Si Cristo utilizó esta figura cuando dijo “Yo soy el Buen Pastor”, estaba demostrando que no despreciaba las cosas más pequeñas del mundo porque ese mundo había sido creado por su Padre.
Allá por diciembre del pasado año, asistí a un acto cultural. Entre los asistentes, estaba un representante de una institución pública. Me asombré cuando dijo que menos mal que había podido llegar a tiempo, ya que antes debía guardar las ovejas, pues también es pastor, pero de esas que son churras o merinas. Se notaba su preocupación por no abandonarlas a la intemperie y a merced de los peligros, antes que nada, debía dejarlas a buen resguardo, ya que había asumido ese compromiso. Esto me hizo reflexionar, más tarde, sobre la responsabilidad y amor por sus ovejas que demostraba esta persona. Y pensé en aquel que dijo: “Yo soy el buen pastor, el buen pastor su vida da por las ovejas. Pero el asalariado que no es el pastor, de quien no son propias las ovejas, ve venir a al lobo y deja las ovejas y huye, y el lobo arrebata las ovejas y las dispersa… Yo soy el buen pastor y conozco mis ovejas, y las mías me conocen, así como el Padre me conoce y yo conozco al Padre… Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; a esas también debo atraer y oirán mi voz…”. Sí, Jesús, aquel que ama, tanto que está dispuesto a dar la vida por cada una de sus ovejas. Las conoce por su nombre. Y ellas oyen su voz y le siguen, sin dudarlo, porque él las cuida, las apacienta y lleva por verdes praderas y aguas cristalinas. Las guía, las reprende si es necesario, las cura si están heridas. Las defiende de los peligros que acechan, pues son muchos. Las lleva en hombros si no pueden caminar por sí solas, sabe exactamente lo que necesitan incluso sin pedirlo. Ante esta seguridad ellas saben que deben abandonar la oscuridad e ir en pos de la luz del Buen Pastor, una luz que alumbra el Camino. Saben que en el camino hay pastos que no se agotan, siempre verdes y tiernos para recobrar fuerzas tras el duro tránsito por campos y peñascos, de pasar por los valles de sombra de muerte. Él les da el agua que proviene de una fuente que no se agota jamás, y que les refresca el alma, puesto que Él es la peña de Horeb en medio del desierto.
Estoy utilizando estas figuras que posiblemente a alguno le genere sonrisas, como si al hablar de ovejas estuviéramos hablando de personas que se dejan llevar y que no piensan por sí mismas. Mas yo pienso que, si Cristo utilizó esta figura cuando dijo “Yo soy el Buen Pastor”, estaba demostrando que no despreciaba las cosas más pequeñas del mundo porque ese mundo había sido creado por su Padre. Ese Padre que cuando le pedimos pan no nos da una piedra. Le importamos. Solo que a veces, o muchas veces, no lo vemos y tomamos caminos que pueden conducir a la deriva. Le importa el hombre; sintió compasión por las muchedumbres que estaban desnorteadas, queriendo escuchar una Voz que las llamara por su nombre. Y Él, a quien le importaba cada alma llamó y continúa llamando. Sigue preguntando: ¿A quién buscas? Continúa tocando las puertas y cenando con todos aquellos que quieren tener un encuentro en privado con él, para que después sea comunitario y terapéutico.
Había algo en este Pastor, había simpatía por lo humilde y lo grande. Le preocupaban las almas sufrientes y salía buscándolas por las calles, plazas mayores y carreteras de su tiempo. Y llamaba: ¡Nicodemo! ¡Samaritana!, ¡Zaqueo! ¡Joven rico! ¡Leví! Podía sentir hasta un toque en su manto en medio de la muchedumbre porque percibía el dolor de cada uno, tenía compasión. Tenía vocación por la práctica. Esta era la materialización de sus enseñanzas como guía, maestro; no había dicotomía entre sus palabras y su estilo de vida. Había asumido que los negocios de su Padre eran primero y se lo había hecho entender incluso a su propia parentela cuando lo querían llevar de vuelta a casa.
Leyendo los evangelios, que es como una biografía de su vida y obra a su paso por este mundo, observamos que este Maestro, pues también tenía una actividad docente, iba enseñando a sus pupilos acerca de cómo ir resolviendo las disputas con los fariseos o entre ellos mismos; cómo tratar con un recaudador de impuestos, un extranjero, una mujer marginada, etc. Una labor de mentorado impresionante y entrañable. Una tarea nada fácil el lidiar con seres humanos, por eso no perdió la humanidad. No perdió la paciencia y la compostura, ni la firmeza cuando era necesaria. No me imagino a Jesús, el Pastor, peleándose con los que había venido a salvar, o despreciándolos antes de intentarlo todo. O elaborando estrategias para desanimarlos a oír las buenas noticias en ese año agradable del Señor que Él mismo estaba pregonando. Antes de dejarlos marchar les dedicó un tiempo amoroso, como en el caso del joven rico. No había presiones. No, no me lo imagino así. Jesús comprendió y comprende nuestras debilidades, bajezas, hipocresías, nuestro talante murmurador, nuestra ceguera… porque en algún momento estos elementos surgen en la persona menos pensada. Además, era franco, no enviaba mensajeros para que transmitieran sus decisiones. Él asumía su responsabilidad mostrando lo importante que era su Misión. No propiciaba la aparición de conflictos, más bien los solucionaba.
El nivel es muy alto, pero con su Manual de Instrucciones, quizá podamos acercarnos un poquito, e ir progresando en el Camino. Seguir su estela después de oír el “Sígueme” de Jesús no es fácil; significa estar dispuesto a pagar el precio. Ya lo dijo: “Si alguien quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo; tome su cruz y sígame”. Significa dejar muchas cosas; estar en todo, pero de otra manera, a la Suya. Dejarlo que Él dirija las riendas de nuestro caminar. Sí, aceptarlo en todas las esferas de nuestras vidas. Resolver los asuntos del día a día según ese ejemplo que nos dejó: los asuntos familiares, las problemáticas actuales como la pobreza, las migraciones, la sexualidad, las guerras, los conflictos entre nosotros y entre los otros, los asuntos de los jóvenes, de los niños y mayores, etc.
En Él había vocación, pasión, misión, compromiso. En todo lo que hacía se notaba la voluntad de su Padre, quien lo había enviado. No había tomado la decisión a la ligera, caso contrario, hubiera cedido el lugar a otro, me imagino. Y quiere que así nos tomemos sus asuntos, con la seriedad y el amor, y el compromiso y sacrificio que implica. En esa oración que bellamente nos ofrece Juan 17, se nota esa seguridad de haber hecho bien su labor, haber cumplido la misión que le había encomendado su Padre. El Padre sabía que, si glorificaba al Hijo, el Hijo también le glorificaría a Él. ¿Se entiende? Cuesta. No es fácil, pero se deja entrever aun en medio de nuestra pequeñez, y a pesar de que en esta época apenas se están abriendo los ojos de nuestro entendimiento. En esta sentida oración se puede sentir el amor de Jesús pidiendo intensamente por los suyos en ese momento y siempre pensando en el futuro. El Sembrador por excelencia se iba con la satisfacción de haber dejado la simiente preciosa en los surcos de los corazones, sabiendo que germinarían y darían aquellos frutos esperados. Y que en esos corazones quedaría incrustada aquella promesa de “yo te seguiré”.
Muchos queremos seguir escuchando, en medio de tanto ruido, y aunque sea de forma incipiente, los ecos de su Voz. Y también, a veces, nos declaramos culpables por no dejarla escuchar. Nuestra relación con Jesús es personal, pero se da en medio de muchas otras relaciones para bien o para mal. Y cuando, como disculpa, queremos apoyarnos en esa circunstancia, entonces, recordamos aquello de ‘tome su cruz y sígame’, y se acaba la distracción, y continúa la caminata. Y allá, muy allá, hay una luz y algo parecido a un galardón. ¡Ay! Ése es el coste.
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