Gilroy, El Paso, Dayton. Si estamos cerca de la situación también utilizamos los dones y las destrezas que Dios nos ha dado para acompañar a los que están sufriendo. Pero también clamamos como el profeta Habacuc
Señor, ¿hasta cuando gritaré
pidiendo ayuda sin que tú me escuches?
¿Hasta cuando clamaré a causa de la violencia
sin que vengas a librarnos?
(Habacuc 1:1)
Gilroy, El Paso, Dayton. Este orden es cronológico, pero podría escribirse en orden diferente, dependiendo de cómo se experimentaron los eventos. Y la lista sigue. Gemimos, exigimos cambio, pero cambia el ciclo noticioso y se nos olvida. Hasta la siguiente matanza, la siguiente masacre, la siguiente quemazón de una iglesia, el siguiente ataque a una sinagoga o mezquita, el siguiente manifiesto racista. Los expertos nos dicen que perdemos sensibilidad ante este tipo de noticias, que no podemos seguir respondiendo con inquietud profunda. Es como que estamos en medio de una guerra.
Por causa de nuestro compromiso cristiano, nos preocupa la situación y queremos responder. Oramos por los que están sufriendo y ofrecemos apoyo inmediato. Si estamos cerca de la situación también utilizamos los dones y las destrezas que Dios nos ha dado para acompañar a los que están sufriendo. Pero también clamamos como el profeta Habacuc. Gemimos por el dolor, pero también reconocemos que tiene que ocurrir algo profundamente diferente.
Tristemente, ya sabemos como va a responder la gente al siguiente desastre, dependiendo de su perspectiva política. Como país parece que estamos trabados en nuestros guiones. “Sabemos” que el problema principal es que “ellos” rehúsan tratan con el problema “real.” Dependiendo de nuestra postura política enfocamos en los derechos constitucionales, la situación racializada y polarizada, los juegos de video violentos, el número de armas que existen en nuestro país, la enfermedad mental, los líderes políticos que fomentan nuestras divisiones nacionales, o alguna otra explicación similar. Todos “sabemos” que “la respuesta” se encuentra en “nuestra” solución política. Pero muchos también se sienten trabados. ¿Será que Dios escuchará? ¿Será que Dios salvará?
Como seguidores de Cristo Jesús necesitamos ser agentes de la esperanza divina en medio del dolor y sufrimiento. Esto comienza con la oración, pero con oración que no lleva hacia una acción dirigida por el Espíritu Santo. Lloramos con los que lloran, ofrecemos apoyo pastoral y consejería en medio del dolor. Oramos que no nos hagamos indiferentes por causa del impacto abrumador del dolor y el sufrimiento.
Pero también somos llamados a ser agentes de reconciliación. Tenemos que tomar el manto profético y confrontar las divisiones profundas que existen en nuestro país. Como cristianos tenemos que confrontar el hecho de que tenemos los niveles más altos de masacres de cualquier país del mundo (excepto entre los que están en guerra). Podemos culpar al “otro” y “sus políticas” o podemos reconocer que ésta es una señal de que se necesita un cambio profundo en nuestro país.
Como cristianos reconocemos tanto la realidad del pecado como también la esperanza que tenemos en Cristo Jesús. En medio de situaciones como Gilroy, El Paso y Dayton, esto tiene implicaciones concretas. Reconocemos que la violencia es el resultado del pecado y el quebrantamiento humano. Así que nos compenetramos en el dolor y servimos como agentes del amor divino.
Siendo que reconocemos la realidad del pecado, también estamos dispuestos a confrontar sus muchas manifestaciones, tanto personales como sociales. Tenemos que denunciar la violencia y la cultura de violencia en la cual estamos trabados. Tenemos que confrontar nuestros temores del otro al cruzar líneas raciales, étnicas, culturales, lingüísticas y nacionales. Tenemos que confrontar el hecho de que nuestros pecados nacionales tienen una historia y un contexto.
Esto quiere decir que todos tenemos que vernos en el espejo y no solamente culpar al otro. La reconciliación y el arrepentimiento tienen que caminar juntos. También la justicia y la paz.
La visión divina para la humanidad se presenta poderosamente en Apocalipsis 7:9-10. Se nos invita a ser el pueblo de Dios en medio de nuestras diversidades y diferencias. Se nos llama a proclamar y vivir el evangelio para que podamos caminar hacia el futuro divino. Así es como comenzamos a ser agentes de esperanza en medio del dolor y sufrimiento profundo que confrontamos en nuestro país hoy.
Después de esto, miré y vi
Una gran multitud de todas las naciones, razas, lenguas y pueblos.
Estaban en pie delante del trono y delante del Cordero,
Y eran tantos que nadie podía contarlos.
Iban vestidos de blanco y llevaban palmas en las manos.
Todos gritaban con fuerte voz:
La salvación se debe a nuestro Dios
Que está sentado en el trono
Y al Cordero.
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