es más pequeña que la débil en las distancias cortas; la fuerza electromagnética que existe entre las partículas con carga eléctrica como los electrones; las precisas relaciones existentes entre la fuerza electromagnética y la gravitatoria, o entre la masa del protón y la del electrón, o entre la cantidad de protones y la de electrones; la velocidad de expansión del universo; el nivel de entropía o grado de desorden progresivo del mismo; la densidad de masa del universo; la velocidad de la luz; la edad del cosmos; la uniformidad inicial de la radiación, la distancia media entre las estrellas, etc., etc. Hay muchos parámetros más que deben encajar perfectamente en unos márgenes muy estrechos de ajuste fino para que la vida en la Tierra sea posible.[1] Si solamente uno de éstos se alterara mínimamente, el universo colapsaría. Pues bien, este asombroso equilibrio de fuerzas permite pensar que alguien lo diseñó con un propósito.
Lo mismo puede decirse de la constitución del planeta Tierra y de su localización en el espacio. Hay decenas de parámetros relacionados entre sí que posibilitan la habitabilidad del mismo y la existencia de vida inteligente. Tales como la precisa inclinación del eje terrestre, la distancia al Sol, el grosor de la corteza, la distancia a la Luna, la atracción gravitatoria en la superficie, la duración del día y la noche, etc. Si alguno de tales parámetros se alterara, se extinguiría todo rastro de vida en el planeta azul.[2] Esto permite pensar de nuevo que la Tierra, así como el Sistema Solar, la Vía Láctea y el Universo, fueron diseñado con sabiduría para albergar vida inteligente.
Desde una posición escéptica, quizás se podría aducir que ésta es una visión demasiado antropocéntrica o geocéntrica ya que el universo es muy extenso y todavía no se conocen todos los posibles mundos que pudiera albergar, así como si hay vida o no en otros planetas lejanos. Desde luego, cabe esta posibilidad. Sin embargo, los datos de que dispone la ciencia nos permiten asegurar que, hoy por hoy, no existen evidencias de que haya vida en alguna otra parte del cosmos. Pero, incluso aunque se encontrara vida en algún otro lugar, esto no tendría por qué afectar a la identidad del ser humano, a la revelación bíblica o la veracidad de la fe cristiana. Lo que es seguro, es que Dios controla, por definición, toda la creación hasta en los mínimos detalles y nada se escapa a su dominio y providencia.
En segundo lugar, la información que albergan los seres vivos constituye otro argumento en favor del diseño. ¿Qué es la información? En general, se puede decir que es la comunicación entre seres inteligentes por medio de un lenguaje común. Por supuesto, este lenguaje debe existir y ser comprendido antes de que se produzca cualquier intento de comunicación. Por ejemplo, es evidente que una partitura musical contiene información que se expresa por medio del lenguaje de las notas y signos sobre los pentagramas. La melodía puede estar en la mente del compositor, pero no podrá comunicarla a nadie, a menos que la exprese en la notación musical correspondiente. Todo lenguaje es, por tanto, un conjunto de signos convencionales útiles para transmitir información, sea ésta musical, gramatical, matemática, informática, etc. Ahora bien, los signos (notas musicales, letras, números, etc.) no existen en la realidad ya que son abstracciones intangibles. No son entidades físicas y no ocupan ningún espacio en el cosmos. Pueden estar en la mente, pero no en el mundo real.
Dicho todo esto, veamos qué ocurre con el ADN (ácido desoxirribonucleico) existente en las células de los seres vivos. Esta singular macromolécula biológica contiene información que, en vez de notas sobre el pentagrama, se manifiesta en el ordenamiento de los enlaces químicos entre cuatro bases nitrogenadas: adenina (A), timina (T), citosina (C) y guanina (G). No sólo almacena y recupera información sino que también la corrige -si se producen errores-, la replica y guarda copias, la transcribe al ARN para que se traduzca posteriormente a las proteínas, etc. Así, por ejemplo, la información del ADN de una sola célula humana, como un óvulo fecundado, es capaz de producir la tremenda complejidad de un bebé en sólo nueve meses. Se forma una criatura humana, no un chimpancé o cualquier otro ser. ¿Cómo pudo surgir por primera vez toda esta cantidad de información que hay en el ADN celular, teniendo en cuenta que dicha información no puede ser generada por ningún objeto físico que aparezca de forma natural? ¿Quién ha preestablecido el lenguaje del ADN? El código genético, que es como el diccionario traductor del ADN a las proteínas, tuvo que existir antes que el propio ADN y originarse fuera de él. La información no pudo generarla la propia molécula de ADN, que es una entidad química sin propósito ni inteligencia.
El naturalismo cree, sin embargo, que la información del ADN es fruto del azar y de leyes naturales ciegas. No obstante, la mejor explicación es que alguien sumamente inteligente introdujo la información en el ADN. Ningún algoritmo, ni ninguna ley de la naturaleza es capaz de producir información puesto que ésta requiere siempre de un informante inteligente.
Por último, queda la complejidad biológica como evidencia de diseño. El biólogo Michael J. Behe define la complejidad irreductible que presentan muchos órganos, estructuras y metabolismos de los seres vivos, mediante la siguiente frase: “Si un sistema requiere de varias partes armónicas para funcionar, es irreductiblemente complejo, y podemos llegar a la conclusión de que se produjo como una unidad integrada”.[3] Un sistema semejante jamás se podría haber producido mediante evolución gradual como propone el darwinismo porque cualquier sistema anterior más simple, al que le faltara alguna parte, no podría funcionar bien. Esto significa que todos los sistemas irreductiblemente complejos, como el flagelo bacteriano, los cilios de los protozoos, el ojo humano, la coagulación de la sangre, los anticuerpos o las propias células de los organismos, tuvieron que ser diseñados así desde el principio, ya que no pudieron haber aparecido por medio de una evolución gradual, ciega y sin propósito. Un órgano irreductiblemente complejo se puede comparar a una trampa para cazar ratones. Si se le quita una sola de sus partes integrantes, la ratonera ya no sirve para cazar roedores. Alguien tuvo que diseñarla perfectamente terminada y funcional.
A veces se objeta -contra la afirmación anterior de que el ojo humano es un órgano irreductiblemente complejo y que, por tanto, no pudo aparecer por evolución- que en la naturaleza existen diferentes clases de ojos, desde los simples de los invertebrados como las vieiras, hasta los complejos de los humanos o de aves como las águilas, y que esto sería una prueba de que ocurrió una evolución gradual en el mundo animal, desde los ojos simples a los complejos. Sin embargo, la naturaleza no muestra nunca la hipotética serie de eslabones intermedios que semejante cadena evolutiva requiere sino, más bien, toda una variedad de órganos irreductiblemente complejos bien terminados, perfectamente funcionales y adaptados a las necesidades biológicas de sus poseedores actuales. Incluso, aunque se aceptara que un órgano tan sofisticado como el ojo humano se hubiera producido por medio de una evolución lenta y gradual, aún habría que explicar otra dificultad importante. ¿De qué manera el ojo habría sabido cómo conectarse con el cerebro y aprender su lenguaje para traducirle la información visual? Si todo ocurrió por mutaciones al azar, ¿por qué no se conectó con el oído, la médula espinal o la nariz? La creación de un lenguaje debe ser anterior e independiente a los órganos u objetos que usan ese lenguaje. De manera que, una vez más, la mejor explicación es la intervención de una inteligencia anterior, ya que el ojo es incapaz de dirigir o coordinar su propio desarrollo.
Es más, aunque alguna vez la ciencia llegara a demostrar por medio de pruebas irrefutables que la macroevolución es un hecho y que todos los seres vivos de este planeta descienden de un antepasado común -de una primitiva célula como afirma el darwinismo-, esto no eliminaría en absoluto la necesidad de un Dios creador que hubiera empleado tal método para diseñar el mundo. La creación a partir de la nada seguiría siendo obra del Altísimo porque el universo físico es absolutamente incapaz de crearse a sí mismo.
Por supuesto, el argumento del diseño no demuestra que el cristianismo sea la religión verdadera pero sí pone de manifiesto que no existe ninguna incompatibilidad entre el Dios revelado en la Biblia y el diseñador inteligente que requiere la teoría. En general, las religiones monoteístas (judaísmo, cristianismo e islam) asumen la idea de Dios como creador omnisciente. Sin embargo, en las religiones orientales no existe semejante concepción. Por su parte, el naturalismo es incapaz de explicar satisfactoriamente el origen del ajuste fino del cosmos, así como de la información y la complejidad biológica, ya que las fuerzas ciegas y aleatorias de la naturaleza carecen del poder creativo que se requiere. Solamente un diseñador inteligente, trascendente y personal, como el Dios de la Escritura, puede haberlo hecho todo a partir de nada.
Notas
[1] Ross, H. 1999, El Creador y el Cosmos, Mundo Hispano; 2016, Improbable Planet, BakerBooks, Grand Rapids.
[2] González, G. y Richards, J. W. 2006, El Planeta Privilegiado, Palabra, Madrid.
[3] Behe, M. J. 1999, La caja negra de Darwin, Andres Bello, Barcelona, p. 70.
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