Para Casiodoro, los ofrecimientos para que la Iglesia desvíe el camino deben ser evaluados según el ejemplo dado por Cristo.
Casiodoro de Reina interpretó el sentido original de las tentaciones de Cristo, las mismas que en distintas circunstancias históricas deberían enfrentar los cristianos. Era imprescindible resistirlas al igual que Jesús y basados en los argumentos que él dio.
Casiodoro, como se ha visto antes, quiso aleccionar a la nobleza europea para que facilitase su traducción de la Biblia publicada en septiembre de 1569. Para este fin hizo una interpretación de la primera visión de profeta Elías. No le preocupaba solamente advertir a los monarcas sobre cómo debían conducirse, también se interesó en clarificar a la Iglesia de Cristo, tanto integrantes como líderes, acerca de los peligros a ser enfrentados y la forma de encararlos.
Reina residió en Frankfurt de 1570 a 1578. Tuvo mejores condiciones, de tal manera que esos años “fueron, quizá, los más felices de su vida tanto desde el punto de vista familiar, como religioso, intelectual y político”. No pudo acceder a ningún cargo eclesiástico debido a la reticencia de Teodoro de Beza para darle el visto bueno, ya que Beza “desde Ginebra pretendía un rígido control de las iglesias calvinistas”, y Casiodoro se había integrado a una de habla francesa en Frankfurt.
Al igual que el comentario sobre el Evangelio de Juan, Reina redactó en Frankfurt (1573) la Exposición de la primera parte del capítulo cuarto de Mateo para avisar a la Iglesia de Cristo de los peligros que se ciernen sobre los piadosos Ministros de la Palabra, frente a los que deben precaverse a tiempo. En el extenso título mostraba ya la línea general de su interpretación.
Su exposición la dedicó Casiodoro a “los piadosos y al mismo tiempo doctos varones Simón Sultzer y Ulrych Essich, doctores en Sagrada Teología, pastores piadosísimos y vigilantísimos de la Iglesia de Basilea y profesores de la Facultad de Sagrada Teología, amigos y padres suyos dignos de ser atendidos de forma particular”. Ambos eran luteranos y apoyaron a Casiodoro para que pudiera imprimir la Biblia del Oso en Basilea. “¿Con qué vínculo de gratitud me encadenasteis a perpetuidad cuando, recién llegado a Basilea con mi esposa y pequeña familia, me había atrapado una enfermedad gravísima y del todo letal? ¡Con cuán grande asiduidad me atendíais, tras haber dejado o interrumpido vuestros estudios, exhortando, consolando, rogando, solicitando del moribundo la fiel confesión de Cristo, porque ninguna otra cosa pensaban ya ni los médicos, ni vosotros, ni los amigos, ni finalmente yo mismo!
Casiodoro menciona que en los tres capítulos anteriores al que hará comentarios, el evangelista Mateo ha dejado bien establecido que Jesús es el verdadero Mesías. Pasa entonces a considerar que lo descrito en la primera parte del capítulo cuarto es modélico para los creyentes: “Debe ser aquí seriamente advertido el lector cristiano e incluso la misma Iglesia de Cristo para no pasar levemente por alto esta brevísima historia de las tentaciones de Cristo, antes al contrario, para leerla con muchísima atención y tenerla ante los ojos que no sólo se trata en ella eso de que tanto los combates como la victoria de Cristo nos sean transmitidos, sino también aquello ante todo de que verdaderamente veamos como en una profecía pintada con qué arietes principalmente ha de ser sacudida y atacada por el diablo la Iglesia de Cristo mientras ella tenga que actuar en la Tierra, y con qué método, aunque Satán la tentare muchas veces no en vano, vencido, sin embargo, éste y sometido, obtendrá, finalmente, ella la victoria”.
Casiodoro describe las tentaciones de Jesús después de haber ayunado durante cuarenta días: 1) La tentación de validar el ser hijo de Dios mediante un milagro que saciara su hambre. 2) La tentación milagrera de hacer algo espectacular para demostrar su origen divino. 3) La tentación política de tener dominio y reconocimiento de todos los reinos del mundo. De la tríada es la última opción la más seductora, porque “lo está instigando ya a una manifiesta idolatría, la más impura de todas. Quien hubiera cedido a la primera tentación, podía de cualquier manera excusarse con la misma hambre, porque la necesidad es una dura lanza. Quien, vencido a la segunda, acometiese, fuera de la llamada, cosas arduas de mantenimiento y llenas de peligro inminente, podía poner como pretexto que él había sido engañado por la opinión vana e intempestiva del favor divino para consigo”.
Reina continúa argumentando por qué la tercera tentación era la más llamativa pero también la más peligrosa, Con el fin de ilustrar lo anterior recurre a cuáles podrían haber sido las cavilaciones de Satanás para ofrecerle a Jesús el poder político y las riquezas que conlleva: “Con el hambre nada he logrado con éste. Por consiguiente tendrá que ser tentado de nuevo por un camino contrario. Así pues, acumularé frente a él las riquezas y la gloria de todo el orbe; atacaremos al hambre con riquezas inmensas, al desprecio con la suma gloria, porque está sufriendo principalmente estos males. Así resultará que al que no hemos podido vencer con el hambre ni el desprecio, lo aplastemos con el montón ingente tanto de riquezas como de gloria”. Cristo no sucumbió porque “sólo faltó un requisito para la victoria, a saber, que dio [Satanás] con un alma totalmente vacía de avaricia y ambición”.
El talante de Jesús para vencer las tentaciones tendría que ser paradigmático para su pueblo, ya que “se nos pintan en estos choques las luchas futuras e igualmente más peligrosas de la Iglesia misma”. Por lo tanto, para Casiodoro, los ofrecimientos para que la Iglesia desvíe el camino deben ser evaluados según el ejemplo dado por Cristo.
En el proceso de resistencia la conducta que tengan pastores y obispos es relevante, así lo evidencia la historia, de tal manera que Reina concluye que “mientras ellos se mantenían fuertemente y perseveraban fielmente en su ministerio, ella [la Iglesia] siempre estuvo firme y floreció; pero cuando fueron o bien corrompidos por Satanás, o bien de cualquier modo desalojados de la firmeza, la gobernaron de la peor de las maneras”.
Casiodoro visualiza que los liderazgos deberán, como Cristo, enfrentar tentaciones y tendrán que resistirlas para continuar avanzando según los criterios del Evangelio y no los del mundo. En ocasiones más vale padecer hambre o evadir ponerse en situaciones peligrosas (“dejarse caer del precipicio desde lo alto del templo”) para, supuestamente, mostrar el favor de Dios hacia uno. Es necesaria suma vigilancia frente a la tercera tentación, ya que “cuando por una vez la ambición ha comenzado a dar en el clavo, en lugar de la Iglesia antes pobre y despreciada sobreviene el reino mundano tanto más opulento y espléndido cuanto más ampliamente resultare que se dilate por sus fronteras. Al principio del reino quizá no se buscaban las riquezas, pero así como es necesario que la ambición obedezca a la avaricia, así también lo es que venga detrás la pasión por amontonar las riquezas”.
Respecto a la conocida como Donación de Constantino (origen del poder político y económico del obispo de Roma), legado del emperador al Papa Silvestre I (314-335), Casiodoro de Reina menciona que no sabe si es “verdadera o falsa”. Lo cierto para él es que el resultado fue en el sentido contrario al señalado por Cristo. Por lo cual “en verdad no discutiremos con demasiada prudencia ahora unos y otros si hicieron o no lo correcto Constantino y Silvestre, cuando más bien se debería discutir si tiene hoy el Romano Pontífice el imperio de todo el orbe y su riqueza por Cristo o por el diablo. He aquí que Cristo rechaza lo ofrecido por Satanás: el Papa lo posee”.
Si bien Reina ejemplifica con el papado romano los efectos de haberse dejado seducir por la acumulación de poder y riquezas, en general advierte, y al hacerlo incluye liderazgos protestantes, a quienes ejercen el ministerio de guiar a las comunidades cristianas sobre ser pastores sin dejarse conquistar por los intereses de los reinos de este mundo.
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